Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

sábado, 27 de septiembre de 2025

FACHADAS CONMEMORATIVAS

 “Si queremos que las cosas sigan como están, las cosas tendrán que cambiar” (El Gatopardo).


Ya ve usted que a cada santo se le llega su día, de manera que hablar de las feas experiencias nacionales en eso de la guerra sucia, la eliminación selectiva de opositores al régimen, el vacío informativo y la amenaza verbal y física a los salidos del huacal, ahora en los anchurosos tiempos de la democracia cuatroteísta, es posible.

Desde luego que el ejercicio de la libertad de expresión y de información debe ser responsable, correcto, moral y empático, porque aprovecharse de la apertura y las garantías que protegen la verdad es un jodido abuso.


Recientemente se conmemoró el aniversario 60 del asalto al cuartel militar de Madera, Chihuahua, en el que murieron 8 de los 13 atacantes, lo que dio el nombre a una de las organizaciones guerrilleras pioneras de la insurrección popular, la “Liga Comunista 23 de Septiembre” (LC23S), integrada principalmente por maestros, campesinos y estudiantes.

La LC23S adoptaba los ideales de los asaltantes del cuartel, de oposición combativa contra los abusos de los capitalistas que se apoderaban de tierras y su riqueza maderera, lo que constituía una amenaza constante para la vida y patrimonio de los lugareños.

El pueblo encontró en los movimientos guerrilleros una respuesta necesaria y obligada frente al gobierno de la burguesía, en el que la ley era objeto de comercio y de influencias, sirviendo de muro de contención a las demandas populares, mediante la demagogia o la represión.

A la muerte física se añadió la muerte simbólica al arrojar a una fosa común a los insurrectos, según órdenes del gobernador de ese tiempo, el priista Práxedes Giner Durán, quien exclamó “¿Querían tierra?, ¡échenles hasta que se harten!”  Anonimato y silencio, silencio y olvido por instrucción superior.    

Actualmente se rescatan los nombres y los hechos, incorporándolos al santoral nacional que se nutre de los excluidos del pasado, como una suerte de reencarnación cívica de los luchadores en un giro retórico que parece cambiar la esencia del pasado por la tersura onomástica del presente.

Aplaudimos, pero pocos reparan en el hecho de que los muertos de ayer cayeron por las mismas razones que criticamos hoy. Seguimos teniendo empresas nacionales y extranjeras sangrando el territorio, extrayendo agua y minerales para su provecho, contaminando el aire, la tierra y el agua, favoreciendo el abandono, la ruina y el saqueo impune de las comunidades.

Hoy como ayer, las empresas “que invierten y generan empleos” se cobijan en la promesa de prosperidad para el olvidado sur, o de contribuir a la fortaleza de una región económica fuerte y competitiva en el norte del país, de cara a otros bloques comerciales, otras mentalidades y otras maneras de entender el comercio y el progreso, pero en una óptica multipolar.

Me parece, sin negar los avances, que la mejor forma de honrar a los luchadores del pasado que clamaban por tierra y libertad, por igualdad y progreso, sería dejar de favorecer al capital transnacional, desarrollar estructuras productivas regionales, atender los reclamos de las comunidades, ahondar en el conocimiento de las prácticas agrícolas tradicionales, respetar la naturaleza y trabajar en armonía con el ambiente, sobre la base de aprovechar racionalmente nuestros recursos y capacidades.

Arrasar con los bosques madereros por codicia, comerciar con el agua, contaminar ríos por ambición y poner en peligro la biodiversidad son actos infames de agresión contra la naturaleza y la vida.


En el pasado los obreros y campesinos se levantaron por desesperación, porque el sistema ni los veía ni los oía. Ahora, en pleno relanzamiento de la democracia participativa, hay campesinos, obreros y empleados que siguen reclamando algunas migajas de atención, sin condescendencia, sin demagogia, sin frases consoladoras, pero con la seriedad y el respeto que merece el pueblo.

