“Cada cual es artífice de su propia fortuna” (Salustio).
Ciertas
declaraciones derivadas de mentalidades fosilizadas logran el efecto de
levantar a la opinión pública exactamente en sentido contrario a lo proclamado.
Sergio Romano confesó que no correría del empleo a la maestra que “perrea” en
su tiempo libre, sino que “la mandaría matar”. El castigo propuesto por el ex-conductor
de televisión a la practicante ocasional de una danza popular de importación
es, como puede verse, terminal.
Le confieso que
por razones de estricta morbosidad me receté el vídeo de la exhibición de las
habilidades dancísticas vacacionales de la joven maestra de Cd. Obregón, y lo
que pude apreciar fue una chica que derrocha energía y entusiasmo juvenil en un
concurso público, al aire libre y en un centro turístico playero. Nada de que
asustarse, nada particular en estos tiempos de apertura a lo que se ponga (o
imponga) de moda. Celebré su desparpajo y desinhibida diversión de días de
asueto, así como sus dotes de comunicadora educativa bien preparada en su
ámbito profesional y debidamente valorada por sus estudiantes y padres de
familia. Una joven profesionista que se divierte en su tiempo libre.
Usted
seguramente ya hizo su propia valoración del asunto, pero es difícil dejar de lado
la sensación de que los trabajadores académicos son un estrato social
vulnerable, a merced de las exigencias a veces ridículas de sus empleadores,
sujetos a intervenciones fuera de lugar y proporción en sus asuntos personales,
violando su derecho a la intimidad y al trabajo. Si Sergio Romano mereció dejar
de salir al aire, ¿qué merece la administración de la escuela que corrió a la
joven profesora por participar en un concurso de baile en su tiempo libre?
Estamos en una
sociedad bastante curiosa y contradictoria, ya que por un lado se aceptan y dan
por sentados derechos ligados a la “diversidad” y por otra se reprime y
castigan manifestaciones inocuas de diversión playera.
En otro aspecto (la
palabra de moda es “tema”) de la incongruencia que nos asombra, nos enteramos
que se celebra a todo lo alto que no hubo suspensión de labores en la Unison, destacando
la declaración de que las huelgas son “muy frustrantes”, según el sentir de la exalumna
Claudia Pavlovich. ¿Una huelga puede ser “frustrante” mientras que la violación
de un contrato colectivo no lo es? ¿Los derechos de los trabajadores no pintan
como para conmover la conciencia de la hoy exalumna distinguida y de las buenas
conciencias patronales?
Lo que
categóricamente debiera ser motivo de frustración es, siendo objetivos, la
minusvalía inducida de las organizaciones gremiales en la defensa de su
contrato colectivo, la apatía de sus integrantes y la ausencia de soluciones
reales y efectivas para los problemas de las instituciones educativas autónomas
y, por tanto, sujetas a los vaivenes presupuestales tanto del gobierno federal
como del estatal.
Las autoridades
festejan y aplauden la decisión de los sindicatos universitarios de no estallar
la huelga, a partir de los resultados obtenidos en sendas asambleas permanentes:
por parte del STEUS fueron 282 por el sí y 920 por el no, mientras que, en el STAUS,
dijeron sí a la huelga 571 y estuvieron por el no 871. El rector habló de los
costos: 70 millones, mientras que los sindicatos aun no hacen cuentas respecto
a su credibilidad y representación.
Se habla de
logros, de avances por parte del STEUS, que relame las heridas de la última
revisión y los aspectos que quedaron pendientes, de cara a una autoridad sin
escrúpulos de conciencia ni rastros de respeto por ese sector.
El STAUS puede
decir que hubo avances en cláusulas de monto fijo, pero un hueco en forma de
promesas y recomendaciones para que, como buenos chicos, se pongan a hacer los
trámites para una audiencia con el Colegio Académico donde eventualmente serían
escuchados sus argumentos sobre las modificaciones unilaterales (“armonizaciones”)
el Estatuto de Personal Académico (EPA), lo que diluye o, al menos, disimula burocráticamente
el hecho de que fue violada cínicamente la cláusula 61 del Contrato Colectivo de
Trabajo (CCT). Los caminos trazados por la maquinaria administrativa
universitaria requieren de tiempo y formas, porque obedecen a su propia lógica
y cumplen sus propios objetivos que, como se ha visto, pueden ser distintos e
incluso opuestos al interés de la comunidad universitaria.
Pero, el
problema alcanza proporciones enormes cuando los propios maestros votan por no
irse a la huelga por una violación fragrante y confesa al CCT. ¿Será que
confían en la vaga promesa de que se puede resolver el problema haciendo
trámites inducidos por el propio aparato administrativo? ¿Tras una decisión que
consta en actas en el Colegio Académico, ahora se trata de que, ante hechos
consumados, los afectados pidan audiencia, argumenten y esperen la gracia de
ese órgano en forma de prórroga? ¿Y la violación al Contrato? ¿Y la obligación
contractual de someter a la consideración del sindicato las modificaciones al
EPA porque tiene que ver con los derechos laborales de los académicos? ¿Se
trata de evitarle una “frustración” a las autoridades estatales? ¿El
sindicalismo está siendo sometido a un examen de aptitud por parte de la
administración?
Independientemente
de los evidentes despropósitos de una burocracia empoderada, llama la atención que,
a estas alturas de la depredación y precarización del empleo, algunos
estudiantes les hagan el día a sus futuros explotadores al no querer huelga, e
incluso haber dicho que la iban a impedir. ¡Oh, ignorancia adolescente!, una
huelga no se frustra impidiendo la colocación de banderas y candados en las
entradas de la universidad por los trabajadores, porque es un recurso previsto
y normado por la legislación laboral vigente.
Para sorpresa de
muchos estudiantes de disciplinas contables y administrativas, entre otros, los
trabajadores tienen derechos protegidos por la ley, lo que sugiere la necesidad
de tomar nota y prepararse cívicamente para su futura vida profesional. Es
oportuno aclarar que muchos, por no decir la inmensa mayoría, tendrá que
emplearse en condiciones precarias, donde sentirán, tarde o temprano, la
necesidad de contar con un sindicato que proteja sus intereses laborales, y que
les garantice una vida personal y profesional digna y libre, en lo posible, de
las “frustraciones” que provee el sistema. Así las cosas, ¿acaso no es un
absurdo monumental pensar como si fuera patrón quien ni siquiera llega o podrá
llegar a ser empleado? ¿Por qué no allanar el camino para mejores condiciones
de vida luchando al lado de los trabajadores? ¿Por qué no asumirse como futuro
trabajador que defiende, desde ahora, sus derechos? El tiempo es oro.
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