“En una época de engaño universal decir
la verdad es un acto revolucionario” (George
Orwell).
¿Se ha dado cuenta que las palabras son
instrumentos de lucha política y de reconfiguración social? ¿Que más allá de su
significado formal tienen cargas emocionales tan poderosas que nos hacen ver
otra realidad, diseñada para dejarnos en estado turulato y aceptar,
eventualmente, lo que en condiciones normales sin duda rechazaríamos? Pues
entérese, estamos en una sociedad donde el manejo de eufemismos suple por mucho
la simple y llana expresión de lo que es y lo que puede ser.
Sucede que las notas periodísticas, en
seguimiento puntual del discurso político, sirven para informar productos de
cuya realidad bien podríamos dudar: de repente nos enteramos de una ola de
actos delictivos o de plano criminales y alguien se encarga de informarnos de
que se trata de “hechos aislados”, que la sociedad está como blindada ante las
tendencias disruptivas del orden legal y social; que las autoridades sabias en
todo, no se chupan el dedo y atienden con prontitud y eficacia las demandas
ciudadanas y afrontan el delito con firmeza y sin tregua.
Mientras tanto, salta la liebre del
asesinato en mero centro de la ciudad y a plena luz del día; la carnicería
humana perpetrada en una ciudad vecina donde hay cuerpos troceados y cabezas
metidas en una hielera; que asaltan un comercio y balean a la persona encargada;
que un hospital o clínica es tomada por un comando de facinerosos con el ánimo
de rematar a un herido de gravedad internado. El etcétera es tan amplio como
usted pueda proponer. Sin embargo, la justicia nos alerta cautamente de que
aquí, como en el Guanajuato de José Alfredo Jiménez, “la vida no vale nada”.
Sabemos que los “C4” evolucionan en
“C5”, pero el ascenso numérico no resuelve en realidad el problema. Nos
enteramos de que vendrán a estas soleadas tierras autoridades y mil 800
elementos de la Guardia Nacional, para disuadir con su presencia a los
malandros que fuertemente armados atosigan a la sociedad mediante sus acciones
que los medios se encargan discretamente de visibilizar. Tenemos colonias
(ahora a cualquier barrio se le llama colonia) donde muchos de sus habitantes
se han prácticamente encerrado en rejas por temor al asalto, al levantón y al
asesinato, frente al armamento “de uso exclusivo del ejército” que circula y
acciona en calles, callejones y plazas y que es capaz de perforar no sólo
paredes sino conciencias.
Sin embargo, en las notas periodísticas
de la fuente se habla del “tema de la inseguridad”, dejando de lado que no es
un tema sino un problema de proporciones mayúsculas. Como usted sabrá, “tema”
es el asunto de una obra o un discurso, pudiendo ser las diversas unidades que
componen un programa educativo, así como sinónimo de canción o composición
musical; asimismo, es el asunto que capta la atención de los científicos al
investigar, entre sus más destacadas acepciones (portal de internet
“definición.de/tema”).
Ya ve usted que el desabasto de
medicamentos en ISSSTESON, aún en boca de muchos derechohabientes afectados, de
ser problema pasó a ser tema: el “tema del desabasto de medicamentos” se suma
al “tema” de la crisis financiera del organismo debido al “tema” del saqueo
pensionario que sufrió durante un número indeterminado de años. No hace mucho,
el “tema de las pensiones” de los trabajadores universitarios se ventiló en el
marco del “tema” del convenio modificatorio que el ISSSTESON exigía que se
firmara y que, finalmente, logró que así fuera. Sin embargo, el servicio, el
abasto y la operatividad del Instituto sigue siendo un “tema” no resuelto, como
tampoco lo es la recuperación de los fondos robados y el castigo a los
culpables. Como se ve, en Sonora no tenemos problemas sino temas.
Por otra parte, ¿vamos a resolver o
paliar la situación de marginación y abandono de los viejos, llamados ahora en
aras de lo políticamente correcto, “adultos mayores” o incluso el cursísimo y
babeante calificativo de personas de “juventud avanzada” con adjetivaciones ridículas?. ¡Hágame usted el
recabrón favor! Parece que nos negamos a llamar a las cosas por su nombre, que
funcionamos socialmente con base en el ocultamiento sistemático de la realidad,
la cual es ofensiva, traumática y políticamente incorrecta. Optamos por ocultar
la realidad, maquillamos los problemas y sus efectos, y ni qué decir de sus
causas. Somos la sociedad del engaño y la simulación.
En este contexto, no estaría de más
pensar en la recuperación de la verdad, en el reconocimiento franco y directo
de la realidad. De otra manera el concepto de “enajenación” define y da la
medida de la conducta socialmente aceptada y practicada por todos, o casi
todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario