Las candidaturas a puestos de elección
popular se están definiendo de acuerdo a pautas que no añaden novedad sino que
presentan las manchas del tiempo, el uso y el abuso de prácticas cada vez menos
ignoradas y soportadas por el electorado local. Las clásicas formas de
designación por el expediente del dedazo y su complemento en forma de cargadas y acarreos, la compra de voluntades
o la disuasión por estímulos que van de lo económico y la simple supervivencia
de camarillas que saben salir en la foto, sin faltar el grotesco pase de
facturas. Los partidos están partidos y cada fracción asume los aires y
andadura del todo inexistente. La cuestión electoral parece cada vez más
comedia de enredo, sainete y parodia, que atrapa a un público cada vez menos
dispuesto al aplauso gratuito y al comentario sin contraprestación.
Desde luego que las generalizaciones son
o pueden ser injustas, por supuesto que son posibles las excepciones de
probidad, afán de servicio y honesto deseo de participar con propuestas
ciudadanas, frente al paroxismo mediático, a la desenfrenada exhibición de
recursos públicos y privados, a la enervante campaña de lugares comunes,
mentiras evidentes y ejercicios desinhibidos de cinismo e hipocresía.
En medio de lo que promete ser una larga
y costosa jornada, destacan en Sonora dos candidaturas para ocupar la oficina
del gobernador, ambas ligadas al cochambroso juego de omisiones y complicidades
que rodea el caso de las víctimas de la guardería ABC y una larga cadena de
complicidades y simulaciones al servicio del sistema. Una, por avalar la
honorabilidad de los propietarios de la guardería y otro por nadar de muertito
ante el reclamo de los padres afectados, sin olvidar la función represiva y la
visión patrimonialista de la política. La dupla prianista que tomará por asalto el tiempo y el espacio de los
sonorenses hasta que concluya el proceso electoral presenta vicios de origen,
feas plastas de memoria calcinada, vibras de dolor y desesperanza olímpicamente
ignoradas.
Como es tiempo de promover la imagen
debidamente construida con palabras y efectos especiales para la temporada
preelectoral, para los aspirantes al cargo la memoria es el enemigo a vencer,
es la monserga de las viejas cuentas pendientes, de los agravios que quedaron
tirados en el camino, de las cosas molestas que aparecen a la vuelta de la
esquina, esos horribles fantasmas de culpas traspapeladas, de polvos de lodos
ciudadanos barridos bajo la alfombra del poder. Los políticos confían en la
mala memoria del pueblo, en las virtudes de la manipulación mediática, en lo
pegajoso del discurso que penetra en los girones de esperanza o en la esponja
de la desinformación ciudadana, sabedores de que los memoriosos y los
indignados perseverantes serán siempre unos cuantos frente a la multitud
anodina que acepta la gorra, la camiseta, la torta y el refresco, el acarreo de
los pastores que llenan estadios y plazas, en un juego donde la leperada y el
cinismo pueden triunfar por derecho de antigüedad. Esa es la razón por la cual
la gente vota mayoritariamente por el PRI o por el PAN. Mientras haya
señalamientos ciudadanos sin consecuencias importantes en el resultado
electoral, todo va bien para el sistema.
Es este contexto, los desahogos
contribuyen a dar credibilidad a la lucha, y los debates rinden frutos porque
la gente quiere gozar del espectáculo, satisfacer el morbo, lograr el alivio
del insulto y la rechifla anónima sin siquiera despeinarse; ganar a la
distancia y en un momento crucial apostar al ungido por el dedo soberano que
reina en las alturas del D.F. y que desciende a Sonora por obra y gracia de la
parodia democrática, porque ¿para qué desperdiciar el voto en candidatos que no
van a ganar? Sin embargo, ¿por qué no pensar que un partido será tan grande
como quieran sus votantes?
La idea del voto útil así como la de su
inutilidad dan cuenta de lo negociable que puede llegar a ser la voluntad
política y, sobre todo, la falta de convicciones. ¿Cómo va a prosperar una
visión de país si la gente no la apoya por simples alegatos aritméticos? ¿Por
qué se pone por encima de las ideas transformadoras el changarreo de los cálculos electorales? ¿Por qué la ideología no se
defiende e impulsa a través de un programa que represente avance o solución de
los problemas que nos aquejan? ¿Cómo va a cambiar el país si los ciudadanos se
pliegan a los que “van a ganar de todas formas”? Si gana el PRI o el PAN antes
de las elecciones es porque el pueblo ha decidido ceder su poder a los
organismos electorales y a los partidos.
Si los ciudadanos deciden recuperar su
capacidad de decisión, no habrá propaganda ni dinero suficientes para ocultar o
negar este hecho. La democracia tendrá que abrirse paso por caminos nuevos, por
cauces que dibujarán una inédita topografía ciudadana en nuestro estado. No
tiene por qué ganar Gándara por más coalición que pacte con el PRD, ni tiene
por qué hacerlo Pavlovich por la alianza del PRI con sus satélites electorales,
si el pueblo no lo permite. Los costos de plegarse a la manipulación mediática
o a los reclamos bien intencionados pero erróneos en el sentido de votar por el
PRIAN o no votar, son demasiado altos. Pienso que debe manifestarse la voluntad
del pueblo en el sentido positivo, que sea medible, reclamable, sujeta a
escrutinio legal, y eso sólo se logra votando, vigilando el proceso y
defendiendo el resultado. El derecho ciudadano a decidir no tiene por qué
declararse nulo. Como derecho político esencial es irrenunciable, porque de
otra manera ningún cambio sería posible.
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