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domingo, 7 de octubre de 2018

Hablemos de seguridad


“La seguridad no ocurre sola, es el resultado del consenso colectivo y la inversión pública. Debemos a nuestros niños, el recurso más valioso de nuestra sociedad, una vida libre de violencia y miedo” (Nelson Mandela).

¿Hermosillo es una ciudad segura? ¿Lo son Guaymas o Ciudad Obregón, entre otras? ¿Qué ha pasado desde que usted yo podíamos transitar a media noche sin riesgo por las calles de la ciudad? Lo anterior a propósito de las balaceras, persecuciones, asaltos o levantones que se escenifican en cualquier lugar y hora ¿Somos territorio por conquistar o marcar para tal o cual grupo delictivo? ¿La Iniciativa Mérida que derrama sumas millonarias actúa en sentido inverso a lo declarado por el gobierno? ¿Nos parecemos a Colombia, pero sin la ostensible presencia de bases militares gringas, aunque contamos con sus agencias actuando en territorio nacional? ¿La DEA debe seguir manteniendo su presencia en México, al igual que otras agencias extranjeras o, como en el caso de Bolivia, ser conminada a abandonar el país por un gobierno que trabaja para hacer posible la recuperación de la soberanía nacional y el progreso de su pueblo? ¿Tiene un gobierno extranjero que meterse en asuntos de competencia exclusiva de los nacionales, a ciencia y paciencias de las autoridades que actúan como sus subordinadas?

Si piensa que estoy revolviendo patas con bofe le aclaro que no es así. Sucede que la policía municipal es el aterrizaje, o primer frente de batalla de políticas que trascienden al gobierno local y que tienen como origen la filosofía política y las medidas prácticas del gobierno nacional en turno. La prevención del crimen y la delincuencia parte de una concepción del espacio vital y de la responsabilidad que el gobierno asume de preservarlo. Usted recordará que Fox firmó el TLCAN Plus, que abarcaba asuntos de seguridad y que Calderón abrió lo que quedaba por abrir a la injerencia de los gringos al desatar una “guerra” contra el crimen organizado que dejó cientos de miles de cadáveres regados en el país y puso en primera plana la virulenta presencia de los capos de la droga y sus organizaciones, la cobertura territorial y la lucha por el espacio vital de sus negocios. Paralelamente, usted recordará que el trasiego de armas fluyó como un río caudaloso y hubo experimentos de una estupidez increíble de parte de los gringos que permitieron el ingreso de armas que finalmente se perdieron de vista y, ya fuera de “control” terminaron en los arsenales de los cárteles, al parecer los beneficiarios reales de la política de control de drogas acordada, por no decir impuesta a nuestro gobierno por los gringos.

En otras palabras, las calenturas del expansionismo militar gringo las hemos sudado nosotros, los vecinos de al lado, los que firman acuerdos y pactan cesiones de soberanía a cambio de una palmada en el hombro, un guiño de millones de dólares y la soterrada venta de protección que suelen ofrecer los terroristas internacionales y los mafiosos empoderados en el sistema financiero-militar que regentean en Washington.

Si usted se ha fijado, el marco legal y la configuración de la seguridad pública se ha reformateado al gusto de nuestros vecinos del norte, las leyes han cambiado y los sistema de procuración de justicia por consecuencia lógica también. Vea que cada vez nos parecemos tanto a las viejas series policiacas como a las actuales en el lenguaje, las prácticas y la histeria mediática; a las explicaciones, los hallazgos y las pifias de los teleculebrones de importación y a la sanguinolenta cotidianidad de una ciudad y un estado que falla por pérdida clara de autoridad y coherencia histórica y normativa. Tenemos una oleada de asesinatos, que recuerdan a un perro marcando territorio y gruñendo al oponente, y a autoridades de seguridad que buscan el refugio de la declaración en medios, de la carencia de recursos, de propósitos de “coordinación” con otras “agencias” y de fortalecer la presencia de afectivos militares en tareas de seguridad en el medio urbano y rural del municipio afectado.  

Me parece que es tiempo de revalorar nuestros verdaderos compromisos con la legalidad y la justicia, con la protección de los ciudadanos y la tranquilidad del municipio, lo que supone replantear la presencia de agencias extranjeras de cuya injerencia dan cuenta los acuerdos, pactos y memorándums ejecutivos que funcionan por gravedad, es decir, de arriba hacia abajo, del gobierno federal a los estatales y municipales, considerando que México es también en esa materia el traspatio y campo de juegos y experimentos sociales del oligofrénico que despacha en la Casa Blanca, se entiende que la de Washington.

No es posible ignorar que detrás de una medida política está un interés económico, de suerte que el tema de la seguridad pública no está tan lejano del de la seguridad nacional y esto nos lleva por fuerza a revisar críticamente el sistema económico y las medidas de política que de él se derivan. ¿Podemos ignorar qué tenemos una población asalariada que sufre el alza de los precios en bienes y servicios y que ve mermado su derecho a la seguridad social, a quien se regatea el acceso a la salud y que padece el saqueo de sus ahorros mediante las afores y el robo descarado de los fondos pensionarios? Si al terrorismo económico le agregamos la inseguridad lo que tenemos es un coctel explosivo que en cualquier rato estalla.

El nuevo gobierno debe rectificar la ruta, corregir el rumbo, enfrentar los intereses y grupos de siempre y atreverse a hacer la diferencia. Es claro que no es fácil, que se tendrán que librar batallas internas y externas, habida cuenta la realidad de tener un vecino vicioso, hipócrita, traicionero, perverso y fuertemente armado y una clase política acostumbrada a las componendas, complicidades y corruptelas. Quizá se planteen cambios pensando en el largo plazo, pero es un paso que se debe dar en la ruta de la recuperación de la república, hoy traicionada, vendida, saqueada y reducida a su expresión más patética: ser una especie de protectorado gringo, una colonia de experimentación social y de explotación económica. Ya basta.

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