De todo hay en la viña del señor, de
todo, pero debe tener ciertos límites. De repente se ve como lo más natural que
un dirigente de partido de izquierda se empeñe en hacer alianza con otro para
llevar al poder a un candidato de derecha; al rato nos enteramos de que un
dirigente político de extrema derecha se da la mano con su homólogo de a veces
izquierda y a ratos de centro que tira a la derecha. Un poco más tarde nos
topamos con que ese partido que es de centro, pero que oscila convenientemente,
acogerá en su seno electoral a una reciente ex-panista y ex-presidente
municipal de Hermosillo para contender por el cargo, cada vez menos honroso, de
Gobernador del Estado. En la actualidad presenciamos el desquiciante caso de
los partidos comodín y de los izquierdistas de derecha, por lo que uno se
pregunta, ¿qué jodidos pasa en la política? ¿Ya no hay ideología en los
partidos? ¿Se han convertido en una especie de changarro electoral que vende
las mismas porquerías? ¿Ya no hay competencia basada en diferencias de programa
y proyecto de país?
El efecto Televisa aderezado por los
innúmeros despachos de diseño de imagen, encuestas electorales, edecanes y
equipo para banquetes y reventones, tienen en su poder el mercado de
personalidades y ahí sí la competencia es feroz, aderezada por los ingredientes
básicos de cada contienda electoral en tiempos del neoliberalismo nopalero: los
compadrazgos, los arreglos por debajo de la mesa y las afinidades familiares
que recomponen la posición de los candidatos (¿clientes?) en la contienda. Pero
la competencia comercial termina siendo
aburrida, ya que el mensaje y los rostros a él asociados podrán variar
ligeramente, pero en el fondo se aprecia una escamante uniformidad que apuesta
a la flojera mental de los posibles consumidores de imagen y a la poca atención
que merecen sus promocionales.
En este contexto vemos, por ejemplo,
aparecer pendones, bardas o anuncios espectaculares con la efigie de un
empresario con sonrisa plastificada, ajeno a la dura realidad de que mal come
gracias a su salario que encoge en cada vuelta de tornillo sexenal, a la par
que aumenta el costo de la vida. El hombre fotográfico sonríe como si de veras
pudiera experimentar algún tipo de empatía con el populacho, al que vende
productos básicos en mercaditos electoreros con barniz de buenaondismo flantrópico y se emboza tras aplicaciones de silicona
periodística que tapan los huecos de autenticidad.
Aunque la basura plástica, que apareció
inopinadamente y compone en forma anticipada un cuadro patético de
contaminación visual, fue retirada en ciertas ciudades, persiste la dudosa
encomienda de ligar la imagen publicitada con el futuro que toca las puertas
del estado y la ciudad. El cansancio y el asco se combinan al contemplar la evidente
aberración pre-electoral que ya huele a burla y agandalle, y que es un
aviso de lo que van a llegar a ser las campañas electorales que se desarrollen
en tiempo.
Supongo que muchos ciudadanos están a la
espera del juego de sartenes, la bajilla de plástico, las sombrillas con el
logotipo del candidato o el partido donante, las gorras y camisetas, las
promesas y sorpresas que se derraman generosamente por barrios y colonias, por
plazas y lugares de congregación borreguil, en la periódica exhibición de la
política changarrificada y el precarismo cívico y electoral, siendo que la
ciudad y el estado requieren de ciudadanos con una clara alergia a las
maiceadas, resistentes al virus de la tarjeta de débito, a la comilona popular
a cargo de tal o cual candidato, a las zalamerías del líder acarreador de
ciudadanos-bulto que llenan espacios y atiborran locales. Se requieren ciudadanos
capaces de decidir por quién votar o no votar, y dispuestos a vigilar y
defender su voto.
En los días por venir se pondrán en
evidencia las lealtades fingidas, los compromisos fugaces y las palabras
empeñadas por alguna cantidad irrisoria que mueve a olvido y a anécdota
curiosa. El cinismo adornará los discursos oficiales, mientras que las
propuestas de campaña serán nuevas ediciones de una inacabada farsa
sado-masoquista que se perpetra contra la conciencia de los electores. Las
promesas que se cumplen no son sino aquellas que se refieren al aumento de los
precios, a la mayor fiscalización de los dichos y hechos ciudadanos, dejando de
lado la democracia y el celoso cumplimiento de la ley. Los ciudadanos tendrán
que soportar los constantes y a veces ridículos cortes televisivos repetidos
machaconamente durante semanas, en un intento deplorable de convencer por
cansancio a una población cada vez menos segura de la veracidad de las afirmaciones
y la seriedad de las promesas.
Lo más fácil sería mandar todo al
demonio y montarse en una férrea posición abstencionista o anulista. Craso
error. ¿A quién si no a los mismos que nos joden beneficiaría esto? Seguro
existen muchas razones para el escepticismo y la apatía, pero los absurdos
legislativos recientes, como las contrarreformas de Peña, sólo podrán ser corregidos
mediante el ascenso del pueblo a los órganos legislativos, lo que obliga a
impulsar mediante el voto a personas que, a lo largo del tiempo, hayan
demostrado su compromiso con la defensa del patrimonio nacional y familiar, del
progreso y el bienestar para todos. En estas condiciones, no votar por
berrinche equivaldría a caer en una indeseable situación de complicidad con el
sistema, en renunciar al derecho a decidir para que los de siempre sigan
haciendo lo que quieren. Si ha pensado que votar es un desperdicio, ¿no votar
qué es? ¿Por qué no atreverse a votar por una propuesta distinta al PRI-PAN-PRD
y satélites? ¿Votaría usted, en cambio, por el PT o por Morena? Puede ser
interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario