“Ponga la basura en su lugar” (frase de campaña sanitaria).
La
academia universal del eufemismo recomienda no emplear palabras que reflejen
exactamente lo que queremos decir, de tal manera que el significado quede al
libre juego de la interpretación. Así pues, se eliminan o sustituyen palabras
por otras parecidas pero anodinas en el contexto, se usan signos ortográficos y
emoticones, se modifican palabras o expresiones donde los referentes culturales
el lector hacen las veces de intérprete del significado, de corrector de estilo,
de oráculo y guía, todo en el paquete de la libertad de expresión y la libertad
de información que supervisa Meta (Facebook) y similares (el chiste se cuenta
solo).
Anclados en la corrección política se deja de lado la corrección semántica, la gramática y, ya entrados en gastos, el sentido común. Interactuar en las redes sociales supone pasar con disfraz frente a la puerta de “las reglas de la comunidad”, de los verificadores de noticias, de la nueva santa inquisición conceptual e ideológica que anida en la plataforma y en los propios asiduos seguidores de páginas, chats, portales y cualquier cosa publicada que sirva de pretexto al lucimiento personal y marco de alguna opinión “experta”.
¿Que matan, destripan y machacan a 200 palestinos en una nueva jornada de las fuerzas de Israel puestas en modo exterminador de Auschwitz? No pasa nada. ¿Qué los gringos tunden a bombazos a pueblos al otro lado del mundo, y dicen que por seguridad nacional? No hay problema. ¿Qué dan asilo a un grupo familiar ligado al narcotráfico a pesar de haberlos declarado “terroristas” y que “no negocian” con ellos? Nada que comentar. ¿Qué trafican con armas y son un país de adictos? Culpa del vecino.
De repente nos enteramos en medios masivos de comunicación (sic) de campañas de babeante estupidez lanzadas por organismos internacionales como la ONU, la OMS-OPS como voceros de Open Society, Foro Económico Mundial, Bill Gates o la chatarra llamada FMI, con recomendaciones sobre salud, finanzas, costumbres, cultura, negocios, familia, sexo y demás, cuyo propósito es reformatear la mente de la sociedad, empezando por la gran periferia política y económica en la que está el conjunto de países traspatio de alguna potencia imperialista “salvadora” de la humanidad y los valores occidentales.
En aras del “libre desarrollo de la personalidad” se diluyen las premisas de la identidad y el juicio crítico, incluso de la autoestima basada en el anclaje social que parte de la familia, la escuela, el trabajo y las referencias que establecen sus interacciones. En este marco, separar al individuo de su contexto cambiante y diverso es un salto a la imaginación, a la fantasía de creer ser lo que en los hechos sociales, materiales y culturales no se es. El engaño tiene sus propias criaturas.
En una sociedad dominada por el eufemismo y la manipulación autocomplaciente de los conceptos, se elimina por necesidad de capacidad de crítica y autocrítica, se fragiliza y parcializa la percepción de lo propio y se termina asumiendo el papel de víctima, de permanente agredido y objeto del insulto y la marginación por culpa siempre de otros.
No somos lo que somos sino lo que queremos o creemos ser; la verdad y la realidad son ofensivas, angustiantes y terribles, así que se opta por la posverdad y la posrealidad. Desaparece la historia y tenemos la poshistoria, como la nueva verdad consagrada por la sapiencia académica del mundo anglosajón, que derrama su buena nueva en la prensa tradicional y la virtual, en los foros universitarios y en el mundo laboral.
La masacre de palestinos en la franja de Gaza, los negocios de EUA en Medio Oriente, en Ucrania, en el este hasta el mar; el control mental a través de la normalización cinematográfica y social del abuso, las drogas, la delincuencia organizada, la corrupción generalizada y administrada por las agencias de seguridad “nacional”, las embajadas y las inversiones productivas del dólar, son las huellas profundas del imperialismo en tiempos de horizontalidad y uniformidad conductual. La historia se reescribe al gusto e interés geopolítico del norte global. Aquí la primera víctima es el lenguaje y la verdad, luego la memoria y la idea de mundo y sociedad.
Ante la hemorragia masiva que sufren algunas regiones por causas extractivistas y de control de espacio y recursos, ¿hasta dónde puede llegar la tolerancia e indiferencia mundial? La ONU, la OMS, la OEA entre otros, son organismos parasitarios al servicio del gran capital, del gran negocio de la guerra, de la enfermedad y de la muerte. Su vocación es la nulidad, el servir para nada más que el engaño y la distracción, y en esa labor se sirven de la ignorancia, del miedo y la intranquilidad, gracias a la presencia mediática que tienen a escala mundial.
El reparto masivo de estupideces crea conciencias falsas de la realidad de la cual prescinden, votan por el discurso supremacista y la exclusión racista; postulan la xenofobia y el genocidio como legítima defensa y el inmigrante no se ve como el motor de su economía, sino la decadencia de la blanquitud y la pureza racial.
Los tratados y acuerdos de libre comercio actúan como cadena y mordaza, haciendo que las expectativas liberadoras de las economías periféricas sean encapsuladas y extirpadas por razones de “seguridad nacional”, porque ¿cómo permitir el “bienestar” si no es a cambio de la soberanía?
Algunos ven como una utopía que México y el Sur Global puedan ser libres y soberanos, capaces de planear su desarrollo. Dependen tanto emocional e intelectualmente del norte que no conciben una economía propia, con lazos históricos y políticos de correspondencia y complementariedad con Iberoamérica y el Caribe, con una visión multipolar y soberanista.
Debemos iniciar la lucha por el lenguaje objetivo y preciso, la autoestima basada en las realidades de nuestra historia y logros, sin desviaciones y perversiones semánticas, con fe en nuestro propio futuro. Seamos lo que somos, sin fantasías.