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lunes, 22 de febrero de 2016

Inseguridad

 “Seguro se está cuando no se tiene temor ni a los inconvenientes del momento ni al          desenlace de la empresa” (Cicerón).

La inseguridad señorea nuestras relaciones sociales, personales e institucionales. Nada puede darse por sentado y la duda corroe las entrañas de una ciudadanía instalada en el hedonismo y la apatía. La cómoda posición política de no hacer ni participar siquiera en apoyo de los que sí hacen revela la causa profunda del porqué existe tamaña impunidad en los asuntos públicos y los privados. Somos los causantes del desorden que reina; callamos convenencieramente los despropósitos del gobierno arropados con las sábanas de la indolencia, mientras nuestro entorno social se resquebraja y derrumba.

La ciudad de Hermosillo, otrora orgullosa capital del antes pujante e industrioso estado de Sonora, navega con bandera de priista en un mar de componendas, tráfico de influencias y política panfletaria diseñada para el manoteo y la manipulación. Hasta la fecha, no hay evidencias de un gobierno que trabaje por el bienestar ciudadano en vez de aplicar mecánicamente las torpes y a veces absurdas disposiciones del centro. ¿Tenemos gobierno del estado o una simple gerencia del poder central?

La pasada administración panista dejó en claro que el saqueo del erario era su mejor opción antes que cumplir con la ley. En la actual, las declaraciones han llenado los espacios periodísticos sin que la realidad se haya visto modificada en beneficio de la legalidad y la justicia.  El daño ocasionado por un gobierno de rateros sigue afectando nuestras finanzas públicas y el descrédito político de la clase gobernante no distingue grandes diferencias entre PRI y PAN. El balance histórico es implacable en su crudeza: unas y otras siglas no han hecho la diferencia, porque la cultura de la componenda, el influyentismo y las relaciones clientelares han reducido y pervertido la democracia sonorense.

Tan han afectado a las prácticas democráticas y el proceso de aprendizaje y maduración de una ciudadanía alerta, informada y participativa, que los movimientos sociales navegan en aguas llenas de escollos que propician la atomización, el individualismo y la eventual traición a los principios que en un momento dijeron defender. Algunos caen en garras de la seducción corruptiva del sistema, otros resisten valientemente en una lucha desigual y no del todo comprendida y apoyada por los propios sectores eventualmente beneficiados. El primer enemigo a vencer no es el sistema sino la propia vulnerabilidad.

Mientras la ciudadanía se debate entre la desesperanza y el miedo, el gobierno ofrece soluciones mecánicas, pueriles y francamente ofensivas para cualquier inteligencia dentro de la normalidad. Ahora lanza la gobernadora la iniciativa de dar por ley el 50 por ciento de las alcaldías a mujeres, bajo el supuesto de que se reforzaría la democracia y el cambio añorado por Sonora.

Tristemente, la experiencia nacional e internacional sobre la participación de las mujeres en el gobierno es ajena a la idea de proporcionar soluciones mágicas a los países, regiones o localidades. Es inevitable pensar en el plano internacional en Margaret Thatcher, como en el entorno nacional en Rosario Robles, o en lo local Dolores del Río o la propia Claudia Pavlovich.

Las mujeres mexicanas han ocupado la presidencia nacional de partidos, gobernado estados y municipios, ocupado posiciones en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; su participación en el Senado o en la Cámara de Diputados, así como en los cuerpos legislativos locales y cabildos permite afirmar que no hay discriminación política que impida a una mujer llegar a los puestos de elección popular. Siendo así, ¿qué sentido tiene la iniciativa de la gobernadora Pavlovich? ¿En qué favorece a la mujer y a la democracia?

Inclinar la balanza legal hacia un sexo u otro es, en principio una forma de discriminación y nada tiene que ver con la vida democrática. Las cuotas de “género” son una imposición que no se sustenta en un verdadero crecimiento político, sino en el atraso y la inmadurez.

En lo particular, pienso que el sexo es irrelevante cuando se trata de elegir a los candidatos más aptos, ya que el desempeño de un cargo público difícilmente tiene que ver con la sexualidad ni con las cuotas de “género”. Así como hay hombres corruptos, torpes y nefastos, también tenemos mujeres envilecidas por el sistema y que sólo trabajarán para sus intereses personales y de facción política. Ser hombre o mujer no garantiza necesariamente los resultados de una gestión pública honesta y eficiente, porque este asunto tiene más que ver con la personalidad, preparación, características y decisión individuales. La vocación y la capacidad políticas no son un asunto hormonal. Maduremos. ¿Por qué no elegir libremente a los representantes y funcionarios, sin cuotas, trabas y condicionamientos clientelares? 

Mientras se nos distrae con soluciones y propuestas “patito”, torpemente efectistas, la ciudad capital se revela como un lugar inseguro, peligroso y conflictivo. La zona centro de la capital, ocupa el segundo lugar, después de Miguel Alemán, en robos, asaltos y lesiones. En lo que va del año, se han registrado 140 robos en casas, 110 asaltos a comercios, 25 robos a escuelas y 35 a transeúntes (El Imparcial, 22.02.16).

¿Es imaginable para usted que puede ser asaltado, lesionado y quizá asesinado en el mero centro de la ciudad capital? ¿La policía actuará con más eficacia cuando se implante el número “911”, que nos hará sentirnos como arizonenses nopaleros? ¿El mando único también impulsado desde el centro logrará, además de lesionar la autonomía municipal y el federalismo, abatir los índices de la delincuencia que surge de una sociedad sin oportunidades de empleo decente y seguro?


Es claro que con parchecitos ridículos no se puede tener un gobierno de logros, independientemente del sexo de quien gobierne. El problema está en otro lado, como también lo está su solución. Pero podemos seguir haciéndonos tontos…

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