“La corrección es la parte más útil de la
enseñanza” (Quintiliano).
La llamada
reforma educativa nos pone frente a la historia: el ayer colonial y el hoy
globalizado desfilan en la superficie de una pantalla espectacular que irradia
progreso occidental y que se erige imponente sobre la tierra oscura de un
pasado indígena cuyas raíces, ahora genéticamente modificadas por la ciencia
occidental y los intereses trasnacionales, resuman folclorismo, parafernalia
decorativa y un no-sé-qué de nostalgia: Los indios son decorativos, ecológicos,
evocadores de un pasado que la modernidad ignora y la conveniencia niega; los
pobladores originales y sus condiciones de vida sugieren que la educación
pública debe ser un paliativo administrado en condiciones que no deben rebasar
los estándares de semi-exclusión impuestos en beneficio de las “gentes de
razón” interesadas en los recursos naturales todavía en manos de las
comunidades rurales.
Las comunidades
rurales deben apegarse a la añoranza occidental de una vida de privaciones, un
tanto silvestre, aunque bendecida por la promesa de un futuro en el que la
educación y los beneficios del progreso se ligarán a modelos de desarraigo
cultural y depredación económica con rostro anglosajón, que le tuerzan el
cuello al cisne de la Revolución de 1917 y al legado de los gobiernos emanados
de ella. La pesada carga del agrarismo alentado por Cárdenas y el discurso
nacionalista deben ser erradicadas del imaginario colectivo de los nativos de
Oaxaca, Chiapas y Guerrero, como en buena medida lo ha sido en las regiones
urbanas y norteñas, donde campea una versión despeinada del “american way of life”.
¿Para qué
empecinarnos en discutir las raíces de un pueblo mestizo de cara a las
transformaciones globales que impulsa nuestro vecino del norte? ¿Qué caso tiene
luchar contra los significativos avances de la neocolonización financiera y
comercial de Latinoamérica desde una trinchera nacionalista? El progreso, como
la belleza, tiene sus costos. Las apariencias deben guardarse y, en este caso,
los contrastes son significativos: tenemos un potente faro orientador que marca
la ruta hacia el progreso, pero no puede funcionar sin esos espacios oscuros
que permiten apreciar la claridad de la luz. ¿Qué sería del progreso sin puntos
de contraste? ¿Qué haríamos sin indígenas en una nación mestiza?
Por otra parte,
existen formas de ver el progreso y el bienestar enraizadas en nuestra historia
patria, que contrastan fuertemente con la visión unipolar del sistema; se
tienen puntos de vista que surgen de nuestra experiencia colectiva y que
atienden y dimensionan los orígenes de nuestra nacionalidad sin ignorar los
puntos luminosos y los oscuros que nos hacen ser una nación pluriparticular,
rica culturalmente, con enormes recursos por aprovechar de acuerdo a nuestras
posibilidades e intereses. Queda claro que la homogeneidad no tiene mucho que
ver con nuestra realidad, y que ningún modelo impuesto puede suplir la lógica
interna de nuestro devenir.
En este
contexto, no hay duda que un punto de encuentro entre pasado, presente y futuro
de nuestras regiones y comunidades es la escuela. Allí coexisten e
interaccionan los personajes, problemas y soluciones que emergen de los libros,
las lecciones y actividades escolares, pero también las costumbres,
tradiciones, valores y principios de sus actores esenciales: el maestro y los
alumnos. Se cuenta con el paisaje cultural formalizado en los libros de texto,
en la literatura complementaria, así como con la formación y la experiencia del
docente; se tienen vivencias del contexto económico, social y cultural de la
escuela, pero también la conciencia de ser y pertenecer a una comunidad. Hay
una identidad nacional, pero también una local y familiar que nutre y
redimensiona la experiencia escolar. La idea de mundo cambia y se amplía en el
trabajo cotidiano, en el que los conocimientos generales y los problemas y
soluciones particulares construyen un nuevo horizonte de interpretación y de
vida para cada estudiante.
Pero, ¿quién
hace posible la obra de toma de conciencia de los alumnos y actúa como promotor
del cambio en las comunidades? ¿Quién vive y convive con los actores locales y
las situaciones problemáticas que éstos enfrentan en forma cotidiana? El maestro
rural cubre funciones de docente, de orientador escolar y familiar, de gestor
comunitario, de testigo y cronista de los dichos y los hechos que se suscitan
en el entorno escolar y regional. Su compromiso es palpable cuando se trata de
hacer posible que la justicia social, económica y política baje de los libros a
la realidad cotidiana de su comunidad. Es claro que su conocimiento de la
realidad lo convierte en un opinante informado, en un actor legítimo en la
búsqueda de respuestas y soluciones sociales.
Pero, en
oposición a la labor de servicio comunitario que realizan los maestros, los
impulsos globalizadores a los que ha cedido el gobierno adquieren una gravedad
tal que ponen en peligro la obra social, económica y política de la Revolución
y la defensa, en los hechos, de nuestro patrimonio nacional.
La apariencia de
legalidad riñe fuertemente con la legitimidad de la acción cotidiana de los
maestros en sus comunidades, y el derecho a la educación tanto como la defensa
de nuestro patrimonio viven la agonía de la represión física y la agresión
mediática. La reforma educativa es una perversa maquinación “legal” contra los
derechos laborales de los maestros y un retroceso monumental de la legalidad y
credibilidad de los funcionarios públicos. Se puede afirmar que la reforma
atenta contra el derecho de los pueblos a la educación, y que al reprimir y
privar de derechos a los maestros se vulnera y desprotege la vida comunitaria
asediada por las ambiciones de las empresas transnacionales que ven en los maestros
un obstáculo para el control de espacios comunitarios ricos en biodiversidad,
agua y otros recursos esenciales.
La lucha de la
CNTE no es poca cosa. Debiera ser la de todos los mexicanos por recuperar los
espacios controlados por las empresas trasnacionales, con grave perjuicio de la
agricultura y el comercio comunitarios; debiera ser una exigencia nacional el
poner coto a la grosera intromisión extranjera en la vida y destino de los
mexicanos; debiera ser tarea nacional el recuperar los espacios que en el
México rural explotan con impune desfachatez empresas embotelladoras, agrícolas
y mineras que dejan diariamente su cauda de contaminación, miseria y exclusión
en todo lugar donde se establecen. Pero, sobre todo, debiera ser un imperativo
categórico la defensa de la educación pública gratuita y de calidad. Debiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario