“Los hechos se califican y juzgan por su
causa” (frase latina).
Parece que cada
año, cuando se conmemora el “Día contra el trabajo infantil”, las buenas conciencias
se sienten estrujadas, víctimas de remordimientos renovables, presas de
temblores, sollozos y gemidos que el alma reserva para las efemérides que
suponen rezagos y adeudos sociales insolutos y, nuevamente, las voces
acusadoras se elevan en busca de alguna resonancia, de oídos dispuestos y
atentos al mensaje: “no debieran estar trabajando sino estudiando”.
Como es de
esperarse, los personajes con vigencia de derechos en el poder ejecutivo, el
legislativo y el mundillo académico, hacen acto de presencia mediática y dicen
lo que a su estatus conviene, proponiendo acciones, impulsando iniciativas y
planteando proyectos que suponen acciones coordinadas y firma de convenios en
aras de proteger el “interés superior del niño”. Una vez más, las fuerzas vivas
sociales están en marcha y dispuestas a no permitir el abuso infantil dentro y
fuera de los hogares, para lo que hay que diseñar instrumentos, aplicar
encuestas, hacer entrevistas, integrar un equipo inter o multidisciplinario de
analistas y llegar a conclusiones que permitan saber quiénes son y dónde están.
Asimismo, se
busca analizar la reorientación del gasto social, poner bajo observación las
políticas y aplicación de fondos destinados al desarrollo social, tan lucidores
en los discursos y en los informes de gobierno, pero que han resultado
ineficaces porque, en los hechos, “la pobreza antes de disminuir, se ha
incrementado” (Expreso, 12.06.2016).
En Sonora, de
500 campos agrícolas existentes solamente 40 tienen certificación de estar
libres de trabajo infantil, lo que nos da un triste panorama donde la palabra
explotación surge de manera obligada. Asimismo, en las calles de Hermosillo y
otras ciudades es común ver parvadas de menores asediando a los automovilistas
para “limpiar el vidrio” de la unidad, hacer actos de malabarismo con pelotas,
aros, o cualquier objeto adecuado; ofreciendo chicles u otras golosinas,
despertando la lástima mediante historias lacrimógenas, solicitando cooperación
para “el camión”, para un pariente enfermo, para “un taco”, entre los múltiples
y variados argumentos de petición que esgrimen con soltura los cada vez más
numerosos menores que pululan en las calles.
La preocupación
de los legisladores y demás personajes oficiales por la infancia que trabaja
también incluye entre los sospechosos de este mal social a las familias de los
chicos, de donde no falta quien diga que es necesario prestar atención a esta
variable en los estudios socioeconómicos que se hagan, ya que muchos “pueden
ser obligados a participar en las labores domésticas, sobre todo las niñas”:
¿se imagina usted a una niña auxiliando a su madre o abuela en las tareas
domésticas? El horror de cierta legisladora local seguramente no es compartido
por muchas familias de distintos niveles de ingreso pero que incluyen a los más
jóvenes en la dinámica y las responsabilidades de sus respectivos hogares como
una forma de integración dentro de los valores que comparten.
Las buenas
intenciones de los legisladores y otros actores sociales y políticos
seguramente están fundamentadas en la realidad económica y social de nuestra
entidad, pero curiosamente se apoyan en sus efectos, no en sus causas. Se ven
los efectos más inmediatos y dramáticos de la migración, como el consecuente
desarraigo de las familias, las dificultades que enfrentan los chicos de
permanecer y culminar sus estudios básicos en forma oportuna y conveniente; la
imposibilidad de mantener y fomentar entre ellos el sentido de pertenencia y la
solidaridad con una comunidad de intereses afines y complementarios, dotada de
valores y capaz de vertebrar moralmente a sus miembros; la siempre presente
amenaza de la criminalidad que acecha al niño víctima de la marginación.
Las
consideraciones sobre el trabajo y la explotación infantil no pasan se ser
epidérmicas, superficiales, aparentes, extraviadas en la trivialidad y la
intrascendencia y, por desgracia, más interesadas en la autocomplacencia, en el
protagonismo coyuntural de una fecha consagrada al discurso que marca la
corrección política.
La preocupación
centrada en el menor que trabaja, que no estudia por carecer de tiempo y
oportunidad es sospechosa de omisión, porque deja de considerar al menor como
parte integrante de un conjunto de relaciones e interrelaciones entre personas
unidas por lazos de consanguinidad o afinidad que integran una unidad familiar.
La pobreza del menor es la pobreza de la familia; el destino de la familia
determina en primera instancia el del menor. Lo desconcertante de este asunto
es que los señores legisladores y otros opinantes privilegiados no han atinado
a buscar analizar las causas de la pobreza familiar. Les ha parecido más cómodo
centrarse en el menor, como si fuera un individuo independiente con una
dinámica propia y distinta a la de sus padres y hermanos. ¿En qué universo
paralelo la familia dejó de ser una unidad interactuante y sus elementos
transitan por rutas distintas y separadas en las etapas formativas del sujeto?
¿Cuándo la familia dejó de ser la primera escuela de los hijos?
Si realmente se
tratara de acabar con la explotación infantil, se emprenderían acciones para
garantizar el empleo, ingreso y seguridad social de los trabajadores y sus
familias; se protegería la estabilidad en el empleo y se cuidaría la cobertura
y calidad de la educación, la salud, la vivienda y el acceso a los bienes de
consumo familiar; se protegería la integridad y bienestar de las familias y
salvaguardarían sus derechos; se trabajaría en la mejora de las condiciones de
vida de la población y en una equitativa distribución del ingreso, garantizando
a los ciudadanos y sus familias el acceso a los frutos del progreso económico y
los avances tecnológicos y científicos, con respeto absoluto a los derechos
humanos.
Lo anterior
implicaría someter a crítica al sistema económico y político que padecemos con
resignación masoquista. Hacer acopio de valor civil y con sentido humanista señalar
las verdaderas causas del atraso y la dependencia, de la marginación y la
exclusión.
Si realmente
queremos acabar con la explotación del trabajo infantil, debiera entenderse que
es consustancial al régimen de explotación propio del sistema capitalista que
impulsa, defiende e impone la delincuencia financiera internacional organizada
en el FMI, BM, OCDE y otras excrecencias de dominación mundiales, y que nuestro
país y estado acatan con voluntad de zombi.
Como que es hora de dejar de simular y llamar a las cosas por su nombre.
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