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lunes, 9 de enero de 2017

Y usted, ¿ya protestó?

                                       “Gobernarás a muchos si la razón a ti te gobierna” (Séneca).

Semana llena de emociones y de buenos deseos de paz, progreso y bienestar; días de sacudidas sociales y de adrenalina que se acumula a la del año pasado, donde los pronósticos calentaban los motores de la inconformidad social y de las mentadas de madre al presidente reformista al modo de las trasnacionales; hoy muchas agruras fructifican como producto neto de las iniciativas hechas ley. El año empieza bien para los efectos de alguna trasformación siquiera cercana a las que el pueblo mexicano ha dejado pasar por flojera, indolencia y simple valerle gorro la situación nacional.

En estos días, queda demostrado que la torpeza puede resultar un buen estímulo para que la movilización social sea ejemplar, capaz de romper el molde de la comodidad anodina de muchos, y actuar como reclamo con visos de moral transformadora que termina siendo hecho tras las palabras. Después de esta primera semana, nosotros ya no podemos ser los mismos.

Las explicaciones pueden ser muchas, algunas ligadas al mundo académico, siempre interesante como fenómeno comunicativo que traspasa la campana de cristal donde se encuentran sus personajes, de cara a la realidad que transcurre sin rozar siquiera la armadura del título, las publicaciones indizadas y la petulancia adquirida por usos y costumbres; otras parten de la visión de quienes viven y actúan en el medio en que se producen los primeros impactos del error convertido en ley.

A veces la ciudadanía reacciona por no tener la capacidad y la voluntad para actuar cuando la oportunidad lo indica. No somos una sociedad promotora de cambios en defensa propia, sino que del tipo que pega de gritos después de una larga y prudente espera a que las cosas cambien por su propia cuenta. El caso es que las cosas ya no son sostenibles, que la gente está dispuesta a salir a la calle y pegar de gritos, a organizarse para actuar en el escenario de la indignación, del temor a que la cosa vaya peor y en la percepción de un derecho violado. Alguien se pasó de la raya y, ante la evidencia machacada y hasta presumida como logro, el ciudadano afectado dice basta.

Las calles y oficinas públicas son el paisaje por donde fluye el río de la indignación popular, y del desahogo cívico que llena el vaso resquebrajado de un modelo económico basado en el sacrificio del ciudadano común, del que paga impuestos, del que trabaja y produce la riqueza nacional. Ahora el problema es la perseverancia en el intento, la claridad de que el problema no es simplemente el “gasolinazo”, sino la serie de medidas impuestas por el neoliberalismo con una lógica depredadora que hay que romper. El paquete de reformas no se sostiene y una no viene sin las otras.

En estas circunstancias, la dimensión de la protesta, para ser efectiva, debe tener propósitos transformadores, de recuperación de una ciudadanía dejada de lado por el gobierno y los propios afectados. Si somos una república democrática y popular, entonces el papel del pueblo no sólo es letra congelada en el texto constitucional, sino una realidad viva que puede y debe influir en el destino colectivo y reconfigurar el perfil de la nación: de traspatio de una superpotencia grotescamente genocida a un Estado libre y soberano que es parte integrante y activa de la comunidad latinoamericana.

Las explicaciones siempre triunfalistas cuando no francamente provocativas del presidente en turno, dan la impresión de que el gobierno es como aquél borracho que permanecía de pie sostenido por su propio vaso. La reducción al absurdo del discurso oficial, que tiene por caja de resonancia los gobiernos estatales y municipales, ha pasado de ser una broma ridícula a un verdadero insulto a la inteligencia y la dignidad ciudadanas. Ahora parece que es posible que nadie compre esa “botella de refresco con un ratón adentro”, pero las elecciones venideras nos dirán si aún hay quienes siguen manteniendo sus preferencias por los partidos del Pacto por México.


El caso es que la obsesión por liquidar a la nación como su fuera una mercancía no toma en cuenta que ésta no es sólo territorio y recursos naturales, sino que implica a personas que tienen deberes y derechos y que forman el elemento genético-dinámico de la sociedad. Las reformas peñistas nos ignoran completamente. Es por eso que ahora la población actúa en ejercicio de la ciudadanía y alza la voz. Y usted, ¿ya protestó contra el abuso del gobierno neoliberal? Está a tiempo.

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