“Gobernarás a muchos si la razón a ti te
gobierna” (Séneca).
Semana llena de emociones y de buenos
deseos de paz, progreso y bienestar; días de sacudidas sociales y de adrenalina
que se acumula a la del año pasado, donde los pronósticos calentaban los
motores de la inconformidad social y de las mentadas de madre al presidente
reformista al modo de las trasnacionales; hoy muchas agruras fructifican como
producto neto de las iniciativas hechas ley. El año empieza bien para los
efectos de alguna trasformación siquiera cercana a las que el pueblo mexicano
ha dejado pasar por flojera, indolencia y simple valerle gorro la situación
nacional.
En estos días, queda demostrado que la torpeza
puede resultar un buen estímulo para que la movilización social sea ejemplar, capaz
de romper el molde de la comodidad anodina de muchos, y actuar como reclamo con
visos de moral transformadora que termina siendo hecho tras las palabras. Después
de esta primera semana, nosotros ya no podemos ser los mismos.
Las explicaciones pueden ser muchas,
algunas ligadas al mundo académico, siempre interesante como fenómeno
comunicativo que traspasa la campana de cristal donde se encuentran sus personajes,
de cara a la realidad que transcurre sin rozar siquiera la armadura del título,
las publicaciones indizadas y la petulancia adquirida por usos y costumbres;
otras parten de la visión de quienes viven y actúan en el medio en que se
producen los primeros impactos del error convertido en ley.
A veces la ciudadanía reacciona por no
tener la capacidad y la voluntad para actuar cuando la oportunidad lo indica.
No somos una sociedad promotora de cambios en defensa propia, sino que del tipo
que pega de gritos después de una larga y prudente espera a que las cosas
cambien por su propia cuenta. El caso es que las cosas ya no son sostenibles,
que la gente está dispuesta a salir a la calle y pegar de gritos, a organizarse
para actuar en el escenario de la indignación, del temor a que la cosa vaya
peor y en la percepción de un derecho violado. Alguien se pasó de la raya y,
ante la evidencia machacada y hasta presumida como logro, el ciudadano afectado
dice basta.
Las calles y oficinas públicas son el
paisaje por donde fluye el río de la indignación popular, y del desahogo cívico
que llena el vaso resquebrajado de un modelo económico basado en el sacrificio
del ciudadano común, del que paga impuestos, del que trabaja y produce la
riqueza nacional. Ahora el problema es la perseverancia en el intento, la
claridad de que el problema no es simplemente el “gasolinazo”, sino la serie de
medidas impuestas por el neoliberalismo con una lógica depredadora que hay que
romper. El paquete de reformas no se sostiene y una no viene sin las otras.
En estas circunstancias, la dimensión de
la protesta, para ser efectiva, debe tener propósitos transformadores, de
recuperación de una ciudadanía dejada de lado por el gobierno y los propios
afectados. Si somos una república democrática y popular, entonces el papel del
pueblo no sólo es letra congelada en el texto constitucional, sino una realidad
viva que puede y debe influir en el destino colectivo y reconfigurar el perfil
de la nación: de traspatio de una superpotencia grotescamente genocida a un Estado
libre y soberano que es parte integrante y activa de la comunidad
latinoamericana.
Las explicaciones siempre triunfalistas
cuando no francamente provocativas del presidente en turno, dan la impresión de
que el gobierno es como aquél borracho que permanecía de pie sostenido por su
propio vaso. La reducción al absurdo del discurso oficial, que tiene por caja
de resonancia los gobiernos estatales y municipales, ha pasado de ser una broma
ridícula a un verdadero insulto a la inteligencia y la dignidad ciudadanas.
Ahora parece que es posible que nadie compre esa “botella de refresco con un
ratón adentro”, pero las elecciones venideras nos dirán si aún hay quienes
siguen manteniendo sus preferencias por los partidos del Pacto por México.
El caso es que la obsesión por liquidar
a la nación como su fuera una mercancía no toma en cuenta que ésta no es sólo territorio
y recursos naturales, sino que implica a personas que tienen deberes y derechos
y que forman el elemento genético-dinámico de la sociedad. Las reformas
peñistas nos ignoran completamente. Es por eso que ahora la población actúa en
ejercicio de la ciudadanía y alza la voz. Y usted, ¿ya protestó contra el abuso
del gobierno neoliberal? Está a tiempo.
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