“Jamás consideraré libre al hombre
que teme” (Horacio).
El pasado domingo 16 fue asesinado con
arma blanca, en su hogar, un empresario hotelero hermosillense, un luchador
social contra los excesos de las tarifas de servicios tan ineludibles y vitales
como el agua, y un hombre de bajo perfil, salvo por sus críticas al gobierno
municipal. El caso, hasta hoy, es uno más de los que coleccionan las
autoridades locales para engordar las estadísticas del misterio y los
interrogantes especulativos de quienes debieran ofrecer soluciones y medidas
preventivas a los ciudadanos de nuestra desnaranjada capital de Sonora.
El caso ha servido para que la señora coordinadora
de seguridad ciudadana (sic) salga a la luz pública y emita declaraciones con
algún ingrediente tranquilizador que, seguramente, funciona en algún universo
paralelo o en alguna otra dimensión distante de nuestra realidad cotidiana. Lo
cierto es que la gente muere asesinada sin distinción de ocupación, sexo y
edad, en una sucesión de “casos aislados” que solamente han servido para que la
autoridad recomiende a los vecinos que se “cuiden entre ellos”, en un “aí se
l’echan” oficial que invita a la organización ciudadana, pero sin “hacer
justicia por su propia mano”.
También advierten de la incapacidad
policiaca de intervenir en delitos que se cometen en vecindarios tipo
“cerrada”, ya que son una modalidad de “condominio horizontal” y que, siendo
propiedad privada, las fuerzas del orden no pueden actuar. Es decir, la
lotificación tipo cerrada supone extraterritorialidad y, por tanto, las leyes
locales y nacionales contra la delincuencia no aplican, como tampoco lo hacen
respecto a actos que se realizan tras la barrera infranqueable de una puerta
cerrada, asunto que, por otra parte, parece tener sin cuidado a los
perpetradores que se pasan la seguridad hogareña y la vigilancia policial por
el mero arco del triunfo.
Si así están las cosas y la población
debe “cuidarse entre sí”, entonces, ¿por qué gastar millonadas en cachivaches
como el “C5i”, versión mejorada del “C4” que incluye al número 911 de
emergencias, tan acreditado en las series policiacas de EE.UU., y el cargo en
nómina de funcionarios como los de la “coordinación de seguridad ciudadana”,
tan inútiles como la oferta de apoyo psicológico después de que a una familia
la han ultrajado en una demostración de viciosa impunidad? ¿Cree usted que con
rollos motivacionales se resuelve el problema de la suprema ineptitud y
negligencia de las autoridades?, ¿que se revierten los daños de la acción
criminal concreta? ¿Alguien cree, en serio, que la inseguridad es un problema
de percepción? ¿Con cháchara demagógica, cuando no cínica, se avanza en materia
de seguridad pública? OMG!!!
Mientras que las autoridades que
debieran ser competentes en materia (aunque en lenguaje político
pri-peña-nietista se dice “tema”) de seguridad pública evaden su
responsabilidad aparentando que la asumen, la ciudadanía experimenta una especie
de orfandad cívica que afecta los fundamentos mismos de la coexistencia
pacífica. El sentimiento de abandono termina por persuadir a cualquiera de que
la justicia, para que funcione, debe ser pronta y expedita, y que su aplicación
debiera estar a cargo de las autoridades, pero si éstas no pueden, no quieren o
no saben cómo, entonces es el ciudadano quien de manera residual debe asumir
una responsabilidad que, en principio, directamente no le corresponde. Pero, “cuídense entre ustedes” da carta blanca
para las acciones que dicte la desesperante evidencia de estar solos en la
lucha por preservar integridad y patrimonio.
Si así están las cosas, ¿qué sentido
tienen las campañas periódicas de “despistolización”, si quienes las usan para
agredir a la población son delincuentes y las consiguen como sea? ¿Por qué
desarmar a la población en medio de un clima de auge de la criminalidad y de
lentitud, complicidad y venalidad de las autoridades y cuerpos operativos? En
este momento crítico debe revisarse cuidadosamente la legislación y retirar los
ordenamientos que den lugar a la impunidad de los delincuentes y criminales.
Si se presume la inocencia de
cualquiera, es de justicia cambiar de criterio cuando alguien es claramente
responsable de algún ilícito, aunque en la aplicación de la ley la
interpretación literal no deja de ser una mala caricatura. Sin antecedentes,
contexto y estudios periciales no hay bases para dar por descontada la
inocencia o la culpabilidad de alguien. Se debiera postular que nadie es culpable
o inocente hasta que se demuestre de manera suficiente. Sin embargo, la nueva modalidad
judicial parece inclinada a dar todas las ventajas posibles a la criminalidad,
en un sistema impuesto, como la reforma energética, por nuestros vecinos
gringos.
Si no ponemos orden en nuestra economía,
nuestra política seguirá observando las pautas e intereses del capital
extranjero y la empresa trasnacional decidirá el futuro del Estado. En estos
momentos urge una generosa dosis de nacionalismo, en aras de fortalecer nuestra
economía, dignificar la política y hacer del trabajo legislativo una forma útil
de refrendar nuestra nacionalidad y los mejores intereses nacionales. Sin duda
alguna, la legitimidad de las autoridades sería real, y no un producto forzado
de las campañas mediáticas y la demagogia de ocasión.
Es un hecho indiscutible que la
inseguridad pública es expresión de las fallas del sistema económico, porque
sin empleo e ingreso seguro la marginalidad deviene en estructuras fundadas en
códigos de conducta distintos y opuestos a los que debieran regir en una
sociedad donde predomine el estado de derecho. Quizá estemos a tiempo para
revertir los daños, pero, mientras tanto, los funcionarios debieran abstenerse
de decir tantas pendejadas. Sería un buen inicio.
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