Como usted sabe, los eventos políticos
de la temporada sugieren incrementos en la temperatura social, dadas las
demostraciones de vivo interés de ciertos candidatos de llegar a ocupar los
puestos que les aseguren ingresos económicos crecientes, posibilidades de hacer
ahorros e inversiones, aumentar su círculo de amigos y seguidores y, desde
luego, perfilarse como aspirante a otro puesto de elección que signifique un
avance, si no en lo político si en lo económico. Lamentablemente, debemos
reconocer que la política no es como antes y que el servicio público depende de
factores cada vez más relacionados con cuestiones digestivas antes que
sociales. Es decir, la posibilidad de comer mejor que el año anterior en
cantidad y calidad es poderoso impulso para muchos, además de que salir en la
foto y ser tomado como referente de opiniones y actitudes por muchas personas pendientes de la televisión y
con deseos de parecerse a alguien juzgado mejor en términos de poder y
prestigio.
Con el cuento de que ahora tenemos más
opciones político-electorales, las ganas de figurar en este juego escapan a las naturales formas
de contención de los impulsos emocionales centrados en la lealtad, la
honestidad y la firmeza de convicciones, porque lo que realmente cuenta es
aparecer en la foto y dejar de lado los escrúpulos. El discurso acerca de lo
que hay que hacer y cómo hacerlo es lo de menos, basta con criticar lo que se
ha hecho y ofrecer una vaga idea de lo que se puede hacer usando como argumento
central la adjetivación negativa contra los demás. El uso de los escándalos
recientes parece alimentar la hoguera de los discursos flamígeros contra los
opositores, ya que la historia personal y política ocupa un discreto lugar
frente a la glamorosa pasarela de las candidaturas fotogénicas y el apoyo
cosmético de las pequeñas multitudes que militan en los abrevaderos populistas
tanto de derecha como de una izquierda nominal, generalmente perdida en el
ocultamiento de pasados chapulinescos
y algunos historiales de oportunismos a granel, cuando no empaquetados en
envases de coyuntura con cargo al olvido del gran público convertido cada tanto
en elector.
Así como es un milagro de la naturaleza
ver la migración de las hormigas de un lugar a otro por obra de los fenómenos
naturales como lluvias, tempestades y terremotos, ahora nos podemos solazar con
el flujo electorero que va de unas siglas en demolición a otras aparentemente
restauradas, seminuevas o de reciente edificación. Las ratas son otro ejemplo
de fuga por sobrevivencia, incentivada por el instinto y curiosa capacidad de
adaptación. En el escenario político tenemos personajes de uno y otro sexo que
hacen gala de su capacidad migratoria: algunos van del PRI al PAN, o de éste al
reciente resumidero político llamado Movimiento Ciudadano; otros navegan
airosos de los dos partidos que han llegado a la presidencia al PRD, aunque
recientemente se ha visto la huella migratoria de éste instituto a Morena.
Desde luego que es lícito pasarse de un
partido a otro, en “búsqueda de democracia”, pero no se vale, por ser poco
creíble y púdico, hablar de honestidad, convicción y compromiso social si cada
cual se lanza a una nueva aventura electoral en un partido distinto simplemente
porque en el anterior no le resultaron las cosas como quería. En este punto es
imposible dejar de mencionar a Javier Gándara, que fue priista hasta que sus
aspiraciones chocaron con otros intereses en la estructura del partido, y
cambió de camiseta persiguiendo el pueril sueño de ser el presidente municipal
y ahora gobernador, confiado, como se ha conjeturado por la frustrada alianza local
entre PRD y PAN, en su capacidad de compra. Guardando las proporciones, otro
caso es el de Alfonso Durazo, ahora en la bancada de Morena pero con origen en
el PRI de donde saltó al PAN en el período de auge del esperpento trasnacional conocido
como Vicente Fox, para luego declararse decepcionado y caer en los brazos electorales
de una izquierda ligth, receptiva y
moderada como promesa de cumplimiento de sueños electorales para
priistas-panistas resentidos.
Lo anterior lleva a la pregunta con olor
a respuesta de sobremesa: ¿Ya no hay políticos que lo sean por convicción
ideológica? ¿Todo es cuestión de diseño de imagen y mercadeo de posiciones?
¿Los candidatos son las nuevas ficheras en el table dance electoral? ¿El discurso sobre los problemas y
soluciones de la ciudad y el estado están basados en cuestiones sabidas pero
ignoradas por todos? ¿Quién apoya a quién?, ¿el candidato a las masas o éstas
al candidato? Lo anterior viene a colación porque parece que Dios llega al
barrio o al auditorio cuando aparece el candidato prometiendo apoyos, panes y
pescados a los ahí congregados, en vez de ser un individuo con una oferta de
cumplimiento de promesas a cambio del apoyo ciudadano.
Al parecer, se tiene la brújula perdida
y es imposible saber dónde está el arriba y el abajo en las relaciones de
poder. Como que no nos hemos tomado en serio eso de que el poder reside
originalmente en el pueblo y que éste puede cambiar en el momento que juzgue
necesario la forma de gobierno. Es decir, no hemos entendido lo que es la
democracia y el poder electoral. Por eso el voto no se ejerce o se desperdicia
al no decidir quién debe ser el elegido para ejercer tal o cual
responsabilidad. Estamos acostumbrados al tráfico de influencias, a la compra
de votos y al manoseo electoral. ¿No va siendo hora de asumir las
responsabilidades propias de una sociedad madura? ¿No hemos crecido lo
suficiente?
Si este invierno ha sido relativamente
cálido, esperemos que el verano sea caliente, con temperaturas que fundan la
gélida apatía, el congelado conformismo y la frigidez de la modorra electoral.
En un país víctima de la deshonestidad, la corrupción y el fracaso económico, la
calentura política debe reflejar la intensidad de la lucha por vencer la
enfermedad neoliberal, como acaba de ocurrir en Grecia. Cosa de atreverse a
cambiar.
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