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viernes, 21 de octubre de 2011

Asesinato africano

El último líder asesinado
El jueves 20 de octubre fue de celebración del asesinato de Gadafi, el hombre fuerte de Libia. Obama asumió una actitud discreta que en mucho recordó la del golpe de estado en Honduras, cuando el presidente legítimo fue sustituido por el empresario Micheletti, que fingió un proceso electoral para finalmente colocar a Lobo, el actual pelele de Washington.


Libia, tierra de tribus, fue el escenario de una farsa montada por los mismos escenógrafos y coreógrafos que han trabajado en Venezuela, Bolivia, Ecuador, el Medio Oriente, entre otros teatros, inventando insurrecciones populares, movimientos ciudadanos y revueltas estudiantiles patrocinadas por la generosa bolsa de la CIA, igual que en la Cuba de sesentas.


Falsa bandera
 El asesinato de Gadafi recuerda el de Saddam Hussein, coreado por un pueblo que de repente aparece como comparsa carnavalesca en las acciones armadas de los monigotes al servicio de occidente, celebrando la brutalidad del extranjero que los visita con fines de apropiación de sus riquezas, de la explotación del petróleo, de la proliferación de contratistas que corromperán las costumbres de los nativos, que organizarán la prostitución al estilo de la vida de traspatio que entienden los gringos en sus arrebatos de socialización mundana.

Usted pensará que cayó un dictador más, que ahora “el mundo es más seguro”, que el pueblo libre podrá “decidir su destino”, pero esta visión tan estrujantemente superficial apenas podrá ocultar las modalidades de invasión que ejerce Estados Unidos y socios, como se ejemplifica en Afganistán e Irak, pero es evidente que la inseguridad mundial es patrocinada y ejecutada por los gringos, y que ocurren muertes masivas y asesinatos precisos cuando ellos actúan de acuerdo a su esquema de economía de guerra encubierta en la lucha por “el mundo libre”, por “la democracia” y el “libre mercado”. El mundo unipolar es un enorme cementerio donde los restos del dictador se confunden con los de centenas de miles de inocentes, de cifras de “daños colaterales” que pierden rostro y nombre en la contabilidad de costos del imperialismo gringo.


Los motivos de la intervención
 A estas alturas, no es posible ignorar la práctica ya añeja de la amenaza, el soborno, la corrupción y la ilegalidad en sus variadas formas en las relaciones que EUA emprende con el exterior. Los países todos, en mayor o menor medida, son la periferia de EUA, polo solitario y autocomplaciente que, ante la ausencia de contrapesos militares, no necesita ni discreción ni prudencia. El asesinato a nombre de la democracia y la liberación de tal o cual pueblo, se convierte en parte del ritual onanista del monstruo de las barras y las estrellas, país psicópata dedicado a compensar su pésima visión económica con guerras, asonadas y motines en todo lo largo y ancho del planeta. Ahora es Libia, ese oscuro objeto del deseo petrolero de EUA, con Gadafi, cuya muerte fue celebrada por Joe Biden, vicepresidente de Obama, diciendo que lo importante era que ya se habían librado de Gadafi.

Según notas periodísticas, el extinto coronel trató de huir por un tubo de alcantarillado, herido en un brazo, para luego salir armado con una AK47 y una pistola, como si el tubo de desagüe fuera un almacén de armamento. La mala escenografía y la pésima secuencia de cuadros de esta película de guerra al estilo de Hollywood resulta ser una más de las razones por las cuales la filmografía gringa debiera quedar en el pasado de violenta ignorancia de los cinéfilos, y empezar a cultivar el gusto por lo bien hecho, por lo creíble y bien actuado. Para eso se requiere poner en su correcta dimensión a EUA y reconocerlo como el país genocida y terrorista que es.

Las hipócritas declaraciones de EUA y Francia no alcanzan a encubrir que la iniciativa fue del primero y el seguimiento del segundo, donde la OTAN se convierte en la organización criminal designada para cubrirles las espaldas en eso de asesinar a 25 mil inocentes con el propósito de “librar al pueblo libio del dictador”. El “daño colateral” que sufre el mundo en lo político es inmenso y así también nuestra idea de democracia y libre mercado, como eufemismos que usan los gobiernos para encubrir la pérdida de identidad nacional, soberanía y autoestima, en favor del psicópata global.

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