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viernes, 8 de octubre de 2021

De medallas y apagones

 “La vida social ya se ha transformado en una vida electrónica o cibervida” (Zygmunt Bauman).

 

Como se sabe, la maestra Ifigenia Martínez, exdirectora de la Escuela (hoy Facultad) de Economía de la UNAM ha merecido la medalla Belisario Domínguez del Senado de la República. Se rinde homenaje a una mujer de palabras y acciones, economista impulsora de su ciencia que ha tenido un papel relevante en el acontecer político y académico nacional, progresista sin amaneramientos, seria y puntual en sus opiniones y, sin duda, una profesional de la Economía con trayectoria ejemplar.

El presidente López Obrador había anunciado que no acudiría a la entrega por razones plenamente justificadas: la amenaza de agresiones y sainetes por parte de la turba opositora encabezada por Lilly Téllez, la mediática señora que entró al Senado por la puerta de Morena para luego formar parte del rebaño azul y estar dedicada obsesivamente a abanderar el lado más perverso y vulgar de la política de oposición.

Como ciudadano perteneciente al gremio de los economistas aplaudo el reconocimiento a la maestra Martínez y la prudencia del presidente, siempre asediado por la estupidez convertida en libertinaje declarativo, sebosamente mediático y vacío de contenido útil para la marcha del país, el lado opuesto a los hechos y las palabras de mujeres honestas y congruentes como la homenajeada con la Medalla Belisario Domínguez.

El lunes 04 de octubre tuvimos un apagón de redes sociales, resultando que WhatsApp, Facebook e Instagram dejaron de funcionar y hubo fallas en Twitter. Muchos usuarios alrededor del planeta se sintieron momentáneamente mudos, ciegos y huérfanos, sin un objetivo real en la vida, abandonados a la realidad cotidiana y las acechanzas de los medios de información y comunicación convencionales.

La ducha fría, el azote de la desesperación por la interrupción comunicacional con los contactos y amigos, paralizó la ocupación diaria y continua de muchos opinantes gratuitos sobre todos los temas imaginables, paralizó foros, chats, grupos y expectativas de ser y existir de los fanáticos de la opinión anónima, de los cangrejos digitales que navegan por el mundo del algoritmo sin cara ni nombre, instalados en la comodidad del anonimato declarativo, pero con filias y fobias que abren los caminos de la vacuidad instantánea.

El lado bueno del apagón consiste en haber dejado en claro que el Internet no es infalible ni seguro, además de no ser tan abierto, ni tan democrático, ni tan accesible a todos los contenidos.

De repente, salta a la vista el carácter privado de las redes “sociales”, la preeminencia de intereses económicos y políticos de los grandes grupos empresariales que controlan el espacio cibernético, y la existencia de una especie de centro de control cuyos dominios son la opinión, las modas, el comportamiento social y las prioridades que la gente común considera como propias, además de las causas que deben ser defendidas, y la interpretación “correcta” de los hechos locales y mundiales.

Su opinión y la mía necesitan, para ser conocidas, de la anuencia de alguien ajeno y distante, cargado de dinero y tecnología, que dispara proyectiles de persuasión masiva capaces de destruir las resistencias culturales, morales e intelectuales de sus víctimas, de los más colonizables política y culturalmente.

El apagón deja en claro qué tan dependientes somos de algo que es, esencialmente una herramienta de manipulación masiva, y qué tanto ha avanzado el proceso de domesticación de la humanidad llevado a cabo por el capital internacional y sus sicarios informáticos.

No sería raro que surgieran iniciativas para el desarrollo de redes nacionales libres, ajenas al interés privado que rescataran el sentido de pertenencia nacional, que honraran la cultura y valores de cada nación, sin intromisiones ni deformaciones emanadas de la inmensa cloaca de los intereses transnacionales que, como queda demostrado, se creen con el derecho de marcar la ruta económica, cultural, política e ideológica del mundo.

En otro asunto, ¿el problema del Isssteson se debe a la obsolescencia de la ley, a los sindicatos, a los derechohabientes, o a los avances de la privatización de la seguridad social mediante subrogaciones de servicios y compras con sobreprecio, a la corrupción y al saqueo constante de sus recursos y, en particular, del fondo pensionario?

El gobernador Durazo dijo que no va a patear el bote como las administraciones anteriores, pero no estaría de más que aparte de reconocer los abusos del pasado se establecieran las responsabilidades administrativas y penales de los causantes del daño patrimonial, en vez de buscar culpables entre los directamente afectados.

Recordemos que la seguridad social es un derecho laboral y social cuya tutela corresponde al Estado, por lo que la situación crítica actual no puede ni debe resolverse con el simplismo de los palos de ciego, de los simples juegos numéricos, de las nuevas y viejas complicidades, y el absurdo de dejar al mercado la responsabilidad de la asignación de recursos y soluciones a un problema que estrictamente corresponde resolver a la autoridad estatal. Hora de ponerse las pilas.


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