“En la adversidad se precisa el camino más
rápido” (Séneca).
Al parecer hay
cosas incomprensibles para el común de la gente, asuntos que permanecen lejanos
y ajenos a la inteligencia de quienes un día como cualquiera se ven, de
repente, en medio de una situación insospechada. En ciertos casos podemos
aceptar fácilmente el absurdo, pero en cambio rechazamos la realidad si esta
nos incomoda.
Podemos aceptar
que los políticos sean corruptos y roben aprovechando la impunidad que rodea al
cargo público, y ver con esperanzado interés la jerga legaloide que indica que
nadie es culpable hasta que se demuestre, siendo que la presunción de inocencia
cae por tierra todos los días al estar basada en la facilidad para traficar con
influencias, hacer valer los lazos familiares y las oportunidades que ofrece la
estructura clientelar de los partidos que, hasta hoy, se rotan en el poder. En
cambio, es fácil y cómodo rechazar ideas y opciones políticas que prometan
cambios a nuestra muy bien engrasada maquinaria de saqueo y explotación, porque
pueden comprometer nuestro futuro que se vería amenazado con ataques masivos de
honestidad.
Nos asombramos y
quedamos con el alma estrujada cuando recibimos la noticia de que una familia
ha perdido todo en el incendio que acabó con su vivienda en alguna invasión o
en alguna colonia periférica, pero fruncimos la nariz cuando nos encontramos
frente a un indigente con mugre acumulada de días y con evidentes necesidades
de alimentación y vestido. ¿Quién se para y saca de su bolsa unas monedas para
paliar utópicamente el sinfín de carencias no resueltas de ese ser humano que
se nos pone enfrente? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a simular una ayuda que
de entrada no estamos tan dispuestos a ofrecer? ¿El solo hecho de arrojar una
moneda a la mano del pobre nos coloca como promotores del cambio social?
Leemos en los
periódicos que tal o cual comunidad ha sufrido de inundaciones porque algún
ricachón con influencias decidió desviar el cauce del río y que están
apoderándose de tierras comunales porque la ley protege a los depredadores con
apellidos frecuentes en las páginas de sociales. Sabemos de actos criminales
donde se contamina el suelo y el agua, dejando a muchas familias expuestas a
enfermedades producidas por el contacto con substancias tóxicas, y que los
culpables del ecocidio pueden seguir gozando del fuero que da el dinero y las
influencias.
Tenemos
evidencias de que la calidad del aire ha disminuido drásticamente y que esa
mezcla nociva provocará enfermedades a nuestros hijos, al agredir sus vías
respiratorias de manera continua y prolongada. Nos enteramos que la agricultura
basada en el uso intensivo de agroquímicos como fertilizantes, herbicidas y
pesticidas, contamina el ambiente y contribuye al cambio climático, pero nos
hacemos de la vista gorda por no aparecer como enemigos del progreso,
independientemente de la realidad de los períodos de sequía, la menor
disponibilidad de agua y el descenso de la calidad del líquido.
Sabemos que las
poblaciones de abejas cada vez son menores, y que la calidad y cantidad de la
miel está siendo afectada, pero no es cómodo señalar a las trasnacionales que
comercian con veneno que afecta la vida de las colmenas y las condiciones de la
polinización. ¿Se imagina enfrentar a Monsanto o DuPont, por ejemplo, y correr
el riesgo de ahuyentar inversiones y fuentes de trabajo? ¿O a Grupo México y
sus similares canadienses?
Celebramos la
reanudación de las conferencias Sonora-Arizona, pero parece que olvidamos que
una y otra son entidades de dos naciones distintas y con objetivos no
necesariamente compartidos. ¿Por qué quemar incienso en el altar de la
hipocresía y el oportunismo anglosajón? ¿Nos sentimos tucsonenses honorarios?
Si bien es cierto que el gobierno de la república tiene la misión de liquidar
los activos nacionales en beneficio del extranjero, ¿Sonora debe celebrar ser
el traspatio y fuente de recursos de su vecino del norte? ¿Por qué no empezar
por fortalecer la economía regional sonorense y generar proyectos propios?
Al paso que
vamos, la posibilidad de un cambio auténtico, distinto y opuesto a la bazofia
neoliberal que ha alimentado al ciudadano común y al mercenario académico, al
hampón político y al lamebotas sexenal, parecerá lejana pero no lo estará
tanto. Por fortuna, hay gente que es capaz de ser solidaria, que ve la
diferencia entre una causa justa y una simple manipulación imperial; capaz de
salir a la calle y marchar con los maestros, los trabajadores de la salud, los
afectados por la rapiña con influencias, los marginados políticos, los
ciudadanos de a pie.
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