“La autoridad sólo se compra con
la virtud” (Claudio).
El gobierno de
la república proclama ufano que ya no dependemos del petróleo. La política de
apertura económica ha pasado por los recursos energéticos esenciales para el
fortalecimiento de la economía nacional y el poder público, en cuanto garante
del progreso y desarrollo integral de la nación. Ahora, sin la palanca
energética, ¿de qué dependemos?, ¿cuál es la puerta mágica al crecimiento y
desarrollo nacional?
El anuncio de
recortes presentes y futuros alcanza niveles de paroxismo esquizoide a la luz
de las declaraciones del priismo organizado en alabanza insomne a las reformas
“estructurales” que mueven a México, según señala el presidente. ¿Para qué
recortar el presupuesto si las cosas van tan bien? ¿Será que tenemos que
reducir el margen de crecimiento para que las transnacionales puedan obtener
ganancias en actividades que ahora, el gobierno nacional, no apoya, administra
y ni siquiera posee?
Todo parece
indicar que nuestras autoridades (federales, estatales y municipales) se vieron
agobiadas por las presiones del FMI, el Banco Mundial y más recientemente la
OCDE, que recomendaban y demandaban una rápida e indiscutida reducción o
reclasificación de la soberanía y, desde luego, el sentido del concepto
“dominio de la nación”. En un mundo imaginado como globalizado por los
realizadores de Washington, la película nacional debiera ser filmada en
escenarios futuristas, libres de nacionalismo y sentimientos patrióticos que
pudieran afectar la acción y progreso de las trasnacionales como propietarias
del futuro y beneficiarias de la disminución del Estado.
Nuestro país,
como suscriptor neto de acuerdos y tratados internacionales asimétricos, ha
buscado, sobre todo a partir de los años 90, sepultar los fantasmas del
nacionalismo revolucionario presentes en nuestro pasado económico y político:
la expropiación petrolera cardenista y la nacionalización eléctrica lopezmateista
son malos ejemplos de soberanía que los gobiernos modernos y abiertos al
exterior deben erradicar, borrar de la memoria y desacreditar por todos los
medios posibles.
Y ¿qué decir del
fomento a la industria nacional, el apoyo técnico y financiero a la producción
rural, la producción nacional de semillas mejoradas y fertilizantes, además de
los sistemas de abasto popular y los precios de garantía, en la lógica de la
autosuficiencia alimentaria?
¿Será que es
mejor ser un buen consumidor de productos y servicios importados antes que
productor y proveedor de lo necesario para la vida de empresas y familias? ¿Es
más moderno depender del exterior que de la propia capacidad productiva y
comercial para garantizar el abasto nacional? ¿Nuestro boleto para formar parte del
concierto de las naciones que no desafinan la música del imperialismo se paga
con cuotas crecientes de dependencia?
Si nuestra
relación con el exterior está signada por el abandono de la búsqueda de la
independencia tecnológica, científica y productiva, ¿estamos logrando ser una
buena colonia de explotación, ahora corregida y aumentada?
El gobierno,
para no desentonar con sus similares ejemplificados por Perú, Colombia, Chile y
ahora Argentina, ¿debe renunciar a funciones que son sustantivas y que le dan
legitimidad a la función pública? ¿Será por eso que la Constitución se reforma
y se “armonizan” las normas? ¿El mercado y la iniciativa privada resuelven el
problema de la pobreza, el acceso a los mínimos de bienestar y la paz con justicia
social? Las evidencias internacionales demuestran que no es así.
Los callejones
sin salida que construye el neoliberalismo tienen por destino la rispidez y la
confrontación social, animando y recrudeciendo la lucha política en forma de
movimientos ciudadanos que eventualmente pudieran converger electoralmente en
apoyo a determinadas candidaturas y, por otra parte, el gobierno y su cauda de partidos
clientelares y sus hordas de beneficiarios coyunturales que están por la torta,
el refresco y la tarjeta de débito.
Mientras el
gobierno inventa el agua tibia, la ola de privatizaciones avanza como lava
ardiendo, calcinando las expectativas de una ciudadanía que lucha por conservar
lo que por elemental derecho le pertenece. Tras el ridículo anuncio del aumento en
la tarifa del agua, a los hermosillenses se les amenaza con privatizar el
servicio público de recolección de basura. El gobierno federal se reduce
funcional y presupuestalmente, de donde los gobiernos locales y municipales
¿deben achicarse también? ¿Dejamos de ser un Estado federal donde hay diversos
centros productores de normas y volvemos a los tiempos de centralismo espurio
del porfiriato, donde la soberanía de los estados y la autonomía de los
municipios son letra muerta? ¿Tienen sentido las expresiones “estado libre y
soberano” y “municipio libre”? ¿Qué contenido quieren que tenga la “autonomía
municipal”? El municipio, ¿es un orden de gobierno o una dependencia estatal en
proceso de desincorporación?
La privatización
de los servicios es una claudicación de funciones propias del gobierno, una
cesión de espacios, objetivos y recursos que siendo necesarios para el
desarrollo de la comunidad no debieran dejarse en manos privadas. El convertir
en negocio las funciones públicas no supone progreso, sino una torcida y
dogmática cesión de responsabilidades en cuyo cumplimiento descansa la
confianza del elector respecto a su gobierno. Como se ve, el período electoral
del 2018 promete ser portador de varias e importantes definiciones. La moneda
está en el aire…
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