“Es justo que quien participó en
la ganancia participe en la pérdida” (frase
latina).
Tremendo alboroto se ha desatado entre
los apoyadores a la forma tradicional de prestar el servicio de taxis y los que
ven con buenos ojos el formato de Uber. La ciudad capital de Sonora ha sido el
escenario reciente de empujones, golpes, bloqueos y mentadas de madre de los
trabajadores del volante que toman las vías de hecho para defender su medio de
vida, mientras resuenan en el oído público las llamadas al diálogo y las
amenazas de los funcionarios que, competentes o no, están al frente de las
oficinas del transporte.
Al coro oficial se une la voz atiplada
de la CTM, negando afiliaciones y, con ello, posibles implicaciones cómplices y
molestias derivadas de la responsabilidad negada. El sindicalismo y la
oficialidad hacen la combinación perfecta en defensa de un modelo de servicio
que con el paso del tiempo ha negado la actualización, tanto de los usos y
costumbres, como de la legislación que los ampara.
Si la tecnología supone el mejoramiento
de los servicios juntamente con la fluidez, limpieza, comodidad y seguridad
para el usuario, parece que la cápsula de tiempo representada por los taxis
“tradicionales” niega, o al menos, se resiste a dar ese paso esencial en la
ruta por la calidad. Las amenazas, las provocaciones, los golpes y bloqueos dan
pena ajena, ya que expresan un primitivismo digno del gremialismo de mediados
del siglo pasado, y una situación de desamparo oficial que más que indignar
conmueve.
¿Por qué, ante la propuesta de nuevas
opciones de prestación del servicio de taxis, el gobierno permanece ajeno y
distante a los cambios? ¿Por qué en vez de ir por la ruta de la solución y
puesta al día, se opta por la amenaza, y una curiosa propuesta de diálogo que
supone la existencia de un conflicto “entre particulares”, antes que un
problema de la competencia inmediata de las autoridades del transporte y del
poder legislativo local?
Antes que buscar soluciones integrales a
un problema crónico en la ciudad, donde el abuso y la inseguridad han sido
características notables, ¿por qué se insiste en buscar solamente presuntos
funcionarios y empresarios involucrados en el, para algunos, lucrativo negocio
de las concesiones y la propiedad real de las flotillas de carros? Desde luego
que detrás de un conflicto hay siempre algún beneficiario, pero, ¿qué hay de la
capacidad del gobierno para resolver, mejorar y ampliar la cobertura y
prestación de los servicios? ¿En el “Sonora hoy” no figura como prioridad la
regularización y actualización del transporte urbano y suburbano?
La realidad es cambiante y la sociedad
debe verse desde el punto de vista dinámico, de que cambia, se transforma y
avanza, concepto que debe guiar el esfuerzo del gobierno de garantizar no sólo
derechos sino obligaciones; de procurar generar y mantener las condiciones para
la paz y el progreso social; de legitimar la gestión pública mediante acciones
afirmativas, pertinentes a los problemas que se presenten. En el caso del
trasporte no se han visto manifestaciones de vida inteligente en el planeta
gobierno.
Es claro que el asunto del transporte es
de primera importancia para la gran mayoría de los ciudadanos de a pie,
aquellos que, siendo estudiantes, personas que acaban de hacer su compra en el
“super” o ciudadanos con apuros, que van lejos, o que tienen problemas de
movilidad, que merece algo mejor que abordar un carro antihigiénico, con
problemas mecánicos, y recibir una atención que raya en el desprecio cuando no
la agresión. Es obvio que la población usuaria de estos servicios tienda a
aceptar nuevas ofertas y mejores opciones.
Sin duda el derecho al trabajo y al
sustento personal y familiar es un derecho humano que el Estado debe
reivindicar mediante la acción y vigilancia cotidiana de las instancias
correspondientes, y que las normas y condiciones de la prestación del servicio
deben adecuarse a las nuevas realidades sociales y tecnológicas. La
obsolescencia de los instrumentos de trabajo, el desinterés público, la modorra
tecnológica de los empresarios y la indiferencia de los prestadores directos,
son los ingredientes obligados de la generación de conflictos. ¿Qué hará el
gobierno para demostrar su competencia? ¿La legislación se queda como está, o
ya quedó claro que el cambio es no sólo necesario sino urgente?
El reclamo de hace 48 años: 2 de octubre
no se olvida.
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