Hoy conmemoramos las fechas, los onomásticos, las figuras de bronce, de mármol y el oropel de los reconocimientos del gobierno que garantiza la estabilidad del sistema. Ayer, los muertos de Madera se levantaron contra el sistema y fueron reprimidos por el gobierno. Hoy los campesinos siguen reclamando justicia ambiental y productiva, como consta, entre otros, en el Río Sonora, Bacanuchi y San Miguel, o en la bahía de Ohuira, en Sinaloa.

¿Vamos a esperar a ver que quienes se levanten contra los depredadores territoriales y delincuentes ambientales sean arrojados a la fosa común de la inexistencia social y política? ¿Seguirá el gobierno ignorando los reclamos de quienes se opone a las tres presas y el agandalle inmobiliario?


Hoy se reconoce la guerrilla del pasado como si fuera el antecedente de un gobierno que se considera progresista, obviando el hecho de que la lucha revolucionaria busca transformar y atacar la raíz de los problemas sociales, mientras que el progresismo de hoy supone avances, pero dentro de los límites del sistema.

Es, en esencia, reformista, porque no busca el verdadero cambio sino los retoques de fachada que empiezan y generalmente terminan en el discurso, y el sistema no cambia más que de apariencia.

Conmemoramos los 60 años del asalto al cuartel de Madera, y hemos cambiado presumiblemente de régimen, pero no de sistema. Pongámonos cómodos y esperemos o, ya por hartazgo, actuemos en consecuencia.


jueves, 11 de septiembre de 2025

PUEBLO INVISIBLE, PUEBLO BIOMBO.

 

“Somos, o no somos” (pregunta existencial).

 

El pueblo de Sonora ha alcanzado un nuevo hito en su historia de invisibilidad posrevolucionaria, una nueva marca de no existencia que nos coloca en el plano de la zombificación democrática y transformadora.

Sucede que existen planes en marcha a punta de millonarias inversiones en infraestructura hidráulica, energética, portuaria y demás que saben a triunfo anticipado en la carrera por la modernidad y el combate al carbono.

Con plena conciencia ambiental se proyectan grandes parques solares donde la siembra de paneles suple cualquier otro cultivo, lo que parece no impactar en las rutas, hábitos y vida de la fauna regional, ni en la expectativa de saneamiento y disposición de chatarra cuando de manera natural o accidental las estructuras dejen de funcionar y agoten su vida útil.

Sin embargo, la vocación agrícola de las tierras pudiera honrarse mediante innovación tecnológica que ofrezca el aprovechamiento cabal del suelo y el agua, de cara a mercados reales y potenciales regionales, nacionales y quizá internacionales. También pudiera planearse la instalación de parques solares en porciones de terreno que no afecten la biodiversidad y la forma de vida de los pobladores.

Los costos de la modernidad, de la puesta al día y de la vanguardia regional quizá valen, o no, la acumulación de desechos tóxicos en el proceso de obtener energía limpia, lo que amerita serias valoraciones técnicas, logísticas, financieras y ambientales. Como que vale la pena contar con un estudio y plan alternativo de disposición de chatarra energética que enfrente los riesgos de contaminación ambiental y desertificación del terreno.

Si dejamos de lado estas consideraciones, pudiéramos centrar la atención en otro aspecto, como el papel de Sonora y México en las líneas de inversión estratégicas de nuestro vecino del norte. ¿Somos patio de maniobras logístico de los gringos? ¿Debemos ver con fundada reserva la modernización portuaria y la instalación de una planta de licuefacción de gas texano en las costas de Sonora para exportar a Asia?

¿Somos rehenes de empresas como Grupo México? ¿El gobierno es cómplice, palero y facilitador de la expansión minera tóxica e impune? La experiencia de la contaminación del río Sonora y Bacanuchi hablan en forma elocuente sobre el particular.

Los pobladores ribereños, incluido Hermosillo, han sido los resignados receptores de generosas dosis de atole suministrado por autoridades locales y federales, sin prisas, pero sin pausas desde hace 11 años. 

Han venido a “supervisar” remediaciones fallidas, clínicas inoperantes y vertido una cantidad navegable de saliva en forma de promesas de cura y justicia para el río Sonora que ya suena como el cuento de los elefantes pendientes de la tela de una araña.

