Los tambores de guerra se oían sonar
desde hacía días y el ambiente se cargaba poco a poco de electricidad, como
esperando el rayo y el trueno de lo que hoy es una institución paralizada en
sus funciones académicas y administrativas. Algunos dicen que no debió de
estallar la huelga en la Universidad de Sonora, otros ven como algo que tenía
que suceder a juzgar por los signos y síntomas previos al suceso.
Como si en Sonora no tuviéramos
bastante con un gobierno gastador pero al mismo tiempo omiso en sus
obligaciones financieras que huele a tomadura de pelo y a chamusquina política,
ahora resulta que algunos estudiantes se amparan contra el sindicato que
estalló la huelga, aunque, aclaran, no es que estén contra los trabajadores
sino que reclaman su derecho a la educación.
Sucede que nadie les regatea ese
derecho y su disfrute está claramente entendido entre los sindicalistas que lo
reivindican y reconocen la importancia de una buena educación. Nadie excluye a
los estudiantes y si hay una lucha es porque la institución universitaria
cuente con las mejores condiciones para el cumplimiento de su misión.
Resulta caprichosa y ofensiva para los
trabajadores que los usuarios de los servicios que la institución proporciona
no se enteren de que hay alguien que los hace posibles. La secretaria, el
empleado de intendencia, de mantenimiento, los choferes y el personal de los
talleres como la persona encargada de atender y poner al día los expedientes
escolares y, sin duda los miembros del personal académico, forman parte de la
larga cadena que permite que la idea institucional llegue a la realidad y rinda
sus mejores frutos.
Decir que no se está en contra de los
trabajadores y al mismo tiempo rechazar sus medios de lucha y su legítimo
derecho a manifestar su inconformidad con la política neoliberal que asume la
administración es, por lo menos, síntoma de disonancia cognitiva, cuando no un
acto quizá inconsciente de apoyo a la administración, tanto la universitaria
como la estatal y federal, claramente en contra de los derechos laborales aún
vigentes.
Si los trabajadores afiliados al STEUS
llevaron a cabo un paro de labores que ocasionó que les fuera descontado el
día, lo hicieron en estricto apego a los medios de lucha sindical que permite
la ley. En este contexto, el descuento se reduce a una forma económica de
represión que tiene, como lo estamos viendo, graves consecuencias políticas por
cuanto enrarece el ambiente de la negociación entre las partes y crispa el
ánimo de la parte laboral ante lo que se considera un acto de prepotencia y
poca disposición al diálogo de la parte patronal.
Se acusa a los trabajadores de
“secuestrar” a los estudiantes porque resultan ser el medio de presión
tradicional para ablandar a la parte patronal en la negociación, pero ésto con
mayor razón pudiera decirse de la
administración estatal y universitaria que se rasgan las vestiduras por los
pobres estudiantes que se quedan sin clases. De hecho, el peso de los 30 mil
estudiantes recae sobre los lomos de los trabajadores de acuerdo con las
consideraciones simplistas de las autoridades, sin que se les ocurra reconocer
que también tienen parte de responsabilidad en este problema y que quizá sea
la actitud de las autoridades la que
está ocasionando un diálogo de sordos: decir que “no cederemos” ante la presión
sindical es tanto como proclamar el coloquial “ahí se la echan”. De ser así,
¿dónde está el ánimo de negociar?, ¿cuál es la disposición a resolver de manera
civilizada, política, una situación en la que todos tienen parte? La prensa
también debiera enfocar este aspecto.
Los pronunciamientos anti-laborales tanto
del gobernador Padrés (responsable del mayor desfondamiento del erario estatal)
como del visitante Secretario Emilio Chuayffet, (conocido represor en Acteal),
dan cuenta de la ridícula pretensión de hacer invisibles a los trabajadores,
ocultándolos tras el telón de los estudiantes sin clases, y haciendo retroceder
la historia laboral mexicana al tiempo de Porfirio Díaz.
Aquí la pegunta obligada es, ¿por qué
el rector de la Universidad se empeña en aparecer como parte de la cargada
contra la clase trabajadora?, ¿tendrán idea los estudiantes de que al oponerse
a las acciones propias del ejercicio de los derechos de los trabajadores, avalan
la política anti-sindical del régimen?, ¿tiene siquiera idea de que mañana o
pasado ellos mismos estarán en la mira de la clase patronal y que seguramente
reclamarán el respeto a sus derechos mediante el recurso de paro, huelga u otro
tipo de movilizaciones que, por lógica y derecho, ocuparán parte de los
horarios laborales de la institución donde trabajen?
Sería deseable que los estudiantes
decidieran, en todo caso, apoyar a los trabajadores para acortar el tiempo de
solución del conflicto, en un acto de solidaridad con quienes hacen posible que
la casa de estudios funcione como merece el pueblo de Sonora. No estaría mal
una actitud respetuosa que los pondría a salvo de ser manipulados por las
autoridades. Sería, por otra parte, un acto de elemental justicia.
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