“Seguro se está cuando no se tiene temor ni a
los inconvenientes del momento ni al desenlace de la empresa” (Cicerón).
La inseguridad
señorea nuestras relaciones sociales, personales e institucionales. Nada puede
darse por sentado y la duda corroe las entrañas de una ciudadanía instalada en
el hedonismo y la apatía. La cómoda posición política de no hacer ni participar
siquiera en apoyo de los que sí hacen revela la causa profunda del porqué
existe tamaña impunidad en los asuntos públicos y los privados. Somos los
causantes del desorden que reina; callamos convenencieramente los despropósitos
del gobierno arropados con las sábanas de la indolencia, mientras nuestro
entorno social se resquebraja y derrumba.
La ciudad de
Hermosillo, otrora orgullosa capital del antes pujante e industrioso estado de
Sonora, navega con bandera de priista en un mar de componendas, tráfico de
influencias y política panfletaria diseñada para el manoteo y la manipulación.
Hasta la fecha, no hay evidencias de un gobierno que trabaje por el bienestar
ciudadano en vez de aplicar mecánicamente las torpes y a veces absurdas
disposiciones del centro. ¿Tenemos gobierno del estado o una simple gerencia
del poder central?
La pasada
administración panista dejó en claro que el saqueo del erario era su mejor opción
antes que cumplir con la ley. En la actual, las declaraciones han llenado los
espacios periodísticos sin que la realidad se haya visto modificada en
beneficio de la legalidad y la justicia.
El daño ocasionado por un gobierno de rateros sigue afectando nuestras
finanzas públicas y el descrédito político de la clase gobernante no distingue
grandes diferencias entre PRI y PAN. El balance histórico es implacable en su
crudeza: unas y otras siglas no han hecho la diferencia, porque la cultura de
la componenda, el influyentismo y las relaciones clientelares han reducido y
pervertido la democracia sonorense.
Tan han afectado
a las prácticas democráticas y el proceso de aprendizaje y maduración de una
ciudadanía alerta, informada y participativa, que los movimientos sociales
navegan en aguas llenas de escollos que propician la atomización, el
individualismo y la eventual traición a los principios que en un momento
dijeron defender. Algunos caen en garras de la seducción corruptiva del
sistema, otros resisten valientemente en una lucha desigual y no del todo
comprendida y apoyada por los propios sectores eventualmente beneficiados. El
primer enemigo a vencer no es el sistema sino la propia vulnerabilidad.
Mientras la
ciudadanía se debate entre la desesperanza y el miedo, el gobierno ofrece
soluciones mecánicas, pueriles y francamente ofensivas para cualquier
inteligencia dentro de la normalidad. Ahora lanza la gobernadora la iniciativa
de dar por ley el 50 por ciento de las alcaldías a mujeres, bajo el supuesto de
que se reforzaría la democracia y el cambio añorado por Sonora.
Tristemente, la
experiencia nacional e internacional sobre la participación de las mujeres en
el gobierno es ajena a la idea de proporcionar soluciones mágicas a los países,
regiones o localidades. Es inevitable pensar en el plano internacional en
Margaret Thatcher, como en el entorno nacional en Rosario Robles, o en lo local
Dolores del Río o la propia Claudia Pavlovich.
Las mujeres
mexicanas han ocupado la presidencia nacional de partidos, gobernado estados y
municipios, ocupado posiciones en los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial; su participación en el Senado o en la Cámara de Diputados, así como
en los cuerpos legislativos locales y cabildos permite afirmar que no hay
discriminación política que impida a una mujer llegar a los puestos de elección
popular. Siendo así, ¿qué sentido tiene la iniciativa de la gobernadora
Pavlovich? ¿En qué favorece a la mujer y a la democracia?
Inclinar la
balanza legal hacia un sexo u otro es, en principio una forma de discriminación
y nada tiene que ver con la vida democrática. Las cuotas de “género” son una
imposición que no se sustenta en un verdadero crecimiento político, sino en el
atraso y la inmadurez.
En lo
particular, pienso que el sexo es irrelevante cuando se trata de elegir a los
candidatos más aptos, ya que el desempeño de un cargo público difícilmente
tiene que ver con la sexualidad ni con las cuotas de “género”. Así como hay
hombres corruptos, torpes y nefastos, también tenemos mujeres envilecidas por
el sistema y que sólo trabajarán para sus intereses personales y de facción
política. Ser hombre o mujer no garantiza necesariamente los resultados de una
gestión pública honesta y eficiente, porque este asunto tiene más que ver con
la personalidad, preparación, características y decisión individuales. La
vocación y la capacidad políticas no son un asunto hormonal. Maduremos. ¿Por
qué no elegir libremente a los representantes y funcionarios, sin cuotas,
trabas y condicionamientos clientelares?
Mientras se nos
distrae con soluciones y propuestas “patito”, torpemente efectistas, la ciudad
capital se revela como un lugar inseguro, peligroso y conflictivo. La zona
centro de la capital, ocupa el segundo lugar, después de Miguel Alemán, en
robos, asaltos y lesiones. En lo que va del año, se han registrado 140 robos en
casas, 110 asaltos a comercios, 25 robos a escuelas y 35 a transeúntes (El
Imparcial, 22.02.16).
¿Es imaginable para
usted que puede ser asaltado, lesionado y quizá asesinado en el mero centro de
la ciudad capital? ¿La policía actuará con más eficacia cuando se implante el
número “911”, que nos hará sentirnos como arizonenses nopaleros? ¿El mando
único también impulsado desde el centro logrará, además de lesionar la
autonomía municipal y el federalismo, abatir los índices de la delincuencia que
surge de una sociedad sin oportunidades de empleo decente y seguro?
Es claro que con
parchecitos ridículos no se puede tener un gobierno de logros,
independientemente del sexo de quien gobierne. El problema está en otro lado,
como también lo está su solución. Pero podemos seguir haciéndonos tontos…
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