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jueves, 21 de noviembre de 2013

Mirando al sur

Por absurdo que parezca, los efectos de un trato coloquial con el imperio nos hacen permeables no sólo a su cultura de violencia y desperdicio, sino a su ideología de segregación y muerte. Por ejemplo, en economía pensamos en los mecanismos de integración no como una asignatura que debemos abordar para el beneficio nacional de la proximidad con el extranjero, sino como una fatalidad integradora de un polo minusválido para cualquier emprendimiento “moderno” y otro que posee el saber y los recursos para aprovechar lo propio y lo ajeno. Tal perspectiva teórica y práctica nos convierte en el elemento subordinado que busca esa unidad extraterritorial como salida a los males presentes y futuros de nuestra independencia y democracia.

Tenemos economistas de proyectos maquiladores, de inversiones extranjeras que llenan los espacios y tiempos locales y regionales configurando la obediencia obsequiosa a los dictados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, privatizando pensiones, fuentes energéticas, sistemas de educación y salud, espacios fronterizos y marítimos, lo que nos permite pensar en que la posesión de playas y valles, tierras fértiles y ricas cuencas hidrológicas, petroleras y mineras sólo pueden rendir frutos mediante la fertilización artificial de la inversión extranjera directa privada, o en los extraños marcos de la inversión público-privada, o en los contratos de usos múltiples, incentivados o de utilidades compartidas, en áreas que de ser estratégicas pasan a convertirse en ventaja para quienes desde fuera compra el derecho de aprovecharse de lo nuestro.

El economista con visión nacionalista que es capaz de luchar en la teoría y en la práctica por un México independiente y soberano, queda reducido a una minoría selecta que investiga, escribe y habla ante audiencias que asisten en busca de catarsis, de espacios libres donde la crueldad de una vida laboral bordada en sangre por las agujas de los organismos financieros internacionales parezca alejarse de momento. Nuestro condicionamiento laboral a los imperativos de la nueva colonización financiera, comercial y crediticia permiten pulverizar el derecho de los trabajadores a una vida digna y erigir en su lugar el monumento funerario de la dependencia profunda a los caprichos del mercado: la tercerización, el outsourcing, pueden ser los nombres de la nueva esclavitud. Obligaciones sin derechos laborales, fraccionamiento de la jornada de trabajo, precarización de las condiciones de vida, ataque mediático constante a los principios y valores sociales y políticos y la más rabiosa transculturación parecen ser las coordenadas del drama neoliberal mexicano.

La operación limpieza que ha emprendido el neoliberalismo nopalero pasa por la memoria histórica que diluye el sentido de las fechas onomásticas como el 20 de noviembre, que se convierte en un desfile anodino marcado en el calendario como un nuevo fin de semana que genera puentes sobre las aguas de la heroicidad nacional: la lucha contra el invasor, la defensa de lo propio, el rescate del patrimonio nacional, la reivindicación de la legalidad, son simples anécdotas que conviene trivializar en la memoria de los estudiantes, formados ahora no para defender la nacionalidad, sino para ser emprendedores y empleados transitorios de las empresas extranjeras que explotan el espacio económico mexicano.

En medio de las campañas publicitarias que nos llevan al “buen fin”, emergen cada tanto los esfuerzos que en otras latitudes de nuestra América realizan los gobiernos nacionalistas congregados en torno a iniciativas como ALBA, que expropian al extranjero recursos como petróleo, minería y banca, para beneficio de sus pueblos. Venezuela, Bolivia y Ecuador, por mencionar sólo tres, nos dan el buen ejemplo.


México acaba de celebrar un aniversario de su Revolución, dos días antes de la fecha verdadera. El 20 de noviembre debe ser un día para reflexionar lo que nos hemos desviado de los objetivos revolucionarios, a costa de qué lo hemos hecho, qué podemos hacer para retomar el rumbo y qué tan dispuestos estamos para afrontar los riesgos. ¿Por qué no volver a llenar las fechas históricas, hoy vacías y ridículas, caricaturizadas por gobiernos anodinos y serviles al extranjero? Sin duda alguna debemos voltear y mirar al sur y participar en las luchas de los pueblos libres que integran la Patria Grande.

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