“He
tenido la esperanza de algo mejor porque creí haberlo merecido” (Ovidio).
Los menores de familias de más de tres
salarios mínimos y los comerciantes del Centro y lugares circunvecinos hicieron
su agosto en el frio ambiente decembrino, ya que la consigna de regalar objetos
como muestra de amor y buena voluntad pegó como chicle en pelo. Nada fue
imposible para los señores padres de familia y menos para las afanosas y
dedicadas madres de lo mismo. La casa fue el templo donde se rindieron
tributos, presentaron ofrendas y se comió y bebió en aras de tocar, siquiera
levemente, las voluptuosas estancias del paraíso digestivo.
Las artes culinarias regionales
compitieron empoderadas contra las plastificadas muestras de dudoso contenido
alimenticio que se cuelan en los hogares en forma de botanas industrializadas o
golosinas que saben a algo parecido a fruta pero que no es. La magia de los
saborizantes y colorantes artificiales provee los efectos especiales que entran
por los ojos, engañan el olfato y acaban rematando de una estocada en todo lo
alto a las papilas gustativas, en una faena redonda donde el estómago echa su
resto y sale con vuelta al ruedo. El alcohol, desde luego, facilita cualquier
trámite digestivo y permite el tránsito de sustancias prohibidas a plena luz
del foco en las mesas familiares, contraviniendo las rigideces de las dietas,
los hábitos, así como la prudencia y frugalidad que nuestro día a día
recomienda por razones de salud y presupuesto.
Entre mordiscos y libaciones transcurre
la Noche Buena, apenas mancillada por la burlesca cháchara presidencial que
desea a los mexicanos una feliz navidad y presenta un México “fuerte y unido”.
El mal sabor de boca se lava con mentadas de madre y chupitos de aguardiente,
tragos de cerveza o sorbos de café. La burla se perdona cuando el recurso del
pitorreo entra al relevo de la indignación y la ofensa se convierte en anécdota
de borrachos, chisme de vecinos o ejercicio de pirotecnia verbal. La noche
sigue siendo buena y mañana… será otro día.
Tras la amanecida reglamentaria, las
familias recuperan su vida en una realidad que oscila entre la cruda y la
modorra, entre el bostezo y la náusea, entre la insoportable levedad de los
bolsillos y la desesperanzada vaciedad de la quincena. Liquidadas las
ensoñaciones del aguinaldo, frente a las deudas y la estrechez del salario queda
la certeza de que la cena de fin de año será a cuenta de futuros ingresos, o de
actos de valor al decir adiós a los pesos y centavos que previsoramente
quedaron reservados para la inminente despedida del año todavía en curso, pero
que ya podemos sentirlo como otro en el que el cambio pudo haber sido y no fue.
A una semana de distancia, podemos agarrar vuelo y colocarnos en la recta final
del 2016, en un cierre donde la nostalgia actúa como telón de fondo en una obra
donde el terror se avizora a la altura del tercer acto. Los mexicanos del 2016
podemos decir que lo malo se va a transformar en peor. Nuestra experiencia de
los últimos 30 años lo confirma. Pero, después de todo, ¿qué sería de nosotros
sin una generosa dosis de cinismo?
Para ilustrar lo anterior, vea usted lo
siguiente: somos un país petrolero que puede poner a parir cuates a muchos
otros por su riqueza en el subsuelo terrestre y marino y tenemos un alto
potencial en producción de electricidad, sin embargo, el gobierno ha dejado morir
Pémex, lo ha fraccionado, ha puesto en manos del capital internacional sus
reservas de hidrocarburos, privatizando lo que fuera una fuerte salvaguarda
económica nacional; ha golpeado a la industria eléctrica, disminuyendo su
capacidad productiva y abierto el mercado eléctrico a las empresas privadas, de
suerte que la liquidación del patrimonio energético nacional obliga a las ahora
“empresas productivas del Estado”, a “competir” en suelo mexicano, por los
recursos nacionales, frente a extranjeros avalados por el propio gobierno.
Ahora importamos petróleo y gasolinas,
así como compramos electricidad a los empresarios trasnacionales. Una vez
abierto el mercado por el gobierno, los precios suben, hay desabasto y la
economía nacional reduce sus expectativas de crecimiento. El gobierno se bajó
los pantalones ante el capital extranjero a instancias de los gringos, y se
puso a esperar la entrada de inversiones productivas. En medio de este jolgorio
extractivo, se hostiga a los sindicatos, se despide a los trabajadores, se
reforman leyes laborales, de salud, de seguridad social, y se impulsa la
legalización de la presencia militar en labores que corresponden a las
corporaciones policiacas.
El día de Navidad es inhábil, no hay
periódicos con las noticias del día, la semiparálisis nacional informativa no
obsta para que consten las evidencias de un golpe de estado en aras de defender
los intereses gringos en el control de los espacios económicos nacionales que
son, gracias a las reformas, sólo estratégicos para las trasnacionales que
exigen seguridad y, ¿qué mejor que las fuerzas armadas para defenderlos?
Pero tuvimos una noche de paz, noche de
amor, salpicada de cohetes y aullidos de perros que no le ladran a la luna sino
a la ridícula agresión de la pirotecnia. Se vivió la mexicana alegría en una
pírrica victoria de la esperanza contra el neoliberalismo nopalero que nos
jode, pero que nos felicita por estar en un país “fuerte y unido”. ¿Feliz
Navidad?
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