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miércoles, 17 de febrero de 2021

¿Y cuándo nos vacunaremos?

 

“La gente siempre piensa en medicamentos y vacuna… No hay ganancias en nutrición” (Luc Montagnier).

 

Ya ve usted que las noticias vuelan, que los chismes parecen animados de vida propia y saltan tras de usted desde cualquier hueco de la realidad, que los rumores fluyen como el oleaje dejando una huella de humedad en su memoria.

Ayer nos dijeron que la vacuna no alcanzaría para cubrir a todos; que la Sputnik V era mala y barata y que la FDA (agencia gringa con autoridad sólo en el territorio gringo) no la había aprobado y que Occidente era lo mejor en ciencia y tecnología aplicada a salud y prevención, de suerte que teníamos que ver con desconfianza, incluso asco, los productos chinos y rusos, y con gratitud y complacencia a todo aquello que oliera a europeo o norteamericano.

Ahora los opinantes contra la vacuna rusa buscan afanosamente cómo justificar su oposición hepática hacia ese producto y arguyen que “ahora sí” existe evidencia científica y, sobre todo, reconocimiento occidental sobre su efectividad.


Los que dijeron que México no había hecho contrato con laboratorio alguno para proveer de vacunas a la población, ahora pegan de gritos por considerar que la estrategia de vacunación es mala, deficiente y errática y exigen precisiones, datos, cambios de ruta, autorización para compras particulares y, lo más importante, que se suspendan los proyectos de construcción de infraestructura productiva en materia de transporte y energía (Dos Bocas, Tren Maya y aeropuerto de Santa Lucía) , “porque la prioridad debe ser comprar vacunas”, a pesar de que ya se tiene seguro el número requerido para inmunizar a toda la población y más.

Los intelectuales como Krauze y Aguilar Camín, famosos por lanzar desplegados en la prensa nacional reclamando “libertad de expresión” ahora se revelan epidemiólogos y expertos en vacunas (cuando no en energía y transporte) y proponen medidas que, por otra parte, ya están contempladas en la estrategia nacional, lo que permite suponer que existe una desconexión entre las luminarias a sueldo del viejo régimen y las actuales realidades producto del proceso de transformación en marcha.

Los afanes por descarrilar las obras y propósitos de la actual administración federal consumen el tiempo de nuestros políticos y plumíferos anclados en un pasado que se niegan a entender como una etapa que debe ser superada, en aras de la honestidad y el servicio a la comunidad.

Como se sabe, ahora surgen alianzas entre supuestos enemigos ideológicos y políticos que abandonan sus viejas enemistades para tratar de echar abajo electoralmente al partido del presidente, revelando que son más afines de lo que se suponía y que su actual existencia es una simple mascarada prostibularia.

Pero esa terquedad retrógrada bien puede entenderse si consideramos que somos seres inerciales, de rutinas que van construyendo una zona de confort que puede ser antisocial en la medida en que la conveniencia personal se convierte en norma de conducta, claramente orientada por el individualismo hedonista.

“Si yo estoy bien y puedo conservar aquello que me produce satisfacción, real o virtual, ¿para qué cambiar?” Así, las expectativas de cambio pueden ser dolorosas y repudiables, y una vez identificadas con una persona, grupo o partido, la enemistad y el ataque al nuevo proyecto social se justifica por razones de protección y mantenimiento de la propia comodidad, presente o futura.

Los ataques diarios contra la llamada Cuarta Transformación postulada por el presidente López Obrador representan el motivo de la reacción de los acomodados socialmente dentro de los supuestos del amiguismo, las complicidades y el privilegio que orbita en la corrupción como sistema de equilibrios políticos y económicos.

Pero no somos una sociedad corrupta sino una que ha sido dominada por corruptos que se resisten a dejar ir sus prerrogativas y limitar sus intereses a una sana y republicana medianía, tal como lo planteaba el presidente Benito Juárez.


Lo anterior impacta a todos los partidos, incluyendo a Morena, en la medida en que las viejas prácticas político-electorales predominen (acarreos, reparto de despensas...), o que ahora haya quienes se quieran reciclar o reelegir argumentando méritos y antigüedades antes que apoyar a nuevos contendientes, dejando ver una tendencia hacia el influyentismo y el agandalle, quizá legal pero moralmente cuestionable.

En este contexto, hoy se tienen espacios ocupados por chapulines que llegaron para lograr lo que no pudieron en el PRI o en el PAN, como bien puede verse en el caso de Hermosillo donde la reelección sería poco menos que ridícula, tanto como lo sería saltar desde otra posición a la presidencia municipal por solo hecho de seguir figurando.

En la actualidad, el tema sobresaliente en la agenda pública federal es la vacunación y tanto los gobiernos locales como las empresas buscan protagonismo, y a pesar de que el gobierno trabaja seriamente por proveer lo necesario a la salud pública, los opinólogos y comentócratas como Krauze, Aguilar Camín, Lilly Téllez y demás congéneres se rasgan las vestiduras, berrean y en medio de espumarajos acusan a las entidades públicas responsables y al mismo presidente de no cumplir con las obligaciones que les impone la ley.

¿Cuándo nos vacunaremos? Pues cuando se llegue el tiempo marcado por el Programa Nacional de Vacunación. Mientras tanto se deben observar las recomendaciones de la autoridad sanitaria, aunque también es necesario vacunarnos contra el alarmismo, la estridencia de quienes tratan de aprovechar la epidemia para lucrar políticamente en un alarde de mezquindad vergonzoso y reprobable, cuando lo que se espera es una actitud responsable, solidaria y orientada por el interés nacional.

 

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