“Los ricos no son como nosotros, pagan
menos impuestos” (Peter
De Vries).
Según el diccionario, propina se define
como “gratificación pequeña con que se recompensa un servicio eventual” (Diccionario
usual, RAE), o “gratificación que se recibe directamente del cliente”
(Diccionario del español jurídico-RAE). Generalmente la propina es una muestra
de la satisfacción del cliente por el servicio prestado, y forma parte del
ingreso informal del trabajador del sector servicios, donde destacan los
meseros, repartidores y aseadores de calzado, entre otros.
La propina se da como regalo, es una
donación monetaria que se otorga porque al cliente se le da la gana. Nadie
puede legalmente obligar a la propina porque eso sería asumirse como patrón
eventual del empleado que nos atiende en cumplimiento de su obligación
contractual, a cambio de un salario establecido por la ley y las prestaciones a
que haya lugar.
El hecho de que a usted lo atienda
alguien en un negocio de servicios, por ejemplo un restaurante, no supone más
obligación que la derivada de una relación eventual, circunstancial y que se da
en un entorno donde queda claro que usted como cliente va a que le proporcionen
un servicio a cambio de una cantidad de dinero fijada como el precio de los
productos servidos más el impuesto correspondiente. Usted llega, demanda
ciertos productos, paga y se va, sin más obligación o relación con la empresa o
sus empleados.
Siendo así la cosa, no forma parte necesariamente
del salario del trabajador que, en estricto sentido, está determinado por la
ley y por el contrato entre el empresario y sus empleados. Sin embargo, nos
enteramos de que el Servicio de Administración Tributaria (SAT) pretende
aplicar impuestos porque “el artículo 346 de la Ley Federal del Trabajo señala
que las propinas recibidas por los trabajadores en hoteles, casas de
asistencia, restaurantes, fondas, cafés, bares y otros establecimientos
análogos, son parte del salario del trabajador”. En consecuencia, “deben ser
consideradas por el empleador para efectuar el cálculo y retención del ISR que,
en su caso, resulte a cargo del trabajador…” (El Imparcial, 04.07.2019).
Para documentar el optimismo nacional,
cabe aclarar que dicho criterio se estableció durante la presidencia de Ernesto
Zedillo Ponce de León y cuyo origen legal se tiene en el gobierno de Carlos
Salinas de Gortari, de suerte que, para frustración de los nostálgicos del
pasado reciente, no es imputable a López Obrador el citado mamarracho
recaudatorio toda vez que es una herencia del neoliberalismo de guarache que
azotó y azota aún a la nación.
Lo anterior sin duda despierta serias
dudas en el sector empresarial y, desde luego, preocupación entre quienes
sirven en restaurantes, bares y giros análogos. De quedar tal cual esta
disposición y aplicarse con rigurosa puntualidad, ¿de qué tamaño sería el
ingreso real del trabajador convertido en un cautivo sin respiro y sin salida
del SAT, hambriento de recursos para la hacienda pública en tiempos de una
política que pretende una mejor distribución y redistribución del ingreso
nacional?
¿Usted
como cliente, sería capaz de generarle al servicial mesero un gravamen más a su
aporreado ingreso? ¿Optaría por decirle, “ni modo, joven, no habrá propina
porque va a ir directo al SAT y tu vas a ganar menos”? Otra posibilidad es la
de no cargar la propina en la cuenta y dar aparte, si es posible con sigilo, la
cantidad que sea de su santa voluntad. ¿Qué se pudra el SAT?
Mientras se trata de recuperar los miles
de millones de pesos regalados a ciertos empresarios por vía de condonación o
devolución de impuestos, así como la revisión de la legalidad y consistencia de
contratos, facturas expedidas y demás elementos documentales asociados al
cumplimiento de obligaciones fiscales, el causante menor, cautivo y vapuleado,
debiera tener un respiro en la batalla diaria por el sustento familiar.
Es de esperar que el gobierno de la
república revise a fondo el régimen fiscal de todo tipo de causantes, aplicando
un criterio de justicia, generalidad y proporcionalidad; y sobre todo, no
confundir las patas con el bofe. El causante nacional no está para cargas
desproporcionadas o simplemente ridículas. El neoliberalismo de guarache debe
quedar, efectivamente, atrás.
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