"No quiero nada con México más
que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a EE.UU." (Donald Trump, 6/03/2015, Twitter).
Ya ve usted cómo son las cosas. Nos unen
siglos de vecindad geográfica y una saludable desconfianza fundada en
experiencias que pasan de traumáticas a reglas de comportamiento que se
observan cada vez que hay oportunidad y en las más diversas formas y presentaciones,
para que no se diga que hay monotonía en el trato. Somos países donde uno
creció a expensas del otro en actos de agandalle donde también intervino la
suerte y la pusilanimidad del otro ante la agresiva expectativa expansionista
que dominaba y domina la mentalidad anglosajona.
México perdió una buena parte de su
territorio que ahora es destino turístico y de trabajo para muchos
latinoamericanos, siendo una república territorialmente residual aún bajo los
designios del que se expande a costa de los otros pero que es celoso en
conservar intacto su espacio, libre de población expulsada de sus respectivas
naciones gracias a la ola dominante del capitalismo salvaje que defiende y
promueve el propio Tío Sam.
Estamos ante la curiosa situación de
flujos migratorios que van del sur al norte, siguiendo el polo de atracción del
dólar y el paraíso de libertades que aparece en la imaginación de las víctimas
de la propaganda ligada a la promoción de un modelo de relaciones que, en los
hechos, es la causa de la expulsión de comunidades enteras de sus tierras
originales. Al destruir la masa de relaciones tradicionales del sur, las
comunidades adoptan un patrón de consumo y, en general, de relaciones sociales
que lejos de resolver problemas subsistenciales los agrava y profundiza. La
modernidad al estilo anglosajón rompe tradiciones, patrones productivos, de
intercambio, sociales, culturales y, de repente, la palabra democracia y
mercado lucen sinónimos de difícil digestión mental y social.
Las comunidades no se reconstruyen ni
reconfiguran merced a su propio impulso sino al de agentes externos que suplen
los valores tradicionales por otros de una uniformidad empobrecedora y
enajenante. La transculturización presenta serias contradicciones que terminan
siendo destructivas: por un lado, tenemos la necesidad de empleos que sean remuneradores
y, por otro, un esquema de privatización no sólo de los recursos productivos
sino de las fuentes de empleo ligadas a factores estratégicos para el dominio y
la soberanía de la nación. Estando así las cosas, al cambio en las condiciones
del aparato productivo trae consigo los correspondientes al trabajo, el ingreso
y la seguridad social, cada vez más en favor de la volatilidad del empleo y los
avatares del mercado de factores productivos en el nivel internacional. La
salud al igual que los factores que hacen posible la vida se mercantilizan,
pasando de derecho humano y social a opción ligada a la capacidad adquisitiva
de los sujetos.
Si el aparato productivo y el empleo se
reconfigura en los términos del modelo económico dominante con su carga de
exclusión y “daños colaterales”, tanto en la paz como en la guerra, también lo
hace la idea de solidaridad y de justicia social. Ahora tenemos que el
trabajador no es portador de derechos sino de oportunidades u opciones
laborales que dependen de la oferta de empleos, considerando que el empleo no
necesariamente trae consigo el derecho a la seguridad social sino a ciertas
opciones accesibles en el mercado. Así tenemos la privatización de las
pensiones y jubilaciones por la vía de pasar del sistema de reparto al de
cuentas individuales de retiro.
El problema se revela y estalla cuando
las corrientes económicas y sociales en contradicción chocan en un espacio y
tiempo determinado: huelgas generales de jubilados, de médicos y enfermeras, de
operarios del transporte, de productores rurales, de obreros, entre otros, por
razones de montos pensionarios, precios, oportunidades de empleo, acceso a la
salud, subsidios, entre muchos motivos de insatisfacción y de pérdida o
reducción de derechos frente a medidas restrictivas por parte de la autoridad
correspondiente. Asimismo, inseguridad que se profundiza en el campo y las
ciudades, por motivos del incremento de la criminalidad, la falta de
oportunidades, pobreza extrema y la desesperación creciente que hace de la
región una zona de expulsión poblacional sin más salida que la migración. Así
pues, tenemos una realidad que se resiste a ser modificada solamente por el
discurso y las buenas intenciones de progreso, la cual termina desgastando la
credibilidad de las instituciones que ceden ante el peso de una modernidad
fallida. Sucede que los modelos prestados o impuestos carecen de carta de
naturalización o ciudadanía.
México, al igual que el resto de
Latinoamérica, lucha por recuperar su espacio e identidad; pero las inercias
son muy fuertes y el polo dominante de la sociedad genera corrientes que
apuntan hacia el norte. Los trabajadores y sus familias no se pueden quedar en
sus lugares de origen porque las condiciones de violencia y exclusión generadas
por el propio modelo económico los expulsan. No se generan condiciones para el
crecimiento y el desarrollo económico y los mecanismos posibles de distribución
y redistribución del ingreso, con equidad y justicia, o no existen del todo o
están en vías de privatización si acaso no se han privatizado ya. El sistema
impulsado por el norte anglosajón no genera las condiciones para que el
bienestar se asiente sobre las bases de la democracia y el mercado como
sinónimos. La exclusión y la marginación son características consustanciales
del sistema.
En este contexto, la vecindad sea por
proximidad geográfica o por afinidad ideológica genera zonas de expulsión y
procesos de disolución social que inhiben y retrasan el desarrollo de las
regiones. El norte es el espejismo que todos los expulsados persiguen, como si
acercarse a la fuente de sus males fuera la solución y el logro posible. Aquí
la desesperación hace que las víctimas crean que el origen del problema se
convierte en solución y objetivo a alcanzar, generando, a su vez, nuevos
problemas, como el que tiene actualmente México.
Nuestro país está resintiendo muchas
décadas de depredación, de manipulación y violencia planeada para hacer prosperar
un modelo social y económico basado en la exclusión del otro y en favor del
norte anglosajón: “América para los americanos”. Sus frutos históricamente
reconocidos han sido la violencia criminal, la sujeción ideológica y política,
la ausencia real de democracia, la subversión de los valores y la identidad
nacional y la servidumbre a las expectativas expansionistas de los gringos,
particularmente en lo económico y lo que han dado en interpretar como de
“seguridad nacional”. El desastre humanitario generado está pasando sus
facturas y la puerta de entrada es México. Su vecindad lo hace a la vez víctima
y cómplice involuntario del despótico y antidemocrático norte. Es nuestro
vecino incómodo. Razón de más para impulsar y proteger nuestra producción
nacional y fortalecer el mercado interno.
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