“La soberanía no se vende, se defiende” (frase política actual).
Mucho se habla sobre la defensa del patrimonio y la soberanía. Mucho se espera del gobierno que ha prometido la regeneración nacional sobre la base de un apoyo popular amplio y convencido, independientemente de los prietitos en el arroz nacional.
La afirmación de que “nosotros no somos iguales”, de que no somos los mismos a pesar de que la “mismitud” a veces requiera de ciertas puntualizaciones y no pocas aclaraciones coyunturales, que se vierten en las playas y médanos informativos para jolgorio y consumo de creyentes y descreídos.
Así que, entre dimes y diretes, construimos diariamente la epopeya nacional que cruza el océano informativo, rasca en la memoria y vierte tanto veneno como mieles en la conciencia ciudadana. Lo esencial es no perder la noción de ser y estar en movimiento, dejando huellas y pistas que nos definen y en cierto modo nos determinan.
Nuestros vecinos güeros y problemáticos luchan por ser ese personaje avezado y ambicioso que con mirada iluminada reparte golpes, se apodera de lo que se le antoja, rompe reglas e impone otras, funciona por capricho o porque tiene la convicción de que fue tocado por Dios mismo, igual que el llamado pueblo judío, para regir América y gobernar el mundo.
La peregrina idea de ser el único país indispensable y asiento privilegiado de la democracia y las libertades ya es de por sí revelador de una mentalidad acrítica, paranoide y mitómana, porque es autocomplaciente e incapaz de juzgar ética y moralmente sus actos debido a esa supuesta superioridad.
El lameculismo de muchos países de América y el mundo es patético y revelador de las bajuras de un sistema basado en la depredación, el chantaje y la violencia; sin embargo, seguimos alimentando la idea de la superioridad extranjera en el supuesto de que estando alineados tenemos la posibilidad de progresar y ser libres. Nada más falso.
El objetivo imperial es apoderarse de los recursos naturales y ventajas geográficas de la periferia, así como decidir el rumbo de sus asuntos económicos y políticos, mediante la coacción económica, política, militar y una presión mediática continua sobre la identidad cultural.
Lo más grave es que países como México acepten limpiarse con la soberanía nacional, aceptando proyectos cuyo beneficio claro y evidente es para Estados Unidos, a costa de nuestra salud ambiental, dignidad y desarrollo económico.
Pongo por ejemplo el “Proyecto Saguaro Energía”, que traería gas texano desde la frontera y cruzaría México hasta la costa sonorense, desembocando en el mero golfo de California, sueño húmedo de los gringos (https://shre.ink/qjsr). Otro caso es el de la posible planta desaladora en Puerto Peñasco que surtiría agua a Arizona, vaciando los residuos salinos también en el golfo de California (https://shre.ink/qjpU).
Aquí Sonora permitiría el acceso extranjero al golfo y quedaría como omiso en la protección de su biodiversidad y como reserva de recursos para Estados Unidos, incurriendo en una grave violación a la Constitución.
Es claro que el objetivo del norte es meter un pie en el golfo de California, proyecto acariciado desde hace tiempo por Washington, como una especie de mar interior (cabe recordar que los gringos consideran Puerto Peñasco como la playa de Arizona), con lo que se generaría un área de interés estratégico para su aparato militar y actuaría como elemento de presión bajo el supuesto de la seguridad nacional.
Resulta verdaderamente alarmante que la doctora Claudia Sheinbaum no vea el riesgo que corre el país al dar entrada a estos proyectos basándose únicamente en vagas consideraciones técnicas, sin reparar en el hecho de que aquí de lo que se trata es de un juego de poder geoestratégico en el que México no debe ser un patio de maniobras logísticas al servicio de intereses extranjeros.
Suena escandaloso que las costas sonorenses pasen a formar parte del inventario de recursos de una potencia caracterizada por su inescrupulosa y abusiva relación con quien se deja abusar, y que tal aberración se pretenda justificar con ridículos argumentos de posibles beneficios comerciales.Si realmente “a México se le respeta”, y “no somos piñata de nadie”, empecemos por poner un límite o, más bien, hacer valer el límite que la propia Constitución pone a los avances del extranjero, y las aguas del Mar de Cortés son aguas interiores mexicanas.
Más allá de la viabilidad técnica de los proyectos, el meollo del asunto está en las experiencias históricas de México en su relación con el norte. Está en el espíritu y la letra de la Constitución. Está en la defensa irrenunciable a la integridad territorial y la defensa de la soberanía nacional.
Es importante no perder el rumbo y mantener firme una posición soberanista antes que globalista. Es absolutamente necesario reivindicar la inviolabilidad del territorio y los intereses nacionales, por más que haya proyectos ecocidas y coloniales que indebidamente hagan cuentas de recursos que no son suyos porque son nuestros.

