Que
todo cambie para que todo siga igual
(Giuseppe Tomasi di Lampedusa).
Como era de suponerse, las cifras que
arroja el conteo rápido el día lunes 8, revelaban la ventaja del PRI por la
gubernatura. A la hora de redactar esta nota, el IEE-Sonora llevaba el 81.21
por ciento de las actas procesadas con el 47.48 a favor de Claudia Pavlovich y
40.76 por Javier Gándara. La votación por estos dos partidos alcanzó el 88.24
del total mientras que el resto de las opciones sumaron el 11.76 por ciento del
total computado, con 52.79 por ciento de participación ciudadana, lo que nos da
una abstención de 47.21 por ciento.
En Hermosillo, los votos para gobernador
se distribuyeron así: 45.98 por ciento para Claudia Pavlovich, 42.80 para
Javier Gándara, lo que da un porcentaje de 88.78 por ciento de los votos, con
un 51.48 por ciento de participación ciudadana, con una abstención de 48.52 por
ciento.
En el caso de la presidencia municipal
de Hermosillo, el PRI logró una votación de 44.90 por ciento, seguido del PAN
con 35.94, lo que da el 80.84 por ciento de los votos, con una participación
ciudadana de 51.71 por ciento, absteniéndose el 48.29 por ciento.
Se puede decir que la pluralidad
política es un tanto simbólica, a juzgar por su peso real en las preferencias
de los sonorenses, de suerte que bien se puede hablar de un estado donde el
bipartidismo es la tónica, en una alternancia sin alternativas reales que
supongan cambios sustanciales en la forma en que se distribuye el poder. Dicho
en otras palabras, los triunfos del PRI, en este caso, obedecen a la mecánica
del desencanto y el “castigo electoral” más que al rechazo o aceptación del
contenido de plataformas ideológicas y programas de gobierno. Antes se castigó
al PRI votando por el PAN, para después castigar al PAN votando por el PRI.
La escasa participación ciudadana es otra
característica que tenemos ya que la abstención fue de alrededor del 48 por
ciento. Por lo que respeta a los votos nulos, la elección de gobernador tuvo el
2.31 en la entidad, registrándose en Hermosillo el 2.50 por ciento. La elección
de presidente municipal de Hermosillo alcanzó 2.19 por ciento de votos
nulos.
La nuestra es una sociedad que busca el
cambio de imagen antes que la alteración del contenido político-ideológico del
gobierno, y en ese sentido es esencialmente reaccionaria y conservadora. En la
entidad, las opciones distintas a la dupla PRI-PAN no alcanzaron siquiera el 12
por ciento de los votos y la abstención fue de cerca del 50 por ciento.
Supongo que los resultados servirán para
que quienes, con la mejor de las intenciones, pugnaron por la abstención o el
voto nulo bajo el supuesto de que sus acciones (o lo contrario) servirían para
darle una lección al sistema por los agravios acumulados, se enteren de la
inutilidad y torpeza de sus acciones, y que lejos de ser un triunfo la
anulación de las boletas significa un simple desperdicio para los efectos de
impulsar cambios democráticos ya que, por el contrario, hicieron posible que
regresara el PRI.
Por
poner un caso, Morena alcanzó el 2.18 por ciento de los votos para la
presidencia municipal de Hermosillo, mientras que el 2.69 por ciento de la
votación estatal para gobernador. En Hermosillo el candidato a gobernador de
Morena logró el 2.37 por ciento. Si fantaseáramos un poco, los votos nulos más
el abstencionismo hubieran hecho la diferencia entre seguir con lo mismo o
cambiar hacia mejores condiciones de progreso y justicia. Seguramente quienes
prefirieron desperdiciar su voto a cambio de un desahogo momentáneo al
garabatear las boletas, no pensaron en la realidad de los números, que su voto le
hubieran dado posibilidades de triunfo a la oposición al sistema prianista que
solapa y encubre a delincuentes de “buenas familias y de intachable conducta”,
como los dueños de la guardería ABC, defendidos en su momento por la virtual ganadora,
Claudia Pavlovich, postulada por el PRI.
Es evidente que no basta el análisis
sereno de la realidad, ni tienen sentido ni peso la injusticia y el abuso a la
hora de votar. Se vota por los mismos, por los apellidos linajudos, por la
apariencia glamorosa de quien sale seguido en las páginas de sociales, por el
que promete más bonito, por el que se luce en el debate, por la costumbre
arraigada de ser un agraviado más, una víctima que se autoflagela en las calles
sin atreverse a dejar la dimensión del activismo para pasar a la del político
que desde la calle se enrumba hacia el cambio social. No se evoluciona
políticamente. Simplemente se reacciona.
La enorme y casi increíble torpeza
política de muchos sonorenses permite asegurar que el PRI y el PAN, a pesar de
ser los autores de los más grandes agravios a los sonorenses, seguirán allí,
saqueando al estado, empobreciendo y mediocrizando al gobierno, ridiculizando
la función pública. Pareciera que la injusticia no nos llega, que somos ajenos
y distantes a esta realidad ofensiva que nos negamos a reconocer ya que, contra
toda lógica, seguimos eligiendo a sus causantes. En Sonora se votó con el
estómago defendiendo un trabajo presente o futuro, con el hígado “castigando” a
un gobierno deshonesto y arbitrario, con las uñas al defender al poder y sus
prebendas, pero estuvo ausente o casi, el voto por un futuro con dignidad y
justicia.
La elección del domingo 7 representa una
lección para quien quiera aprender, donde el ridículo se viste de fiesta y,
como si fuera lo más natural, nos convoca a celebrar el absurdo. Pero, en
serio, ¿hay algo que debamos celebrar?
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