Gracias a la huelga universitaria nos
enteramos de cuánto ha cambiado la idea de los estudiantes acerca de la
realidad. En otros tiempos, no tan lejanos, los jóvenes procuraban enterarse de
las incidencias de la huelga, los motivos, el derecho que asistía a los
trabajadores, lo que se podía hacer para apoyar el movimiento sin interferir en
él; ahora algunos se manifiestan con argumentos más propios de la parte
patronal, recurren a recursos de carácter legal para frustrar la lucha laboral
y promueven amparos, con lo que objetivamente están contra el ejercicio de un
derecho consagrado por la legislación y, por ende, en apoyo a la administración
universitaria que endurece su postura y ataca en distintos frentes periodísticos
a los huelguistas tratando de desacreditar su lucha.
Las declaraciones del rector de la
Universidad de Sonora revelan una insidiosa voluntad destructiva al trivializar
los frustrados intentos de negociación de los trabajadores ya que la institución
“no cederá a presiones”. En el discurso de la administración muchas veces
repetido por los medios de comunicación reluce el desprecio, la irritación y
una terquedad inusual en quienes han ocupado el cargo de rector universitario.
Se construye una imagen caprichosa e irresponsable del sindicalismo, de
individuos que no tienen llene ni conciencia institucional, de prácticamente
salteadores que tienen “secuestrada” a la institución y que sólo la mano firme
del que dice categóricamente que “no va a negociar” en esas condiciones la
puede salvar.
El rector transmite hartazgo,
indignación y una determinación que pudiera resultar convincente si no fuera
porque en la universidad las cosas funcionan de manera distinta de como las
plantea. Dice que los sindicatos tiene como primera opción de negociación la
huelga, para rematar con la afirmación de que no existen elementos que
justifiquen su estallamiento y su sostenimiento. Ignora de cabo a rabo las
veces que la administración ha dejado plantado a los trabajadores en la mesa de
negociaciones, los pretextos para cancelar reuniones y la injustificada
ausencia de interlocución para con el sindicato. No menciona que la
administración se ha negado a siquiera recibir documentos que venga del
sindicato y que la política ha sido de puertas cerradas y oídos sordos a los
llamados a sentarse a la mesa a discutir las posibles salidas al conflicto.
En cambio, la administración se
esfuerza por trivializar la huelga, sus motivos y su dinámica. Niega la razón
que asiste a los huelguistas y trata de aparentar que es producto del capricho
y la falta de compromiso con la institución. Pone por enfrente de la opinión
pública a los miles de estudiantes que se encuentran sin asistir a clases, en
calidad de víctimas a quienes se les afecta casi intencionalmente, por el
simple hecho de que los trabajadores ejercen su derecho a suspender
temporalmente las actividades de la institución en la que prestan sus
servicios. Alientan las autoridades la falsa y peligrosa idea de que los
jóvenes deben oponerse a los trabajadores porque con ello están defendiendo su
universidad, su derecho a estudiar, su deber de futuros profesionistas, sin
aclararles que nadie les coarta ese derecho, que la suspensión es temporal y
que nada tiene que ver con el derecho al estudio, ya que lo conservan y
permanece mientras que el alumno cumpla con las disposiciones establecidas en
el reglamento escolar.
La apariencia firme del rector suena a
broma pesada si pensamos en la extrema debilidad que la administración ha manifestado
al no ser capaz de reclamar categóricamente el monto del subsidio que
legalmente le corresponde y que el gobierno del Estado no ha sido capaz de
otorgarle. La administración universitaria no ha abierto la boca para reclamar
la parte que le corresponde a los servidores universitarios de los más de mil
millones de pesos que faltan en el fondo de pensiones del Isssteson; nada ha
dicho ni hecho para intervenir en favor de los trabajadores universitarios que
se han quejado por el pésimo servicio de salud que reciben, por la ausencia de
medicamentos y materiales necesarios para su atención hospitalaria. No se ha
movido un solo dedo para señalar las carencias y fallas en el servicio de
Isssteson ni mucho menos para exigir que se investigue el desfondo y se deslinden
responsabilidades.
El silencio de rectoría ha sido un
silencio cómplice, omiso de responsabilidades institucionales, débil y medroso
a la hora de exigir el estricto cumplimiento de las obligaciones del Gobierno
de Sonora para con la Universidad. En cambio, se lanza contra los trabajadores,
despotrica contra el derecho a huelga, se niega al diálogo, se refugia en la
imagen institucional para blandirla contra sus trabajadores. En estas
circunstancias vale preguntar quién secuestra a quién.
Llama la atención que siendo un
universitario, el rector olvide cómo es la vida cotidiana fuera de las
refrigeradas y cómodas oficinas del edificio principal, qué se siente recibir
el sueldo de un simple maestro, sin firma en restaurantes ni secretarias,
guarura o chofer y trasladarse en un vehículo compacto en vez de navegar en una
burbuja refrigerada con espacio y comodidades como para trasportar a una
familia de seis miembros, subrayando la diferencia entre un Nissan o un bocho y
una Suburban.
Para el rector la huelga no tiene
justificación, la Secretaria Administrativa está bien y los trabajadores están
mal. Desde la comodidad de una posición que le fue concedida por la Junta
Universitaria bien puede ignorar a los simples mortales que trabajan en la
institución que representa legalmente, por eso puede decir en una expresión
radical de autismo administrativo: “no cederemos a presiones”. La comunidad es
lo de menos, los estudiantes pueden caer víctimas de la tensión nerviosa,
acelerarse y servir de carne de cañón contra los trabajadores y a favor de la
administración que parece imposibilitada a “ceder” y sentarse a la mesa de las negociaciones. Los que
sufren las consecuencias son otros, la administración vive en su propio planeta
y bajo sus propias determinaciones.
El drama universitario se define por
la desarticulación de sus partes, por la distancia que se incrementa entre
administración y comunidad académica, trabajadores manuales y administrativos y
estudiantes. Pero, como el rector afirma con energía fotogénica, “no cederemos
a presiones”. Mientras esto ocurre, 30 mil estudiantes empiezan a entender que
el diálogo y la negociación sólo se dan cuando una de las partes es puesta de
rodillas y alguien demuestra quien es el jefe. El garrote de la ley aplicado al
gusto del patrón siempre ha sido un recurso apreciado por las dictaduras. ¿Un
neoporfiriato universitario, o simplemente un paso más hacia la instauración
del modelo neoliberal en la universidad? La coincidencia es mucha como para no
llamar la atención.
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