Bueno, pues ya estamos iniciando el año
2017, con las mismas ropas, los mismos deseos y las mismas preocupaciones que
la semana pasada, ya situada en la lejana perspectiva del “año que se fue”.
Cargamos las deudas previamente contraídas, la misma indigesta predisposición a
la tragedia, a la gordura, al infarto fulminante como consecuencia del estrés,
de la caspa, de los vecinos ruidosos, del gobierno municipal, estatal y federal
que se supera a sí mismo en cada vuelta de calendario. El pesimismo se recicla
como lo hace nuestra certidumbre de que las gasolinas y el diésel demolerán el
discurso de la reforma energética y los supuestos alegres de los actuales
artífices de la política económica mexicana (lo que esto quiera significar) que
insisten en que el alza de los precios es en realidad un beneficio para los
sufridos trabajadores mexicanos.
La evidente paradoja que nos regala la
secretaría de Hacienda y el gobierno en su conjunto, nos ponen en la situación
de descartar el éxito de un país por el solo hecho de tener petróleo, de
haberlo recuperado décadas atrás de manos de las trasnacionales y haber
desarrollado conocimientos científicos y tecnológicos, así como trabajadores
expertos en materia petrolera; igual puede decirse de los ferrocarrileros y los
electricistas, entre otras especies laborales en proceso de extinción. Teníamos
petróleo, quedó en manos de las trasnacionales, lo recuperó Cárdenas, para ser
devuelto al extranjero por los gobiernos neoliberales. Se traiciona la revolución,
pero, sobre todo, se traiciona al pueblo de México. Curiosamente, el secretario
de Hacienda sostiene que una puñalada por la espalda es buena para la salud.
Seguramente el dogma del libre mercado
pasa por alto que las condiciones indispensables para una apertura de esta
magnitud parten de la certidumbre de tener una economía fuertemente fincada en
la capacidad productiva de sus sectores productivos y del dinamismo y
modernidad de sus servicios. Cuando importamos hasta los alimentos y la mayor
realización de la industria es la maquila, pues estamos lucidos.
Los recientes augurios económicos en
forma de decisiones cuya unilateralidad tiene cagando bolitas a los buenos
ciudadanos sonorenses y, en particular a los habitantes de la capital del
estado, han demostrado su capacidad de movilizar voluntades y agilizar piernas
que toman la calle y marchan hacia los derroteros que la agitación señala: son
las gasolineras, y es la abstención de comprar gasolinas hasta que el tanque
aguante. La indignación siempre tiene su propia lógica y el movimiento se
demuestra andando.
Sucede que las malas noticias rondaron
cual pirañas las celebraciones del fin de año: aumento en la tarifa del agua,
privatización del servicio de alumbrado público, aumento en las multas de
tránsito y otras, un peso débil y chaparro frente al dólar aparejado a un
aumento del salario mínimo que no resiste ni una mentada de madre, rematando
las expectativas de seguir comiendo con manteca de los buenos ciudadanos asalariados
la infausta noticia de que las gasolinas van a subir porque “era insostenible
mantener precios artificiales”, lo que se traduce en una confesión bastante
tonta del secretario de Hacienda, que reta la inteligencia más silvestre y la
memoria más débil: país petrolero que no invierte en refinerías y que tiene que
importarlas, y que además baja su cuota de producción y abre el mercado
petrolero a los capitales extranjeros privados, en una recolonización
extractiva del país, con lo que el ideal panista se convierte en realidad: ya
le dimos en la madre a la expropiación petrolera y quedamos muy bien con los
tiburones que sabe apreciar a las sardinas bien portadas que se aflojan y
cooperan.
Como nadie es profeta en su tierra,
seguramente seremos muy bien vistos en las lejanas latitudes donde el petróleo
es extraído contaminando otras tierras y otros mares, dejando a salvo el mar
patrimonial y la impoluta belleza del paisaje nacional. México es la vaca que
se ordeña a distancia, sin contaminar el agua, y que, sin embargo, es de uso
extensivo e intensivo, dependiendo de la temporada. Volvimos a tener el estatus
del porfiriato, campo nudista de las petroleras extranjeras donde cualquier
exceso era protegido por el gobierno anfitrión.
En este caso, ¿cuál es la dimensión de
la indignación nacional? ¿El desahogo facilón que dura poco tiempo y se apaga
como se apagan las agruras después de un Alkaseltser? ¿Los protagonismos que
visten de progresismo cualquier pronunciamiento de coyuntura? ¿La emoción del
discurso y el espacio compartido? ¿O la certidumbre de que estamos en un grave
problema y que el gobierno neoliberal es la causa de la ruina nacional? ¿La
confianza en que la movilización popular puede y debe acabar con los abusos de
un gobierno insensible y corrupto? ¿El deseo de cambiar las cosas y que nuestra
nación sea recuperada de las garras de traidores y apátridas nachas prontas?
Por lo pronto, la fracción activa de la
ciudadanía se ha puesto las pilas y ha empezado las movilizaciones, lo que
quizá convoque a capas menos dinámicas a la acción. Un punto importante es la
respuesta de organizaciones civiles y gremiales a la agresión del gobierno. No
hay duda que los sindicatos, clubes de servicio, organismos colegiados,
empresariales, entre otros, pueden hacer la diferencia entre una protesta
efímera y una verdadera acción de resistencia permanente, general y masiva al
atropello que es instrumentado por el sector público y político oficial, en
obediencia a las pésimas exigencias de la OCDE, el FMI y otros esperpentos
neoliberales. La unión de las fuerzas sociales es fundamental.
La simple toma simbólica de las
gasolineras es una acción que denota hartazgo, pero debe ser complementada con
otras acciones que no dejen duda de la voluntad del ciudadano: toma de instalaciones
de Pémex, bloqueo de carreteras, huelga de transportistas, plantones y mítines
frente a palacio de gobierno, frente a las delegaciones federales; paros
generales en días determinados de la semana, en los que no se consuma, no se
trabaje, no se asista a las escuelas, no haya movimiento en los centros de
consumo o recreación. Es obvio que la coordinación del movimiento local debe
ser fluida y precisa con otros movimientos que se encadenen y logren una
movilización nacional. La unión hace la fuerza.
Nadie puede decir que el 2017 será un
año aburrido, rutinario e intrascendente. Se puede tener un buen año sin más
problema que el de decidirse a ser un ciudadano de pleno derecho. Empecemos.
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