“Si la justicia existe, tiene que ser
para todos; nadie puede quedar excluido, de lo contrario ya no sería justicia” (Paul Auster).
Sabiendo que usted debe estar hasta el
tope con las notas donde se da cuenta de la sanguinolencia de esta sociedad, de
la peligrosidad de calles, avenidas y bulevares, negocios gastronómicos, talleres,
mercados, antros, carretas de fritangas, entre otras y, sobre todo, por la impunidad
reinante, no abundaremos en detalles capaces de cortarle la inspiración frente
a alguna bebida o substancia masticable; simplemente llamaremos su atención
sobre el hecho de que estamos ante lo que parece perfilarse como una nueva
normalidad.
¿Mataron a un vecino discreto y de
buenas maneras? ¿Se entera de que un bebé muere asesinado? ¿Alguien salió pero
no llegó a su destino? ¿Oyó una balacera que pensó que eran cohetes pero
recordó que no era ni 15 de septiembre, ni fin de año, ni desfile de los
ganaderos y cayó en cuenta de que estaba en medio de una refriega callejera en
toda forma? ¿Ve a su alrededor y las rejas invaden su campo visual, pero recuerda
que no está en un campo de concentración y le cae el veinte de que lo suyo es
enclaustramiento precautorio? ¿No se ha topado con un hombre tirado en la calle
a plena luz del día y paramédicos junto con policías revoloteando a su lado? O
estando de viaje, ¿le ha pasado que ese bulto que ve, semioculto a la orilla de
la carretera no es un observador de aves atrincherado y que los especímenes que
lo rodean no son aves canoras sino zopilotes en plena inspección cadavérica con
fines alimenticios?
Los medios de información nos pintan un
panorama que parece ir de mal en peor, salvo pequeños lapsos en los que la
criminalidad da la impresión de que pudiera dedicarse a hacer una evaluación de
las acciones y los resultados y trazar una estrategia de mayor penetración en el
ánimo de los ciudadanos. Incluso existe una escala de puntos donde Sonora ha
alcanzado lugares importantes en materia de asaltos, asesinatos, suicidios
entre otros motivos de acción policial. La estadística delincuencial y criminal
nos sitúa en lugares que pudieran merecer medallas de plata o de bronce, si de
competencias deportivas se tratara, aunque en materia de delitos fiscales
ocupamos el sitial de honor por segundo año consecutivo. Los delitos sin ruido
pero con un alto impacto nacional tienen un escenario privilegiado en Sonora
(El Imparcial, 26.06.2019).
Por otra parte, ya ve usted que tampoco
estamos fuera del ranking de fosas clandestinas para fines de ocultamiento de
cadáveres: tenemos una buena marca en esa materia, situación antes inédita e
impensada en estas latitudes. La capital de Sonora tiene una competencia
cercana con Cd. Obregón, entre otras ciudades importantes, por alcanzar el
premio mayor en materia de peligrosidad, incidencia criminal y, por qué no
decirlo, impunidad. Estando así las cosas, resulta ocioso regatear méritos a
los malandros sea por constancia o por el tipo de ilícito que perfeccionan a
través de la práctica; en cambio, sus contrapartes legales representadas por
las policías, que ahora abundan en la entidad y que se fortalecen con la
presencia del ejército que hace bola con la marcialidad esperada; sin embargo,
hasta ahora todo ese conjunto humano ha hecho mucho ruido mediático a cambio de
pocas nueces. ¿Que la Guardia Nacional viene a la fiesta? Pues bien venidos,
porque hay pastel para todos.
No hace mucho iniciaron actividades las
integrantes de un valiente grupo civil de buscadoras de “tesoros” dedicadas a
recuperar cuerpos ocultos y perdidos en las áridas tierras sonorenses. Sus
esfuerzos han dado esperanza y certidumbre a varias familias y, como era de
esperarse, han contribuido a arrojar algo de luz en el torcido y complejo
panorama de las desapariciones forzadas.
Al respecto, para la tranquilidad de los
familiares de víctimas sin identificar, se da la noticia de que el gobierno
federal ha elegido a nuestro estado como una sede del Instituto Regional
Forense, con el fin de “atender la crisis de los cadáveres sin identificar que
enfrentan los Servicios Médicos Forenses (Semefos)” (El Imparcial, 25.06.2019).
Lo anterior habla de la voluntad de cumplir la obligación del gobierno de
garantizar, proporcionar y mantener la identidad legal de las personas, lo cual
permite, entre otras cosas, la entrega de los restos a sus familiares y la
posible pista sobre lo que pudo acontecer que devino en asesinato y
desaparición.
Por lo que toca al establecimiento de
responsabilidades en los hechos delictivos y la aplicación de las sanciones
correspondientes, aún queda un largo trecho por recorrer. Recuerde que la
corrupción taponea los conductos por los que debiera fluir la justicia y que la
limpieza no será cosa de un día para otro, habida cuenta la masa de intereses
que asoma detrás de los hechos ilícitos y sus efectos en la tranquilidad
ciudadana.
La lucha por la legalidad empieza en los
propios órganos encargados de interpretarla y aplicarla, lo que supone cirugía
mayor en el Poder Judicial de la Nación y de ahí para los estados. Como
ciudadanos no podemos exigir magia, sino acciones bien pensadas, concretas y
constantes. Sonora no está como para llamaradas de petate.
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