El año que inicia merece la desconfiada
bienvenida de muchos, aunque también la esperanzada salutación de algunos. El
resto bien puede permanecer impávido ante la fatalidad del hecho, sabedores de
que la sucesión obligada de los días nos hará llegar al puerto de lo
previsible. En este caso, un nuevo año de promesas y amenazas, como también de
indignación ciudadana y mentadas de madre lanzadas con cada vez mejor puntería
en el campo de tiro político nacional.
El ciudadano mexicano común ya empieza a
ver tras las sonrisas plastificadas de los promocionales oficiales, tras los
gestos de convicción patriótica sostenidos con Botox, y alcanza a penetrar más
allá de la firmeza conceptual, obra del viagra del poder centralmente ejercido
y debidamente patrocinado por las cuotas transexenales de las empresas de
calado internacional, para mirar con renovado asombro cuánto ha crecido el
gusano barrenador del neoliberalismo nopalero mexicano.
En la medida que sus ojos se acostumbran
a la perversidad, puede notar las sutiles aristas de la mentalidad que, huyendo
de la razón y el decoro, logró sobrevivir sin oxígeno en las aguas putrefactas
de un sistema diseñado para matar y confundir. Así, la ruina nacional no será
ni producto del azar ni terrible maldición gitana, sino que tendrá las
credenciales actualizadas y con plena vigencia por el 2015 de un gobierno que
actúa como chivo en cristalería.
¿Qué son, por ejemplo, los asesinatos de
Tlatlaya, el derrame tóxico de Sonora y la desaparición de los estudiantes de
Ayotzinapa, para la suave y exitosa marcha de la república redimensionada a
colonia de explotación trasnacional bajo la égida de EE.UU.? Como dijo el
Primer Copete de la nación, habrá de superarse el trauma viendo hacia la luz de
una nación abierta a las inversiones extranjeras y colaboradora en eso de la
seguridad imperial. El terrorismo, si es de Estado, es una forma acentuada del
ejercicio de la fuerza por quien tiene el derecho. Los ciudadanos y sus formas
de organización están bajo la sospecha de que lo que ejercen es cosa de
“revoltosos” y por eso deben ser reprimidos en salud, aunque el mensaje
presidencial llame a la unidad entre izquierdos o derechos, chaparros y altos,
delgados y gordos, en aras de volver a las tersas prácticas del aborregamiento
colectivo (http://www.sinembargo.mx/31-12-2014/1205223).
En su infinita sabiduría, el supremo
gobierno alecciona, ilustra y establece que la paz social y el progreso de
México dependen del grado de manipulación que tenga esa masa informe llamada
sociedad civil, y que la auténtica ciudadanía se manifiesta y demuestra con el
resignado talante del guajolote en vísperas de la cena decembrina. La fortaleza
y el carácter se demuestran, según esto, cuando se carece de estos dos atributos
y, al mismo tiempo, todos se unen en torno al televisor-oráculo que marca las
horas y los días en que el ciudadano promedio renuncia a su calidad de actor
político crítico y propositivo. La tele es, sin duda, el mejor remedio para los
miles sociales y económicos del país, por eso se regalan millones de pantallas
por parte del gobierno. ¿Cómo privar al ciudadano del mensaje de Televisa o TV
Azteca? ¿Cómo no impedir el colapso mental del telespectador al no tener acceso
pronto y expedito del enervante telenovelero o futbolero? ¿Qué clase de país y
de ciudadanía tendríamos si se privara de su dosis diaria de telebasura?
El 2015 oficial nos convoca a domesticar
la disidencia, a disolver la protesta, a trivializar el drama económico
nacional. Los agravios sufridos son materia de olvido. Hay que superarlos.
¿De qué sirve el esfuerzo oficial por la
apertura comercial y política con el extranjero, si se tiene una población aun
anclada en el nacionalismo? ¿Cuál es la utilidad de vender al país a precios de
remate, si existen grupos de ciudadanos con reclamos patrimoniales históricos y
colectivos? ¿Para qué sirve reformar la Constitución en materia económica y de
seguridad, así como en la distribución de competencias entre gobierno federal,
estados y municipios, si hay voces que señalan la centralización de la política
y la administración pública como la negación del federalismo y la reducción de
las libertades ciudadanas?
La excitativa presidencia puede tener
por base las siguientes interrogantes: ¿Por qué la gente no entiende cómo
siendo país petrolero somos importadores de gasolinas cuyo precio ya es
superior al de las comercializadas en Estados Unidos, pero que esto nos
convierte en buenos vecinos y clientes comerciales del país del norte? ¿Cómo es
posible que el ciudadano común no celebre el éxito de los políticos y sus
familias, capaces de poseer residencias valuadas en millones de dólares y autos
de precio inalcanzable? ¿Qué mala entraña revelan los habitantes que protestan
por unos cuantas decenas de miles de muertos y desaparecidos, siendo que México
hoy navega en aguas de la modernidad y la competitividad? ¿Que acaso no somos
la envidia de muchos al tener una primera dama salida de las pantalla de la
televisión? ¿No nos convence el hecho de que el presidente es joven y guapo, y
no cuente con documentos que prueben su paso por la universidad? ¿Acaso no
recordamos que Televisa en voz de Adela Micha aclaró que leer libros no era
necesario para gobernar? ¿Por qué tanta codicia si con $70.10 pesos diarios sobra
y basta para vivir, según ha puntualizado el gobierno en los pronunciamientos
de Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social? Además, la eliminación de
los subsidios significa acercarnos a la realidad económica de acuerdo con las leyes
del mercado, según la interpretación lineal del gobierno, que seguramente
encontrará alguna ventaja en el hecho de que nuestro salario es 10 veces
inferior al de EE.UU. y nuestras gasolina Magna es 56 por ciento más cara que
la de ellos.
En fin, en el 2015 en curso tendremos
aumento de precios en los bienes y servicios, un salario que sigue perdiendo
capacidad adquisitiva, la criminalización de la protesta ciudadana, una mayor
injerencia extranjera en la economía y la política; creciente deterioro de las
instituciones públicas y los órganos “ciudadanos” en materia electoral y una
mayor centralización de funciones antes a cargo de los estados y municipios,
como la seguridad pública, la educación y la salud, y nuevos y emocionantes
casos de impunidad que se sumarán a los anteriores. ¿Usted duda que se esté
moviendo a México?
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