No hay duda que
la naturaleza humana es contradictoria, a veces indiscernible, aunque casi
siempre predecible. Pasamos de la búsqueda de la verdad al absurdo del
pragmatismo cómplice; de la defensa verbal de la justicia a acción abusiva y
criminal; del respeto a la legalidad a la violación sistemática de la norma; de
la libertad como objetivo a la dominación y sujeción como propósito. Hablamos
de las bondades de la democracia y el respeto a la dignidad humana mientras se
busca el ascenso político mediante la compra de voluntades y la corrupción.
Mientras que se reclama transparencia y honestidad, se gobierna con opacidad,
simulación y represión a los disidentes.
Nuestro país ha
retrocedido dramáticamente, entre otros rubros, en materia de empleo, ingreso y
seguridad social, debido a una agresiva política de privatización que ha
rebasado los límites impuestos por la prudencia política en otros gobiernos,
igualmente neoliberales y entregados al gobierno de los Estados Unidos, pero
con algunos residuos de dignidad y respeto a las formas. La política económica
dista mucho de tener un enfoque nacionalista que procure no sólo estabilidad
sino desarrollo económico, quedando sujeta a una función meramente instrumental
que retoma y aplica medidas ajenas al interés general. De ahí la creciente
inconformidad y el evidente fracaso de las políticas asistencialistas: no se
fomenta el empleo y el ingreso y sí la acumulación privada en cada vez menos
manos.
La aplicación
mecánica e irresponsable de las recetas del FMI, Banco Mundial y OMC, ha
desprotegido la economía nacional y desmantelado la infraestructura productiva,
en beneficio del capital extranjero. Los productores nacionales se encuentran
en franca desventaja respecto a las trasnacionales, de suerte que, por ejemplo,
en la producción de alimentos e insumos agrícolas queda en manos de Monsanto,
Syngenta, Dow, DuPont, entre otras, con grave daño a la biodiversidad y la
sobrevivencia de especies y variedades endémicas. En tal virtud, la oferta de alimentos se
reduce y decrece en calidad, lo que explica la aparición de enfermedades
crónico-degenerativas antes desconocidas o poco significativas. Gracias a la
complicidad del gobierno, la soberanía alimenticia y la economía agrícola está
en manos de extranjeros, dejando al campo mexicano en calidad de zona de
expulsión de fuerza de trabajo y de área de influencia del crimen organizado.
Si el trabajo y
el ingreso disminuyen, es claro que la demanda de bienes y servicios se
precariza, condenando a los asalariados y desempleados a cuadros de subconsumo
creciente. Con ello, la vulnerabilidad de la población a enfermedades asociadas
a la pobreza, aumenta. Un organismo inmunodeprimido es blanco de enfermedades y,
en consecuencia, aumenta la probabilidad de contraer padecimientos que
difícilmente pudieran atacar a una persona alimentada adecuadamente y en
condiciones de buena calidad de vida. La disminución del ingreso en términos
reales más una deficiente alimentación permite suponer un incremento en la
demanda de servicios de salud y asistencia social.
A la
precarización de la economía nacional sigue la privatización de áreas y
funciones antes responsabilidad del Estado, con lo que se han impulsado
reformas que afectaron tanto al IMSS como al ISSSTE, subrogando áreas y
servicios en detrimento de la calidad de la atención, pero sobre todo, de la
función social del gobierno: la salud se privatiza parcialmente gracias a la
subrogación, con lo que se perfila tanto la salud como la seguridad social como
áreas de oportunidad para los negocios privados.
El gobierno
prefiere pagar rentas y la provisión de servicios a agentes privados, antes que
administrar sus propios recursos e invertir en infraestructura, equipo, medicamentos
y personal especializado, que puedan elevar la calidad del servicio mediante la
capacitación y actualización constantes. En la actualidad las instituciones de
salud pública agonizan; se carece de equipo, medicamentos y materiales de
curación; las condiciones de atención hospitalaria no favorecen la pronta
recuperación del paciente y los familiares se ven obligados a realizar labores
de enfermería al ocuparse de las necesidades básicas del enfermo, ya que el
personal no se ocupa de ellas. Asimismo, se extienden recetas con la esperanza
de que las familias cuenten con los recursos para surtirlas, ya que las
farmacias muchas veces se niegan a proveer medicamentos ante la incertidumbre
de que la institución cuente con la capacidad para cubrir el importe en un
plazo razonable.
Los recortes de
personal y la cancelación o desincorporación de servicios y responsabilidades,
se han convertido en práctica obligada por el modelo económico neoliberal, lo
cual se agudiza cuando la administración pública se ejerce con torpeza y arbitrariedad.
El reciente caso del despido de personal médico y de enfermería adscrito al
Hospital Chávez del Isssteson constituye un ejemplo claro de esto.
Para nadie en su
sano juicio puede ser creíble que el despido de 300 trabajadores puede llegar a
resolver el problema de nómina del instituto. Si las autoridades han dicho que
se trata de “desvincular” (despedir) a personal de confianza, ¿quién puede
creer que los eventuales están en esta categoría? Si un trabajador eventual es
alguien que figura en una lista para ser llamado cuando se le necesite y qué
solamente funge como empleado en el momento en que la institución lo llama para
cubrir un turno, ¿cómo se puede justificar que sean desalojados justamente
cuando están ejerciendo las funciones temporales para las que fueron
convocados? Entonces, ¿para qué los llamaron?
Tras la
arbitrariedad de su violenta expulsión del centro de trabajo, la actuación de
las autoridades apoyadas por elementos de la policía constituye una verdadera
ofensa a la dignidad de los profesionales de la salud y, en general, a la clase
trabajadora sonorense. Duele ver el desparpajo de las declaraciones: “fue una
medida dolorosa pero necesaria”; “si no hacemos esto, se corre el riesgo de que
el Isssteson quiebre…”
Los mensajes son
contradictorios, ya que por una parte se habla de poner orden en las finanzas
estatales, pero las primeras víctimas son humildes trabajadores eventuales que
viven de la buena o mala fortuna de una llamada para cubrir una jornada, de
acuerdo al criterio de la parte patronal. ¿A qué hora se pondrán a trabajar en
serio? ¿Cuándo se dejará de gobernar a periodicazos?
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