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sábado, 4 de febrero de 2017

El holograma nacional

El amor a mi patria me dirige” (César).

Todo parece indicar que estamos en la república holográfica mexicana, otrora patria defendible y fuente de compromisos y acciones públicas y sociales. La naturaleza cambiante de nuestro crisol histórico permite suponer que las tareas de reformateo institucional han obedecido, y obedecen, a una serie de contingencias derivadas de nuestra relación con el resto del mundo, entendido por esto, la cruda y burda adhesión a los caprichos de nuestros vecinos del norte que, como es ya costumbre, deciden y hacen cuenta de nuestros recursos como si fueran de ellos. Tan así es que las llamadas “mega-regiones”, como la de Sonora, y las protestas de amistad y sociedad ganadora, sólo tiene vigencia cuando se grata de obsequiar los apetitos económicos y políticos (de control a como caiga), de los güeros que administran nuestras fronteras.

Da pena ajena ver cómo se desvive el gobierno local en barrer y trapear el camino de la depredación bajo el supuesto de la cooperación internacional, la amistad entre vecinos y la cómoda confesión de que la dependencia sonorense es tal que sin ellos no pudiéramos vivir: ¿qué haría un fronterizo sin la ida al shopping, o un ciudadano de la capital estatal sin darse sus vueltas por los centros comerciales, los bancos y los lugares de jolgorio de Arizona? Las respuestas las tiene, seguramente, usted que viaja con la bachicha de dólares y el ojo puesto en la baratura y calidad de los productos, en oposición a las cantidades de mercancías que se importan y expenden en nuestros comercios.

La ida al “otro lado” nos pone en una dimensión bastante hedonista, de imagen más que objetivo, de dependencia que pasa de lo económico a lo psicológico, como una adicción a lo gringo por el hecho de serlo, como estatus social que permite el ridículo apátrida envuelto en el inmediatismo de quien tiene y puede. Las consideraciones nacionales y locales quedan para cuando el destino nos alcance, para cuando le “caiga el veinte” a la sociedad que vive sintiéndose tucsonense honorario y goza de presumir sus visitas y sus compras con los cuates en torno a un asador de carne y a una hielera provista del bebestible necesario.

Hoy todos se sienten obligados a expresar su repudio a las medidas anunciadas por el güero estropajoso que habita la Casa Blanca (la de Washington), incluso se llama a marchas cuya anodinez conmueve hasta las lágrimas por inconsecuentes y perdidamente ancladas en esa dependencia que arriba se señala. Lujoso distractor con pujos de internacional que deja de lado otros asuntos y motivos de protesta: las reformas estructurales, la mendacidad del gobierno que tapa el sol del desastre del Grupo México con el dedo del legislativo en forma de “zona económica” especial, que cubre los municipios afectados por el derrame tóxico con el velo de la inmediatez jurídica; aquí, los pobladores y las autoridades municipales son excluidos, desprovisto de obligaciones y facultades, mediante la atracción legal por parte del gobierno estatal que así arrumba la autonomía municipal y el ámbito de competencia de la otrora “célula del federalismo mexicano”.

Los señores legisladores deben primero enterarse de las competencias del municipio, entenderlas y respetarlas y, solo en caso de urgencia y a solicitud expresa, intervenir de acuerdo a lo que marca la ley suprema, poniendo antes que los intereses económicos de un grupo empresarial evidentemente depredador, los del pueblo y sus órganos de legítima representación.

El año que corre es el de las declaraciones patrióticas, de los amagos externos que ponen en evidencia la debilidad del gobierno federal y la permisividad cómplice de los estatales; pero también lo es de la conmemoración de nuestra Carta Magna. La constitución federal actualmente tiene algo así como 700 modificaciones, y ha sido particularmente modificable el artículo 27, con 77 cambios que hablan del avance de los intereses extranjeros y los de sus prestanombres y gerentes nacionales. En este caso, tenemos que el dominio de la nación sobre los bienes del subsuelo, el espacio aéreo, el mar patrimonial y las islas y cayos, quedan a disposición de las trasnacionales porque somos un país que vende hasta la historia y dignidad de eso que todavía llamamos patria. Las fronteras y playas ahora son aprovechadas, colonizadas y administradas por los gringos y la salvaguarda de nuestro territorio va en función del cumplimiento del papel de traspatio.

Es claro que la industria nacional y el enorme potencial que se tiene gracias a los recursos naturales y humanos está subutilizado por cumplir con el papel de dependiente que obligan tratados como el TLC, donde el hecho de producir menos para poder comprar al vecino ha decidido la soberanía alimentaria y el desarrollo de la economía local y regional; ahora resulta que dejar de producir para comprar es el modelo colonial que México asume como propio, y todavía sirve como elemento motivador de reacciones patrioteras que defienden “lo hecho en México” por las maquiladoras que invaden y controlan la manufactura nacional y los servicios.


Lo triste del asunto es que, a pesar de las lecciones recibidas en la historia reciente, seguimos dando palos de ciego y reaccionamos como sociedad por los efectos y no por las causas: los gasolinazos, las altas tarifas, la carestía de medicamentos y los cambios legales que permiten la subcontratación laboral y la privatización de los fondos de pensiones, así como la precarización del empleo y el deterioro del salario, las licitaciones para la privatización de los servicios públicos, son efectos directos del modelo económico que sostiene dogmáticamente el gobierno federal y el local; sin embargo, al sistema lo dejamos fuera de las protestas, los reclamos y las denuncias de los grupos sociales que  ahora toman las calles y hacen valer una ciudadanía dormida y anestesiada por la inercia. Nuestro problema es de información e integración y análisis de esa información en un programa político que recoja las inconformidades aisladas y sectarias y las transforme en una lucha nacional en favor de la república, de revalidación de las instituciones, de priorizar el interés nacional, de la creación de empleos decentes, de fortalecimiento de la economía nacional y el mercado interno, de recuperar el régimen de seguridad social solidario y dignificar la vejez y la protección de las nuevas generaciones de niños, jóvenes y adultos. Sin esto, no se puede hablar de unidad nacional, sino de una imagen holográfica que nos distrae y envilece. Hora de despertar.

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