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miércoles, 21 de febrero de 2024

LA MARCHA

 “La democracia es el destino de la humanidad; la libertad su brazo indestructible” (Benito Juárez).

El domingo 18 de febrero será recordado con entusiasmo taurino, porque se dieron capotazos a la democracia, convertida en objeto de divertimento y jolgorio; de pretexto para tirar balazos al aire con la seguridad que sus cartuchos de salva sólo iban a tener un bonito efecto ambiental junto con las pancartas, el sonido, las consignas y la cursilería que acompaña a las imitaciones populares de la derecha encaramada en el pasado.

Se vio el fluir de gente decente, en el sentido porfiriano, marcharon las gentes de razón, en el sentido colonial, y lucieron camisetas y accesorios a propósito de la lucha por la democracia, por la limpieza de las elecciones, por no volvernos Venezuela o Cuba, por conjurar los demonios del comunismo que alienta López Obrador y su corte infernal de Morena.

Los marchantes olorosos a agua de colonia o perfume de importación jugaron a ser pueblo, a parodiar a los del 68, a invocar a otros muertos tan lejanos y distintos a ellos, tan chairos como jamás lo serán ellos o sus pastores, los Claudio X, los Markos, los Chuchos, los Alitos, los Fox, los Creel, las Gordillo, o las Zavala, luciendo galas apartidistas en una lucha que, para serlo, tiene que ser política por necesidad.

La nueva ciudadanía que acusa al presidente de tirano, de dictador, de represor, marcha y grita a voz en cuello su añoranza a la libertad de expresión, que desean elecciones libres en un país donde en el 2018 la gente votó como quiso, donde la protesta se respeta y la libertad de expresión se garantiza.

La dictadura sui generis que padecemos está anclada en la mente de quienes extrañan el control electoral del Salinato, el entreguismo del Zedillato, la parodia electoral del Foxato, el fraude del Calderonato, la telepresidencia de Peña Nieto, y la dura represión del largo período prianista, algo así como ponerse el huarache mediático antes de espinarse con la ausencia de su causa.

Los argumentos presentados por las dirigencias partidistas convertidas en ciudadanas, tuvieron que recurrir al miedo por anticipado, a la sospecha como certidumbre, a la mentira como sustituto de una verdad que les duele: en México no hay dictadura, no vamos a convertirnos en Venezuela o Cuba, la política social es una reparación al daño que durante décadas se ocasionó a la población, sobre todo la de menores ingresos económicos, y no una compra de votos.

Los apoyos a la población no son electoreros, como sí lo fueron los repartos de despensas, comilonas de barrio, gorras, sombrillas y otros materiales por parte del PRI y el PAN, cada tres o seis años. Las becas y apoyos son parte de una política distributiva que ya tiene rango constitucional, para cumplirse haya o no elecciones.

A parecer, la ausencia de razones socialmente válidas para la inconformidad, molesta a los empresarios, a los defensores y beneficiarios del trato excepcional, de favores, de los pactos al margen de la ley, pero protegidos y hasta legalizados por jueces y magistrados dedicados a engordar su cuenta corriente y mantener su alto nivel de vida.

La nueva clase porfiriana sufre de urticaria y miedo cuando la chusma llega al poder, se instala en las instituciones y llama a las cosas por su nombre. Piensan que si la igualdad se generaliza pierde su encanto. La democracia en manos de muchos puede ser irresponsable, de ahí que haya que vigilarla y defenderla con marchas, pancartas, consignas y prendas de vestir rosa, y amparos contra leyes nacionalistas que huelen a pueblo, a historia.

La marcha del domingo fue una sin causa, sin visión de futuro, aunque preñada de añoranza, de lo que pudo haber sido y no fue, de aquél paraíso perdido por obra de la voluntad popular, de los privilegios arrebatados por mandato legal, de la puesta en orden de un país con voluntad de ser libre y soberano, y que el neoconservadurismo apátrida llora en el hombro de Estados Unidos y España.

En esta pasarela callejera, la amenaza de una supuesta nueva constitución que en su artículo 139 dispone que nos quitarán la casa y que nos obligarán a compartir lo nuestro con gente ociosa y extraña, circuló como lo hace el agua en un resumidero, en un despliegue de absurdos que de no ser lamentables resultarían risibles. ¿Los ciudadanos marchantes sabrán lo complicado que es el proceso legislativo, además de que la Constitución sólo tiene 136 artículos?

Es imposible dejar de preguntarse si la gente es así de manipulable, así de ingenua, así de huérfana de información o de sentido común.

En fin, la derecha marchó de rosa, pasando del INE no se toca al INE sí se toca; marchó por la vuelta al pasado, por los privilegios, por los buenos tiempos de la compra de votos, de los gastos faraónicos de la burocracia dorada, de la exención y condonación de impuestos, de la venta de los recursos nacionales a precio de regalo, de la injerencia extranjera bendecida por el empresariado y las buenas conciencias de sacristía y campanario. Marchó por un estilo de vida y de gobierno que el pueblo rechazó en 2018.

Marcharon, parodiando al pueblo, mintiendo una vez más en esta puesta en escena con especial llamado al intervencionismo extranjero, al manoseo mediático de un proceso que sólo corresponde al electorado mexicano, y a nadie más.


 

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