Supongo que el acucioso lector sabrá
que tras un primer intento preparatorio el diálogo entre administración y
sindicalistas universitarios finalmente hubo la reunión en la que la
representación del rector corrió a cargo de la señora Magdalena González
Agramón quien en el carácter de Secretaria General Administrativa se presentó
con la respuesta al oficio girado por el sindicato STEUS donde se plantearon
los recamos de los trabajadores, y la respuesta de las autoridades arrojó el
mismo resultado que hace un mes, es decir, nada.
La señora representante del
representante legal de la institución, es decir del rector, continuó con la
tónica de no ceder en ninguno de los aspectos planteados por su contraparte,
haciendo gala de inflexibilidad thatcheriana y garantizando en consecuencia que
el conflicto seguirá sin visos de solución.
Lo anterior permite suponer que la
disposición de las autoridades de dialogar no tiene ninguna otra finalidad más que
la de generar expectativas entre los afectados que, aparte de los trabajadores,
incluye a los estudiantes, prestadores de servicios y microempresarios que
dependen del funcionamiento de la Universidad para el desarrollo de sus
negocios. Tan es así que los vendedores de hot-dogs,
tacos y demás productos gastronómicos de venta callejera en la periferia
universitaria han manifestado su preocupación por tan importante fuente de
ingresos; lo mismo puede decirse de los transportistas urbanos que ven
descender su pasaje diario y, por ende, sus ingresos.
Otro sector afectado por la huelga es
el de los establecimientos privados que proporcionan hospedaje y/o alimentación
a los estudiantes, ya que las casas de asistencia empiezan a resentir la baja
en el flujo de efectivo a que los tienen acostumbrados los usuarios de sus
servicios. Lo mismo puede decirse de los expendios de cerveza y cigarros que
por las mismas razones sufren una disminución en el consumo de sus productos
debido a que el aforo de clientes por esa y otras razones se hace más lento.
La ciudad capital luce más apagada y
el bullicio típico de una concentración urbana del tamaño de Hermosillo
experimenta un cambio de ritmo, como si de repente bostezara en medio del
letargo de un día sin matices como advertencia de que aún está viva y
expectante. El aburrimiento o el enfado por la falta de noticias alentadoras
calan profundo en quienes mantienen relaciones con la Universidad y el anuncio
de marchas y manifestaciones apenas logra una ligera distención en la inercia
cansada de la negociación frustrada y sin avances.
En los corrillos universitarios se
consideró que la reanudación de las negociaciones era una buena oportunidad de
limar asperezas y avanzar por la ruta de los acuerdos, pero es innegable que
estos encuentros debían tener como ingrediente principal la buena voluntad de
las partes. Lo triste del asunto es que al llamado al diálogo de los
trabajadores se ha respondido con una actitud rígida, burocrática y francamente
repelente a toda posibilidad de distención. Lo anterior es lamentable ya que
parece que el acercamiento entre los involucrados no tuvo otra finalidad más
que la de cubrir las apariencias ante la opinión pública favorable a que
sindicato y administración se reunieran a dialogar y llegar a acuerdos, como
fue el exhorto que la autoridad laboral es hizo recientemente. Parece que las
autoridades se han empeñado en jugar a las vencidas con el sindicato en vez de
negociar soluciones al problema, lo que hace imposible que se esté trabajando
en beneficio de la institución y trabajando por un mejor futuro de las
relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria y el representante
legal de la institución.
Seguramente usted estará de acuerdo en
que los problemas laborales no se resuelven con hormonas sino con neuronas, y
ese componente aparenta no estar tan a la disposición de la parte
administrativa. Lo que es demasiado rígido termina por romperse.
Por otra parte, se necesita ser muy
torpe o de plano despistado para querer una institución calcificada donde el
sindicalismo sea un simple apéndice de la administración. Si hubiera una
administración responsable, seguramente se privilegiaría lo académico y la
parte correspondiente al apoyo de la misma, pero en el caso de la Universidad es
sabido que el mayor gasto se lo lleva la burocracia que integra la administración
central. Los sueldos y privilegios de los altos funcionarios contrastan
fuertemente con el de los que llevan en los hechos el peso del funcionamiento
de la institución. La administración debe ser gestora de recursos y factor de
coordinación de los esfuerzos del conjunto que llamamos Universidad, lo que es
rebasado por la macrocefalia que se padece. Aparentemente, los reclamos de los
estudiantes de seguir estudiando serán satisfechos en un plazo mayor al que los
trabajadores y académicos hubieran deseado.
El juego de las vencidas es, en el
caso de la Universidad, un juego en el que nadie gana. Se pierde tiempo,
respetabilidad, confianza, autoridad y tranquilidad. Viendo a futuro, es
probable que tras la traumática experiencia de tener un rector tan torpemente inflexible nada volverá a ser igual en nuestra
Universidad de Sonora. El daño es mayor al que se ve en la superficie. Pero, la
esperanza muere a lo último.
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