El caso es que ahora tenemos un megaproyecto donde resuenan las fanfarrias, el bombo y el platillo con tonos transformadores: el plan hídrico que cambiará la faz estatal, que implica tres presas que contendrán el agua de la que carece el río Sonora.

Los pobladores ribereños señalan que los impactos de la construcción de la presa El Molinito dejó sin agua a los pueblos río abajo, por la simple y lógica razón de que la obra sirvió de tapón a los escurrimientos y a la alimentación de los mantos acuíferos.

El problema es que la administración del agua sirve de telón de fondo del acaparamiento y las concesiones a modo, donde entidades privadas como Grupo México se atasca viendo que hay lodo, convirtiéndose gracias al gobierno en un acaparador del recurso y una verdadera patada en el trasero del productor rural.

El desequilibrio entre la flaca economía rural y la gordura extractiva, generan e incuban inconformidades sociales y políticas que terminan nublando el panorama social de la región. Tenemos peces gordos frente a sardinas y charales disputando el estaque que construyó el estado “para beneficio del pueblo”.

El Plan Hidráulico huele a lo mismo que las megaobras en una región donde hay un polo dominante de usuarios y una periferia que sobrevive a duras penas.

Básicamente, el pueblo a la hora de protestar es invisible y sus razones se evaporan en el desierto de la consideración pública, pero sirve de biombo argumental al declarar las maravillas de la obra, lo cuantioso de la inversión y los beneficios que tendrá la gente que sin protestar se ve más bonita. El biombo retórico oculta al pueblo que se retuerce y sólo permite ver la cara amable del poder que dispone y concede.

La denuncia y el reclamo ciudadano se convierten en “rumores”, la fatiga y el hartazgo chocan contra el ninguneo sistemático del funcionario, del gobernante que es legalmente mandatario y no mandante. Los pueblos ribereños de Sonora lo están teniendo muy claro.

En este mundo al revés, los patos les tiran a las escopetas, los gobernantes “ayudan” al pueblo que los eligió y les dio el mandato de honrar la constitución y servir al pueblo. Este enrevesamiento define cuán atrasados estamos al reproducir los modos cortesanos, a satisfacer la necesidad de adorar a ídolos de barro que el mismo pueblo fabricó y puso en el altar político estatal y nacional.

Parece que estamos reproduciendo la máxima del despotismo ilustrado del siglo XVIII: “todo con el pueblo, pero sin el pueblo”. Aquí el pueblo es el centro de los discursos, pero sólo sirve para aplaudir al poder, porque protestar y señalar es un pecado político mortal. En cualquier caso, la solución es que cada cual cumpla con su deber legal, cívico y político, y que, sin mamadas, honre su compromiso con el pueblo soberano.

 

 

viernes, 5 de septiembre de 2025

¡QUE LLUEVA, QUE LLUEVA!

 

“El agua es vida” (sabiduría popular).

 

Cuando nos estábamos convenciendo que el infierno, llegado el momento, nos daría bola porque para calores los nuestros, y que las temperaturas calcinantes junto con la ausencia de agua convertida en causa de deshidrataciones, soponcios y vahídos nos colocan en la antesala de céntrica funeraria con planes capaces de reventar al presupuesto más fondeado, resulta que llueve.

La lluvia calma momentáneamente las arideces de una zona geográfica caracterizada por sus cambios en el patrón productivo desde que la civilización trajo consigo las maravillas de la urbanización con cargo a la salud ambiental e hidrológica del entorno, y da nueva vida y refresca la tierra y el paisaje para mostrarnos el perfil ocultó de la naturaleza antes de los fraccionamientos y el uso abusivo del cemento, la desviación de ríos y arroyos, la construcción de presas y represos privados y el agandalle impúdico del agua.

