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lunes, 4 de febrero de 2013

Malnacideces y exabruptos varios

La Serie del Caribe 2013 no pasará a la historia porque la población sonorense y de lugares cercanos o remotos sea memoriosamente beisbolera, sino porque la verbosidad del gobernante decidió calificar de lesa patria cualquier atentado contra el lucro esperado en estas fechas de crecido flujo turístico con motivo de la actividad deportiva.

Los negocios se llevan bien con los turistas y el gobierno es el proveedor esencial de la parafernalia mercantil, al cacarear las maravillas del estadio y sus soñadas instalaciones. La sociedad entera es convocada a rendir pleitesía al cemento y a la varilla, al cableado eléctrico y a las maravillas de la comunicación visual plasmadas en las pantallas, los artilugios mediáticos y la extensión de los cajones de estacionamiento, sin olvidar la inversión que supone y los mecanismos de apropiación inmobiliaria que sugiere.


El gobierno se declara beisbolero y sus esfuerzos están encaminados a fungir como gestor y guía turístico de propios y extraños, como corresponde a un anfitrión que desempeña la función pública y la privada en una mezcla sui generis que no deja de asombrar ni confundir. Sin embargo, la bola inicial fue lanzada por la mano firme y experta del gigante de Etchohuaquila quien sin sudoraciones impositivas hizo lo que supo y pudo. Elegante mutis padresista que supone su ocupación en altas y complejas operaciones tendientes a traer inversiones y acomodar inversionistas, en estratégico destino del país del norte, donde tienen claro lo que aquí se confunde: la maquiladora no es igual a la industria, ni el hecho de tener el 60 por ciento del empleo manufacturero representado por maquilas supone algún proceso de industrialización para Sonora.

Pero el gobierno beisbolero de Padrés, con la mirada puesta en los ingresos, camina firme por los caminos sinuosos de la intransigencia, sorteando con base en la diplomacia de los granaderos y cuerpos anti-motín, las rugosidades de un terreno pringado de ciudadanos beligerantes y de voluntades crispadas. “¡Malnacidos”!, escupe Padrés en la cara de la conciencia cívica, bautizando con tino involuntario al movimiento que ahora levanta la bandera de los derechos fiscales atropellados y el exceso de voracidad sobre los bolsillos de los causantes. “Que no se realicen trámites a los ciudadanos que adeuden la tenencia disfrazada de impuesto al fortalecimiento municipal”, amenaza el gobierno, con lo que parece una medida de torcer la mano al causante dueño de voluntad propia. “Que es para el bien de los ayuntamientos”, refiere el aparato hacendario padresista, con una ignorancia supina rayana en broma obscena y maliciosa, como si la gente no pagara impuestos y como si ésta no se diera cuenta del despilfarro electoral y el jolgorio de hacer negocios privados a la sombra del cargo público; como si no supiera el calvario de los proveedores de bienes y servicios que tiene que pagar del 20 al 50 por ciento del costo de factura nomás por ser considerados para “trabajar” con el gobierno.

El “Nuevo Sonora” quedó como una estampa beisbolera donde los personajes juegan a gobernar en un escenario fuertemente resguardado por la fuerza pública, y donde el pueblo que festeja resulta ser producto del adocenamiento salarial y la manipulación partidista que excluye las libertades propias de una democracia, aunque en los medios se manejen inserciones pagadas en perpetua alabanza al generoso patrocinador oficial. Por más que se quiera e insista, lamer las partes pudendas del poderoso sexenal no redunda en el crecimiento de las instituciones ni en la civilidad de los pueblos, sino en ahondar los baches de una comunidad bombardeada por la vulgaridad, falta de oficio y venalidad convertida en gala y divisa de quien gobierna.

Los Malnacidos son, ahora, un movimiento ciudadano que ha trascendido las fronteras estatales y nacionales. Ahora es oportuno reafirmar su vocación justiciera y no dejarse amedrentar por las llamadas telefónicas, la vigilancia policiaca con “marcaje personal”, los eventuales tropiezos ocasionados por provocadores salariados y sectarios, o los posibles choques con los uniformados. Desde luego que debe imperar la prudencia, la mesura que ennoblece y dignifica a los movimientos pacíficos, aunque sin ignorar que la civilidad no corre por el lado de la cancha del gobierno que medra en Sonora. Sin duda el logro mayor del movimiento es su penetración y alcance local y ahora nacional, que forma opinión y que pone contra la pared a la sordera oficial sobre el tema de los impuestos y los excesos del poder.


En un gobierno donde las manifestaciones populares se reciben con las bocinas palaciegas con volumen atronador, es claro que hay que hablarle con el lenguaje de los signos y los símbolos del que juega para ganar en la novena entrada. La razón asiste a los “malnacidos”, que antes que el estadio nuevo y la parafernalia de alegría por encargo, son un auténtico valor y orgullo sonorense. Ánimo y adelante.

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