“Mala es la opinión que no puede cambiarse”
(Aulo Gelio).
Ya ve usted que la prensa diaria nos
arroja a la cara las muchas bienaventuranzas que los gobiernos emanados del
FMI, la OCDE y el Banco Mundial, logran para nuestra sufrida población, ahora
acicateada por los aumentos a los bienes y servicios, la generación de empleo
precario, la baja real de la calidad de vida y las expectativas de progreso y bienestar.
Como que tenemos dos realidades tirándose de los pelos y en ruda competencia
por determinar la forma y el fondo de nuestras percepciones.
Si en el nivel federal, el jefe de las
instituciones proclama las bondades de las reformas estructurales y, con
lágrimas en los ojos, asegura no levantarse diariamente con la idea de “joder a
México”, y hacer lo suyo en materia educativa, al igual que en otros campos (en
lenguaje priista-peña-holográfico se dice “tema”) de responsabilidad y
actividad gubernamental, parece que en estados como Sonora, la gerencia del
gobierno hace lo propio y muestra tasas de crecimiento económico que no
desmienten la tendencia nacional, caracterizada por la creación de empleo sin
beneficios sociales.
En el plano nacional y local, se habla
de “atraer inversiones”, instalar empresas trasnacionales que generarán algo de
empleo y mucho de costos ambientales, y se quema incienso en el altar de la
minería trasnacional como solución a los problemas económicos de cada vez más
comunidades fincadas en la precariedad y en el abuso laboral.
Así, el comercio, la industria y las
actividades agrícolas pasan por el filtro de una modernidad desdibujada para
quedar como vagas referencias a lo que pudo haber sido y no fue; a la
imposición de un patrón productivo y de consumo ligado a fuerzas e intereses
ajenos y distantes de los nuestros, pero que, sin embargo, son la parte medular
del triunfalismo nopalero que asigna recursos públicos para comprar planas
enteras en la prensa local, para el recuento de logros y alcances de un
gobierno que empieza.
En un gobierno con subdesarrollo
emocional debe ser importante la publicación encomiástica de lo que, siendo
estricto cumplimiento de una obligación constitucional, no tiene por qué
proclamarse como huevo recién puesto. Lamentablemente, la gobernadora aparece
un día sí y otro también, entregando equipo de salud, de policía, o cortando
algún listón, o declarando su preocupación por tal o cual “tema”, o revelando
su interés en hacer una “megarregión” transfronteriza entre Sonora y Arizona,
siendo que lo más apropiado (y patriótico) sería intentarla con Sinaloa, y
fortalecer, sobre todo, la economía agrícola, pesquera y de servicios; y/o con
Baja California, añadiendo la veta de las fuentes de energía alternativas. Pero, la cabra neoliberal sonorense tira al
norte.
Mientras vemos el despliegue del
glamoroso éxito mediático del aniversario gubernamental, la escoba pública hace
el prodigio de minimizar tanto rezagos y carencias, por aquello de que “primero
lo primero” y que “había que recuperar la confianza pública”. Desde luego, hay
razón en estas preocupaciones, y poner orden en casa debe ser el paso inicial
obligado en las labores del gobierno.
Sin embargo, la prensa cotidiana nos
informa de las maravillosas oportunidades de inversión que se abren para la
minería en Sonora, y las generosas aportaciones del “fondo minero” (que quita
los males del municipio y que tiene piedad de nosotros); asimismo, reclama la
necesidad de “incentivos” a la actividad minera para que siga derramando
inversiones, empleo y, por qué no, generosas cantidades de contaminantes en las
explotaciones mineras, sobre todo a cielo abierto, además de la infaltable
contaminación por ruido, trepidaciones, partículas minerales en suspensión aérea,
afectación en la calidad de los suelos y en las fuentes hidrológicas para el
consumo humano y animal, además de las típicas enfermedades pulmonares y
bronquiales, gástricas, neurológicas y nerviosas que padecen los agradecidos
trabajadores mineros y sus familias.
El gobierno insiste en proclamar el
milagro de la multiplicación de los panes y los pescados como de hechura
económica local y, así, nos maravilla con el amplio horizonte que se abre en
materia de “industria aeroespacial”. Las inversiones fluyen y los capitanes de
empresa bien pueden ser testigos de la confianza depositada en el gobierno que
las propicia. Pero… ¿a qué le llaman industria aeroespacial siendo que México
no pinta ni mucho menos destaca en este “tema”? Pues, simplemente a la ampliación
o instalación de nuevas plantas maquiladoras, que se verán acompañadas de un
parque de proveedores igualmente ligado al extranjero en lo esencial.
Por lo que se ve, no hay en realidad un
“plan de desarrollo”, como tampoco existe un programa de inversiones en materia
(¿tema?) de industria y desarrollo tecnológico local. Será porque tampoco lo
hay en el nivel nacional.
La nuestra es una economía de cuenta
chiles que asume modelos quizá funcionales en alguna galaxia cercana, pero que
en nuestra realidad solamente son una cortina de humo que oculta a duras penas
la deforme cara de nuestra dependencia. Curiosamente, en el nivel internacional
la crítica al sistema vigente está tomando un considerable impulso y existen
cuerpos teóricos, debidamente estructurados, que son objeto de estudio de los
economistas y faro orientador de los futuros profesionales. En México, sin
embargo, en las escuelas se siguen reciclando las pésimas traducciones de las
generalmente deplorables obras anglosajonas de economía contemporánea,
rabiosamente ancladas en la miopía histérica de la neoclásica.
Pero volviendo al asunto inicial, ¿qué
problema habría en basar nuestra economía y el desarrollo de políticas que
partieran de los recursos naturales disponibles en la entidad? ¿Por qué no
replantear el desarrollo agropecuario e industrial con apego a las
características físicas, hidrológicas, climatológicas, humanas y culturales
propias? ¿Por qué no diseñar o rediseñar la oferta educativa con base en las
prioridades estatales de mediano y largo plazo? En suma, ¿por qué no dejar de
imitar o de aceptar imposiciones extralógicas, y replantear nuestro futuro de
acuerdo a nuestras necesidades de crecimiento y desarrollo local y regional?
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