Con el inicio del año los problemas
acumulados se incrementan y adquieren tintes dramáticos en la geografía local,
nacional e internacional. Desde luego que para los lectores informados de
manera cotidiana gracias a la consulta de los diversos medios de información,
este aspecto no es nuevo ni causa asombro, en cambio, para quienes suponen que las noticias son peores que las series
policiacas gringas o las películas de terror orientales quizá la afirmación inicial
revista cierto interés y novedad.
El ciudadano que comparte su tiempo y
neuronas en los ejercicios diarios de manipulación de su Smartphone, Tablet o
computadora personal dedicado a “navegar” por las ondas que cruzan nuestro
espacio electromagnético gracias al prodigio de la digitalización, y centra su
atención en las páginas de pornografía lúdica como son los portales de chismes,
música y series anodinas de espectáculos y deportes, quizá no sienta el pasmoso
vacío que se genera en las conciencias cuando son víctimas de la sádica acción
de la manipulación y su hermana teibolera que es la desinformación. Pero, como
todo vacío que se respete, muy pronto es llenado con algo que se retuerce en la
conciencia, perfora la moral y tiraniza las costumbres. La colonización de las
conciencias es dulce al principio pero pronto se transforma en coma diabético
conceptual, en aneurisma cognitivo y, llegado a extremos, en apatía política y
desgano electoral. Supongo que usted habrá sabido de una suerte de campaña por
la anulación del voto o, entrado en gastos, por el abstencionismo dinámico de
los electores.
Cabe reconocer que la iniciativa es
atractiva, porque proporciona al actor la sensación de que está haciendo algo
por cambiar las cosas que le son lesivas como ciudadano de pleno derecho. ¿Por
qué votar por un corrupto? ¿Por qué ir a las urnas siendo que de todos modos ya
está arreglada la votación? ¿Por qué votar por partidos y personajes que no me
representan? La propuesta parte del supuesto de que existe una base moral que
guía las acciones de la política institucional, y que si casi nadie vota por
los candidatos registrados y se nulifica el voto, los corruptos van a entender
que son rechazados y la pena de saberlo va a tener efectos demoledores en sus
conciencias y eventualmente decidirán cambiar, caminar hacia la luz y ser
buenos de ahí en adelante. La sociedad habrá cambiado y un futuro de
bienaventuranzas se abrirá para todos.
La idea del imperativo moral en el
mediano o largo plazo es más atractiva para el planchado del pantalón de la
democracia que los afanes de votar y meterse en el brete de defender el voto
con el sofoco de las movilizaciones, los jaloneos judiciales y las mentadas de
madre en los espacios y tiempos que procedan.
Desde luego que cada cual está en su
derecho de decidir si va a votar o no, si lo va hacer por los de siempre o si
va a animarse a experimentar e “invertir” su voto en una aventura que como
puede que resulte satisfactoria puede que no. Es perfectamente lícito que alguien
decida anular el voto, animado por una especie de fe religiosa, algo así como
una reivindicación moral que dispara balas de salva contra la inequidad y la
inicua perversión de los políticos, contra sus argucias y engaños, contra sus
gestos de generosidad y precios bajos, demagogia y ganas de joder y seguirlo
haciendo, pero, de acuerdo al diccionario, “nulo” significa “que carece de
validez legal”, “incapaz”, “inepto”, “ninguno”. En este caso, las buenas
conciencias de los que anulen se verán custodiadas por la guardia pretoriana de
la inexistencia jurídica.
Por otra parte, el ciudadano puede
abstenerse de votar por diversas razones, todas ellas dentro del ámbito de las decisiones
personales, de las que es dueño y único responsable. Lo mismo vale no estar de
acuerdo con ninguna de las opciones, no tener interés en participar, preferir
atender otros compromisos, o simplemente disfrutar de un día haciendo lo que le
dé la gana. La abstención es un acto tan voluntario como nulificar el voto,
aunque tanto uno como el otro significan renunciar a un derecho político positivo, es decir, que
tiene efectos en la realidad electoral.
Lo cierto es que la inercia electoral ha
logrado caracterizar a Sonora, y en particular a Hermosillo, como una entidad
conservadora, cargada a la derecha, donde la mayoría electoral hace posible que
el poder se reparta entre dos opciones mayoritarias: PRI y PAN, aunque de un
tiempo acá el PRD figura como fuerza electoral significativa. Si consideramos
que estos tres institutos son suscriptores del famoso Pacto por México que Peña
Nieto impulsó al inicio de su mandato, es probable que lleguemos a concluir que
son las tres caras de una misma realidad clientelar neoliberal, y que, por
exclusión, habría que considerar otras opciones no declaradas como tributarias
de esta matriz ideológica. Si han fallado las opciones de derecha y centro
izquierda negociable, entonces va siendo hora de probar con las opciones
progresistas cargadas hacia la izquierda del espectro político-electoral, como
por ejemplo el PT o el recién llegado Morena.
Aunque los pronósticos económicos y
socio-políticos hacen de este un mal año, no deja de resultar interesante la
oportunidad de romper con la inercia y votar en un sentido distinto, nuevo, que
tenga los elementos esenciales para que la ciudadanía recupere los espacios
perdidos: rumbo ideológico definido, credibilidad, congruencia y transparencia.
¿Usted se animaría a votar por otra opción, distinta a las tradicionales?
¿Romper la inercia y dejar de guiarse por la costumbre? El pueblo en acción
puede hacer la diferencia, en cuyo caso no sería tan mal año.
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