“La moda, es decir, la monotonía del cambio”
(Unamuno).
La famosa e
inefable CFE, empresa de clase mundial (sic), anuncia a sus clientes cautivos
de Sonora y Sinaloa que suspenderá “dependiendo de la demanda” la provisión del
fluido eléctrico para evitar daños por sobrecarga a la red noroeste. Es decir,
Hermosillo, Guaymas, Cd. Obregón y Navojoa dejarán de tener “luz” cualquier día
y hora de la semana, a fin de evitar “daños” en la red, pero como los cortes
son profilácticos sólo serán de 20 minutos, según afirma la “empresa
productiva” al borde de un ataque de anemia trasnacional, no sin antes ofrecer
disculpas “por las molestias que esta situación puede provocarles”.
Es claro que los
cortes de energía son una especie de daño colateral necesario y obligado por la
simple razón de que de alguna manera se tienen que visualizar las ventajas de
la Reforma Energética, sin dejar del todo claro si éstas son para las
trasnacionales del tipo Iberdrola, o si lo son para las empresas antes
nacionales que producían bienes y servicios públicos bajo los supuestos de
cobertura, calidad, generalidad y continuidad.
Como quiera que
se vea, la CFE disminuye su capacidad productiva en aras de crear espacios de
participación, competencia y ganancia a las empresas nuevas que ingresan en el
mercado eléctrico nacional una vez que se declaró como una simple broma histórica
la nacionalización de la electricidad por Adolfo López Mateos en 1960. Desde
que el país ingresó a la modernidad, entendida como la serie de medidas
necesarias para achicar el Estado mexicano en beneficio de las trasnacionales
extranjeras, los esfuerzos por ceder y conceder servicios y recursos al capital
extranjero y reforzar la dependencia en sectores antes considerados
estratégicos para el desarrollo, se ha convertido en el dogma de fe neoliberal
que cada gobierno emanado del PRI-PAN debe seguir al pie de la letra.
En ese sentido,
la mentalidad nacional debe cambiar y abrirse a las modas, deseos, caprichos,
inclinaciones y perversiones externas, para crear una base de entendimiento que
inspire confianza a los inversionistas y replantee las prioridades nacionales:
ayer era el crecimiento y desarrollo agrícola e industrial, la soberanía
alimenticia, la distribución del ingreso y la seguridad social como factores de
progreso y estabilidad política, mientras que ahora lo son la
desnacionalización y privatización de la producción, la educación, la salud, la
seguridad y los servicios públicos; el matrimonio igualitario, la intervención
de organismos extranjeros en la administración de justicia y los cada vez más
curiosos criterios de constitucionalidad de las normas.
Por ejemplo, para
el mexicano promedio debe quedar claro que la reforma educativa es “la que el
México del siglo XXI necesita”, y que los maestros “son delincuentes” si por
alguna razón manifiestan algún tipo de inconformidad ante la amenaza de ver
evaporados sus derechos laborales. La palabra mágica “evaluación” debe ser
suficiente para persuadir a todo mundo de que la calidad que se persigue bien
puede estar lejana de los objetivos puramente académicos, pero cercana a la
domesticación laboral y a las infinitas emociones de ser un trabajador tan
desechable como prescindible, tan sustituible como criminalizable.
En otra
dimensión del modelo trasnacional de transformación social aplicado a México, a
nadie debe extrañar y menos cuestionar el mensaje que llevan programas de
televisión como “De Charlie a Carli”, “Un marido y cuatro esposas”,
“Trans-historias” o “Mis cinco esposas”, surtidos con festivo desparpajo por
TLC-Discovery. Es obvio que la familia mexicana y sus valores tradicionales
pueden lucir avejentados ante las novedades de la reingeniería familiar y
social impulsada por el mundo anglosajón y sus intereses económicos, de suerte
que el gobierno se empeña en hacer pasar de la tele a la realidad nacional los
supuestos esenciales de la apertura comercial y conductual que el sistema
financiero internacional espera y demanda.
¿Qué sería de
México si conservara sus principios y valores? ¿Qué pensarían los gringos ante
la resistencia nacional de modernizar la familia? ¿Los gringos podrían soportar
la decepción de tener por vecino un país con dignidad y alta autoestima? Igualmente,
malo sería sostener la provisión de bienes y servicios estratégicos bajo el
control total o mayoritario estatal e impulsar un modelo de desarrollo propio,
basado en nuestros recursos, la experiencia y pertinencia de las instituciones
y en la productividad nacional, para poder desarrollar nuestra industria y
competir en mejores condiciones.
Como quiera que
sea, los apagones de la CFE nos advierten de los costos de no reinvertir en
infraestructura y tecnología y ceder los espacios comerciales más jugosos a las
empresas trasnacionales. En este contexto, la visión de mundo y realidad debe
ser complementaria a la subordinación política y económica, por lo que resulta
lógica la reforma educativa y la compulsiva promoción de la diversidad sexual
como objetivo incuestionable del nuevo estado mexicano. Por un lado, se tiene
la claudicación del Estado en sus obligaciones constitucionales y, por otro,
una labor legislativa que garantiza la subordinación nacional ante los
imperativos económicos, políticos y culturales extranjeros.
Se podrá alegar
que en México falta una cultura de tolerancia, pero en ningún momento se
trabaja para lograr condiciones de equidad entre el medio urbano y el rural, y
entre los ricos y la serie de capas sociales que estratifican la miseria. La
pobreza es considerada como un mal endémico que a nadie debe extrañar, de
suerte que su “normalidad” no es objeto de cuestionamiento que amerite acciones
firmes y de largo plazo, menos de vistosas marchas que exhiban pancartas,
banderas y consignas contra lo que debiera avergonzarnos profundamente como
sociedad. Nos conformamos con discursos y medidas asistencialistas, con becas y
empleo temporal, con cursos de capacitación sin conexión con el mercado, con
campañas mediáticas efímeras y de corte electorero.
Los apagones de
la CFE son, en este caso, unas de las señales externas de una nación de
precaristas recolonizada por el capital extranjero. Siendo así, ¿debemos sufrir
pacientemente el calor y la abyección de ser una nación de simples consumidores
de lo que renunciamos a producir, y pagar los costos de esa “modernidad”? ¡Un
cuerno!
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