"Lo que no aprovecha a la colmena, tampoco aprovecha a la abeja" (Marco Aurelio Antonio).
Tiempos de
definiciones impostergables y de necesidades por satisfacer, hora de dejar la
comodidad de lo políticamente correcto y emprender la aventura de ser auténtico
en el decir y el actuar. Mientras que la ciudad se deshilacha por ausencia de
un gobierno de y para el pueblo, la Universidad, conciencia crítica de la
sociedad, se prepara para dar respuesta, o no, al reclamo cíclico de proveer lo
necesario a sus trabajadores, en los términos de las normas legales vigentes y
los ajustes pertinentes en materia salarial. Se trata de paliar el deterioro de
la capacidad adquisitiva de los universitarios agremiados en los sindicatos
Steus y Staus.
La lucha por
mantener la carne pegada al espinazo unifica y define a los trabajadores en
todas partes, en los diversos sectores de nuestra vapuleada economía nacional:
los esfuerzos del gobierno y la iniciativa que, siendo privada, discurre por
rutas alejadas de lo público, van justamente en sentido contrario al de las
necesidades reales y sentidas de quienes viven de su esfuerzo cotidiano en
condiciones cada vez más difíciles, de suerte que los intereses de la fuerza
laboral constituyen una realidad que se niega sistemáticamente por sus
contrapares patronales y el sector oficial neoliberal.
Las violaciones
a los contratos colectivos, el hostigamiento y las campañas de descrédito y
desprestigio social terminan siendo recursos de los que se abusa con inusitada
regularidad. Para la patronal, el mejor trabajador es el pasivo, colaborador y
con espíritu masoquista; la disidencia es contraria a esa especie de
institucionalidad secuestrada por la administración en turno, porque para ellos
los objetivos del sindicalismo universitario debieran ser la domesticación
resignada de sus miembros, el espíritu conciliador e incondicional en grado de
autogol voluntario y la falta de aspiraciones de progreso y bienestar personal
y gremial.
Mientras que el
sistema atomiza de hecho y de derecho (recuérdese la reforma laboral y la educativa)
la resistencia de los trabajadores, y pule y perfecciona sus argucias mediante mecanismos
como la individualización de las vías de solución, convirtiendo los medios de
promoción y mejora salarial en “premios” al desempeño académico antes que logros y conquistas colectivas legalmente
exigibles, se crea una especie de empleado dócil al sistema de puntajes y
adicto al llenado de formatos y cubrir apariencias de cumplimiento, capaz de
sacrificar la calidad a la cantidad en aras de cubrir las cuotas de simulación
que exige el sistema que “estimula” y reconoce las bondades de tener ficheras
con doctorado a su servicio.
Pronto, las
estructuras clientelares proliferan en las instituciones, y la corrupción,
antes reservada a la administración, tiñe con los colores de la mendacidad, el
cinismo y la incompetencia a las capas pensantes de la población universitaria:
profesores caza-puntos y estudiantes en pos de promedio y no de conocimientos
le dan un giro a la educación, logrando el propósito de changarrificar la academia y una conciencia de culpa compartida que
obra como el sello de un pacto de silencio entre cómplices. Los “ISO” y las
“certificaciones” son las tapaderas de las nuevas cloacas académicas
funcionales al sistema. Se pierde la autonomía a cambio de etiquetas.
Lo anterior es
el resultado lógico de un sistema corruptor que precariza las relaciones
institucionales, vulnera y avasalla la dignidad de sus actores y promueve los nuevos
valores y objetivos del sistema; pero, la Universidad puede ser una simple caja
de resonancia de la ideología dominante o, por lo contrario, un factor de
cambio y conciencia crítica de la sociedad.
Recientemente,
se creó la Federación Sonorense de Sindicatos de Educación Superior (FSSES), en
la que forman los sindicatos de trabajadores del CIAD (Siatciad), del Itson
(Suttitson), y los de la Universidad de Sonora Steus y Staus. El propósito de
la nueva federación es la unidad y el apoyo de sus integrantes en los problemas
que les son comunes y rescata los conceptos de solidaridad y comunicación entre
pares. Si el sistema trabaja para dividir e individualizar las vías de solución
de los problemas de los trabajadores, atomizando la resistencia y las formas de
lucha, la organización sindical lo hace por la identificación de problemas y búsqueda
de soluciones y acuerdos para la acción colectiva.
En una época en
la que se menosprecia y criminaliza la protesta, la defensa de los derechos de
los trabajadores debe ser un ejemplo preocupante para el sector patronal,
aunque uno luminoso para las futuras generaciones. La crítica a los
sindicalistas jamás es producto del despiste e ignorancia, sino de una sebosa
defensa del sistema que mantiene a la población sojuzgada mediante la
contención salarial, la desinformación, el temor inducido por los medios de
manipulación masiva, la desesperanza y el desinterés por participar en la
legítima defensa de nuestros derechos sociales y laborales. En este marco la
organización de los trabajadores es esperanzadora, ya que las únicas fuerzas
capaces de mediar en los conflictos entre el capital y el trabajo son la
legalidad e imparcialidad de las instancias formalmente competentes, la unidad
y la legitimidad de las demandas y acciones de los trabajadores, más el
despertar de la conciencia social, tanto de estudiantes como de sectores
sociales interesados en el futuro de los jóvenes.
Para Sonora y
las instituciones de educación superior, las luchas sindicales y sociales del
2016 podrán marcar la diferencia entre una comunidad autocomplaciente y corruptible
y otra que, celosa de sus responsabilidades y deberes cívicos, haga de cada día
el escenario en el que la honestidad e integridad de sus miembros construya un
mejor futuro, en una sociedad más justa e incluyente.
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