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martes, 16 de mayo de 2017

Triste confesión de abuso

                                      “La justicia es la reina y señora de todas las virtudes” (Cicerón).

Seguramente usted disfrutó en los días previos al 10 de mayo de la ola de anuncios, reclamos publicitarios, llamadas telefónicas, ofertas resistibles e irresistibles, arrumacos estandarizados que en forma oral, escrita y mímica inundaron las redes sociales, los espacios radiofónicos y televisivos, así como los correspondientes a la prensa escrita. Madre sólo hay una y el deber de festejarla es también uno e irrevocable, intransferible e imprescriptible.

Las florecitas y los corazones estilizados de un rojo sospechosamente brillante, agolpados en efluvios salivosos y llenos de cursilería aldeana, tuvieron sus momentos estelares tanto en la víspera como en el mero día de la madre. La capacidad de abstracción de los millones de consumidores de publicidad arracimados en torno a los centros comerciales de moda, quedó aplanada por la facilidad de los mercadólogos y publicistas para eliminar cualquier brisa de inteligencia de la pulida superficie de sus exigencias: ¿ya le compró su regalo a mamá?, ¿pues qué espera?, ¡compre ahora y pague después, en cómodas mensualidades donde usted pone el plazo!, ¡ahorre comprando en XYZ, donde su dinero rinde más!, entre otros anzuelos lanzados con mano diestra en las aguas del mercado local.

Si en el ámbito comercial la celebración de la madre alcanza el paroxismo de un estanque de tiburones destazando a su presa, en la esfera de la intelectualidad palvloviana del estímulo y la encuesta también se agitan las aguas: ¿cuánto cuesta el trabajo de una madre?, de donde se desprende el análisis y los costos monetarios de las ocupaciones u oficios que una madre de familia desempeña en casa: aseo doméstico, preparación de alimentos, lavado y planchado de ropa, cuidado de los hijos, atención psicológica y de salud preventiva, entre otras. La tabla resultante arroja un sueldo mensual cuya factura parece buscar destinatario. ¿Empoderamiento femenino o simple argumentación aritmética de los costos de querer a alguien, ser parte de una familia y desarrollar sentimientos de pertenencia, apoyo y solidaridad por consanguinidad o afinidad? ¿El amor y el cuidado familiar tiene tarifa monetaria? ¿La economía debe penetrar la esfera erótica de las relaciones interpersonales familiares? ¿Cada casa es un negocio sujeto a las leyes del comercio?

Mientras algunas personas discuten el tiempo y costo de las relaciones domésticas, otras lo hacen respecto a la inseguridad que de las calles pasa a los jardines de niños. ¿Por qué se ultraja a una niña en una institución preescolar? ¿Por qué los baños son mixtos y compartidos por alumnos con diversos niveles de madurez sexual? ¿La modernidad implica no establecer diferencias entre individuos de diferente sexo y edad? ¿El establecer servicios sanitarios para hombres y mujeres por separado supone discriminación, simple ahorro, o el entendimiento que existen diferencias que resulta absurdo ignorar?


El drama cotidiano que se desarrolla en las escuelas preescolares reproduce incipientemente la debacle social que se escenifica en las calles, avenidas, barrios y colonias de esta ciudad capital, donde la moral mercantilizada y la mentalidad furibundamente individualista coloca a los jóvenes y adultos en la órbita perversa de un hedonismo palurdo, cortoplacista y vulgar. Tan es así que en los centros de educación superior también se reportan eventualmente casos de acoso sexual, incluso de ataques cuyo registro pasa al anecdotario comunal en vez de a las agencias del ministerio público, por pena, turbación o simple decepción del sistema legal, del desinterés institucional, de las complicidades entre autoridades y delincuentes, de la pachorra sindical, de las malas costumbres que se comparten y celebran entre cuates.

¿Será que la aplanadora neoliberal además de mercantilizar los usos y costumbres locales y trivializar la dignidad humana, nos quiere persuadir de que las diferencias naturales de sexo y edad son un simple problema de percepción? Tal parece. Sólo que la realidad de los abusos deshonestos, las violaciones e, incluso, los asesinatos, demuestran que la naturaleza humana y sus diferencias no son asuntos que se negocian o se decretan. Hombres y mujeres somos diferentes, y la sociedad debe proveer las condiciones para que esas diferencias contribuyan a los fines de preservación social y preservación de la cultura y los valores que nos unen. Una vez más, la educación tiene un lugar privilegiado en la construcción de una sociedad respetuosa de las diferencias, más justa, equitativa e incluyente.  

En este caso, ¿tiene sentido enviar un centenar de mujeres a Washington, a capacitarse en labores de “empoderamiento” eventualmente comercial por la vía de proyectos financiables? ¿Los valores que van a “traer” y reproducir son los que nuestra sociedad necesita para ser y prosperar? ¿En México no hay valores y los tenemos que importar? ¿Por qué en Washington, capital del monstruo corruptor internacional que patrocina terroristas y genocidas?

Mientras el gobierno se empeña en estrechar los lazos de la dependencia con los gringos, muchas mujeres, en nuestro aquí y ahora, sufren de marginación pública, claman por justicia y sufren el desprecio oficial, como es el caso de las madres de ABC, las que denuncian los abusos de Grupo México en los pueblos ribereños del Río Sonora, las que claman por seguridad pública en los barrios y colonias, las que reclaman respeto y justicia para sus hijos en las escuelas, las que luchan contra el abuso de las alzas en tarifas, o las que leen la prensa y oyen declaraciones triunfalistas y estúpidas, que chocan con la realidad cotidiana que sufren en sus casas y trabajos.  


Hermosillo y Sonora en general no está para burlas, patrañas y acciones demagógicas, sino para respuestas claras, efectivas y contundentes contra la inseguridad, el abuso y la venalidad de quienes tienen el deber constitucional de velar por la paz y el progreso de nuestras comunidades. Que así sea. 

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