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martes, 21 de febrero de 2017

El movimiento y sus asegunes.

                                                                      “Nosotros dos formamos multitud” (Ovidio).

Hermosillo se ha visto conmovido por la irrupción de la sociedad civil en el escenario de las decisiones públicas. Los tiempos en los que el gobierno decidía programas y acciones sin ninguna oposición popular significativa parece que se alejan de nuestra realidad cotidiana, al menos en lo concerniente a la indolencia del ciudadano común, que ahora responde airado a las iniciativas y resoluciones que le parecen lesivas a su economía e intereses personales y familiares. El horno nacional y, desde luego, el sonorense, no está para bollos.

La muy prometedora dinámica de este despertar ciudadano se ve oscurecida por la salida visceral a los conflictos que de manera natural surgen en cualquier grupo humano: el “ustedes” y el “nosotros” campea como una bandera que justifica las descalificaciones y la exclusión. Los pretextos o motivos pueden ser muchos, pero destacan los referidos a la pertenencia o no a tal o cual partido político, así como la sospecha de ser agentes infiltrados de algún núcleo de interés electorero, gubernamental o simplemente sectario.

Las buenas conciencias postulan la pureza impoluta de quienes pueden y deben participar en los afanes colectivos, lo que nos remite a lo dicho: la sospecha de estar ante un probado, probable o posible militante o simpatizante de un partido o, incluso, sindicato, merece ser considerado anatema. La condena supone la separación de esa fruta contaminada del canasto de las reivindicaciones sociales y de la escritura de la historia reciente de las luchas y los logros ciudadanos.   

Esta forma de discriminación responde al hecho de que muchos están verdaderamente hartos de las trapacerías de los partidos en el seno de los órganos legislativos, que han sido cómplices del poder ejecutivo al aprobar leyes que horrorizarían a cualquiera que tenga algo de memoria y sentido social. Puede ser una reacción perfectamente explicable, pero en el terreno de los hechos, ha devenido en una especie de santa inquisición que barre con justos y pecadores. En este terreno, las acusaciones con o sin fundamento pueden ocupar buena parte del tiempo y energía de los participantes, se convierten en los ejes de las discusiones y terminan siendo el motor de la desintegración y pérdida de eficacia de los grupos organizados para defender derechos colectivos. La causa ciudadana se diluye y la conflictiva interna se convierte en el principal apoyo del gobierno y sus malas decisiones.

Es claro que en todo movimiento social existen diferentes grupos, tendencias, con intereses, de una u otra forma, ligados al tema que convoca a la movilización. Es una utopía exigir pureza químicamente comprobada en la sangre y conciencia de quienes se acercan a la participación. Lo que sí es posible es la expectativa de que existan reglas mínimas de conducta y compromiso, de que quienes se integren respeten las normas de conducta que el grupo establezca en cada una de sus acciones y propósitos, que existan acuerdos mayoritarios y que deban reconocerse por todos, sin que esto suponga la condena y exclusión de quienes opinan de manera diferente. Si el grupo tiene los objetivos claros, las formas de lograrlos pueden variar, someterse a crítica, discutirse y acordar la forma de cómo hacer las cosas.

En cualquier organización existen corrientes que pueden tener visiones un tanto distintas de los problemas y las soluciones, pero que convergen en un gran objetivo general. La disensión es normal en los conjuntos humanos comprometidos políticamente, y es que no somos iguales porque tenemos diferente formación, origen y circunstancias, pero podemos compartir valores y principios; compartimos problemáticas, padecimientos y angustias, y podemos ser empáticos con quienes exponen sus circunstancias particulares, pero el hecho de estar en un conjunto heterogéneo integrado por diversas visiones y personalidades nos obliga a establecer puntos de confluencia, elementos de unión de la diversidad en un haz de fuerza que permita el logro de objetivos superiores. Un grupo eficazmente integrado no es aquél en donde no existen diferencias, sino aquél en el que éstas pueden discutirse, conciliarse y eventualmente superarse.

Actualmente tenemos dos grupos actuando en torno al problema del alza de las gasolinas, pero donde debe estar el punto de unión es en la conciencia de que la causa del malestar ciudadano y del desastre nacional radica en el modelo económico que a como dé lugar impone el gobierno, y que reporta constantes ataques a la economía y la seguridad familiar mediante alzas en los precios, saqueo del erario, acaparamiento inmobiliario urbano, dependencia de los factores externos y subordinación a otra soberanía encarnada en los juegos perversos de las trasnacionales. Entendido esto, la conciliación y la unidad son posibles.


El momento exige que se imponga la prudencia, la mayor racionalidad posible, y la entrega a la defensa del interés colectivo más allá de las naturales diferencias de concepción y de acción. Verdad de Perogrullo: la unión hace la fuerza.

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