Ha pasado mucha agua bajo el puente
copetitlano desde la toma de posesión presidencial. Han sido muchas y variadas
las formas de demostración del silogismo sexenal donde el titular del Ejecutivo
es un holograma y la televisión es la creadora de la realidad nacional. Un
ejemplo reciente es el de la peruana Laura Bozzo que se disfraza de rescatista
montada en la parefernlia gubernamental para condimentar un reality show que alimenta la certidumbre
de que “no somos nada” ante el poder de la imagen. Así las cosas, la prueba de
veracidad de un hecho corre a cargo de la televisión nacional en una
incuestionable e indisputada propiedad de la realidad que cuenta con patente o
registro contra cualquier intento de aprovechamiento ajeno a la empresa que la crea
y transmite.
En esta tesitura, ¿puede el ciudadano
común plantar cara a la influencia de la televisión? ¿Es posible disentir de
las verdades reveladas por ese oráculo nacional que crea, da forma y distribuye
ideas, costumbres, prestigio, modas y opiniones sobre casi todo? ¿Tendremos el
valor de defender ese trozo de conciencia que flota en nuestro cerebro de la
inercia contextual en la que nos asfixiamos voluntariamente? ¿Tiene caso
mantener el aparato educativo cuando puede entrar en contradicción con los
mensajes de las televisoras?
Al respecto, parece que la
contradicción se resuelve a favor de las empresas mediáticas, ya que el poder
copetitlano se transfiere por vía de las microondas que emanan de las antenas
propiedad de los señores Azcárraga y Salinas y, en consecuencia, la labor de
los maestros se contrapone flagrantemente a la de los locutores asalariados de
las empresas que aquéllos dirigen. ¿Cómo se resuelve esta contradicción de
intereses y prioridades en Copetitlán? ¡Muy fácil! La sabiduría copetitlana
funciona según los principios de Pavlov y el estímulo televisivo genera una
respuesta contundente: la “reforma educativa” debe servir para eliminar la
competencia desleal que representa la labor docente, ya que distorsiona y
desvirtúa los mensajes emitidos mediante ataques masivos de cultura general,
historia, valores cívicos y conocimientos científicos, entre otros contenidos
funestos para la labor mediática abierta o de paga.
¿Qué mejor forma de tener a raya a los
maestros si no es que mediante el temor de ser fulminados por una evaluación
estandarizada y sin contexto? ¿Cuál puede ser mejor mecanismo de control
docente que el que afecta directamente su permanencia en el empleo? ¿Por qué no
centralizar la operación del sistema educativo y hacer de este un simple
reproductor de la ideología de la OCDE, el FMI y el Banco Mundial, en vez de
aquella emanada de la historia patria y sus luchas por la soberanía y las
libertades nacionales? ¿Para qué queremos un pensamiento libre y científico si
nuestro destino neoliberal manifiesto es el de ser colonia de explotación
energética? ¿Para qué se necesita cultura y tecnología nacionales en un país
maquilador?
Si el mercado es limitado y la
absorción de la fuerza de trabajo depende de la demanda de bienes importados, o
los producidos por las maquiladoras extranjeras, ¿para qué producir técnicos de
mediano y alto nivel? ¿Qué haríamos con los egresados de las universidades
verdaderamente autónomas formados en valores nacionales y principios
científicos sólidos, siendo que lo que se necesita es televidentes acríticos
del reality show de moda que nos
revele las asombrosas acciones de sus conductores frente a los estragos de
inundaciones, terremotos, tornados, o actos de terrorismo internacional? ¿Para
qué sirve la educación pública si se puede ofrecer la debidamente producida y
editada por los medios electrónicos privados?
En este sentido, resulta lógico que el
gobierno copetitlano haga su tarea de desmantelar el aparato productivo
nacional mediante la liquidación de empresas y patrimonio que supongan una
ventaja estratégica para la nación. Por eso se destruye la economía campesina,
la posibilidad de desarrollar la industria, el comercio, la banca y el crédito,
y con más razón los recursos energéticos y científicos nacionales. No vaya a
ser que los consorcios extranjeros de la industria químico-farmacéutica,
agro-alimentaria, automotriz, pesquera petrolera, eléctrica entre otros, se
vayan a declarar decepcionados y ofendidos por los arrebatos de independencia y
soberanía que pudieran surgir en el país. Desde luego que el peor enemigo a
vencer es aquel que permite ver y juzgar la realidad tal cual es. Por eso la
reforma educativa y la criminalización mediática a los maestros.
Con las “reformas estructurales” recomendadas
por los organismos financieros internacionales, el sistema económico
internacional podrá recibir una bocanada de aire fresco desde la periferia, y
el enfermo ligeramente muerto en su fase neoliberal podrá disimular las fétidas
emanaciones de su descomposición gracias a naciones como la nuestra, que sudan
calenturas y lloran muertes ajenas, gracias a la educación que proporciona la
tele, siempre presente y, sin embargo, tan ajena a nuestra realidad e
intereses.
En el universo copetitlano, la honestidad
y la objetividad son reos de herejía que merecen ser reprimidos y re-educados
por la señorita Laura, Adela Micha, López Dóriga, Carlos Loret y otros de la
misma ralea. La razón es simple: sólo la verdad es revolucionaria.
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