La ciudad crece sobre las resequedades acumuladas por una mala administración, sobre la violación de las normas y preceptos éticos que dicen que el líquido debe ser prioritariamente para uso humano y que es un bien social, no una mercancía. Sin embargo, la mancha urbana es el lienzo donde se dibuja la tragedia del desperdicio gracias a las tuberías reventadas, el derrame insidioso de las aguas negras, los olores fulminantes de la putrefacción, la dotación selectiva y la indolencia chucatosa de los gobiernos estatales y municipales con intereses mercantiles privados antes que públicos.

Las calles lucen con baches que revelan una mala pavimentación, o su abandono pernicioso. Cicatrices de indolencia y valemadrismo público que acalambra a los automovilistas y pone en peligro a los de a pie. Cráteres, socavones, hoyancos, hundimientos que deprimen el tránsito y documentan una forma poco escrupulosa de ejercer el presupuesto, de evadir el cumplimiento del encargo municipal, de pasarse por el forro las necesidades ciudadanas en el más elemental de los niveles.

Deseamos la lluvia y vemos con esperanza la formación de nubes. Envidiamos a quienes ven sobre sus cabezas la acumulación de vapor de agua que, eventualmente, terminará precipitándose para mojarlos, para recargar los mantos acuíferos, para llenar las presas que, finalmente, taponan el libre flujo de los ríos y afluentes naturales.

El agua se concentra en la obra de infraestructura hidráulica beneficiando a quienes cuenten con un canal, tubería o artilugio que conduzca el líquido hacia los terrenos de la mina, el rancho, la explotación “que genera empleos” y dinero privado, entre las que destacan los fraccionamientos, los desarrollos habitacionales para clientelas clasificadas VIP que marcan el horizonte del progreso y pujanza de la ciudad, como escaparate que atrae inversiones e intereses locales y foráneos.

El agua de las presas termina siendo la parte sustancial del menú que se sirve a las empresas extranjeras, a las transnacionales explotadoras de recursos que, siendo nuestros, se ponen en las vitrinas que exhiben las ventajas de invertir en nuestra ciudad y estado. Es el objeto líquido del deseo, la nueva y definitiva mercancía que hace posible la explotación de otros recursos como los mineros (oro, plata, cobre, litio), que, según se dice, generan empleos, progreso… y exclusión selectiva.

La lluvia nos refresca el ánimo y borra un poco la mancha de la marginación ciudadana, de la concentración de beneficios en favor de los exclusivos miembros del sector inmobiliario que lo mismo acaparan tierras urbanas que rurales, que igual desvían un río que hacen cuentas alegres de los terrenos de una presa al borde de la “desincorporación”.

La lluvia es esperanza, pero cuando la fuerza de la naturaleza no es acompañada de las previsiones urbanas necesarias, se convierte en desastre, en el repunte de nuevas tragedias urbanas, de encharcamientos, derrumbes, ablandamiento del terreno, deslaves, ampliación de los baches existentes y creación de otros.

La codicia, la mala administración, la falta de transparencia, la poca madre y la disposición de bienes públicos para satisfacer negocios privados, arruinan el entusiasmo pueril de la lluvia, opacan el canto gozoso de los niños que piden a la virgen de la cueva que llueva, que llueva…

Visto en perspectiva, tenemos los baches que merecemos, tanto como los derrumbes de techos y paredes, las fugas pestilentes, las tuberías rotas, los tandeos disfrazados de “fallas temporales” y la poca presión que impide el llenado de los tinacos, problemas que enfrentamos un día sí y otro también.

Vivimos en un bache urbanizado, en la ribera de un río contaminado que puede estar al borde de la desaparición, considerando la amenaza de tres presas más y un acueducto o cosa parecida, por lo que nos preguntamos, ¿con qué agua piensan llenar las presas? ¿De dónde viene ese fuerte olor a dinero si no es que de una empresa minera que se expande y lo traga todo? ¿Qué va a pasar con las comunidades ribereñas de Sonora?

El agua de la lluvia cae, fluye, penetra en la tierra, pero resbala en el pavimento que, eventualmente, se agrieta y colapsa. El ciclo de la vida parece estar expuesto a ser canalizado, controlado y monetizado por agentes públicos y privados de turbia calaña neoliberal… pero dicen que el pueblo es sabio. Esperemos.