Sublata
causa, tollitur effectus
(Si desaparece la causa cesan los efectos)
Por alguna extraña razón los días y las
noches sonorenses van adquiriendo tintes exóticos, rasgos que reconocemos en
otras latitudes y circunstancias. El aire se llena de partículas cuyas
coloraciones van del rojo al azul, del verde al amarillo, del negro a la
indefinición cenagosa de las mezclas penumbrosas que huelen a error cromático y
a chapuza pictórica. Las pifias de la paleta electoral pintan alianzas entre el
PRD y el PAN para impulsar a Javier Gándara debido al expediente de la
“rentabilidad” política que maneja como argumento el inefable Lupillo Curiel,
exdirigente del PRD en peregrinaje electoral
por los lugares de adoración y culto de una izquierda nominal y
vergonzante con vocación para los negocios.
La insólita alianza del amarillo con el
azul despierta la sospecha más que fundada de que la ideología que sustenta el
PRD carece de anclaje en los planteamientos originales de ese partido y que la
distancia entre la ideología progresista, democrática y revolucionaria que
animó su discurso fundacional y la pragmática y sebosa búsqueda de la
“rentabilidad” que actualmente exhibe, lo colocan en la tesitura de la
prostitución política, en las oscuras labores de fichaje electoral y en las
hediondas aguas del drenaje mercenario de cada tres o seis años.
¿Qué puede pasar por la mente de un
dirigente de izquierda cuando corre afanosamente tras la zanahoria pitufa?
¿Dónde quedó el decoro y la dignidad de un pretendido luchador social
reconvertido en burócrata de una oficina de cambalaches, parches y remiendos
coyunturales? ¿La ideología del PRD no fue lo suficiente explícita ni
convincente para su propio líder? ¿Tendrá fundamento el comentario de que su
rabiosa inclinación fue incentivada por una cifra de nueve dígitos? ¿Estaremos
en presencia de una operación de compra-venta de un partido en Sonora?
Ante este despropósito, la dirigencia
nacional del partido del sol azteca intervino y cortó por lo sano la terca
campaña aliancista aunque, a estas alturas, la moneda sigue en el aire gracias
a que el órgano local electoral se inclina en allanar el camino a la
candidatura del señor Gándara.
Independientemente de los jaloneos entre
siglas, la gran ausente sigue siendo la definición política y la bandera
ideológica que se levanta solamente en el recuerdo de viejas convicciones
apenas conservadas en algún amarillento legajo. Al parecer, lo de hoy son los
negocios, los contratos de compra-venta, los cálculos de rentabilidad y las
decisiones pragmáticas que fluyen sin el escrúpulo de la honestidad y la
transparencia.
Mientras que la izquierda oficial padece
ataques de anemia conceptual y se debate en una profunda crisis de identidad,
las palabras que justifiquen la traición pueden seguir derramándose en el
resumidero de la desconfianza ciudadana, a punto de jalar la cadena y desalojar
el recipiente del hartazgo por las campañas que repugnan por ser onerosas,
inútiles y contaminantes.
El hecho de que brigadas de jóvenes
estudiantes se hayan dado a la tarea de “reciclar” pendones con la efigie de
Javier Gándara, quitándolos de los postes y otros lugares visibles donde fueron
colocados abusivamente, puede revelar que el agandalle electoral no es bienvenido, por más que se emprendan
acciones represivas por parte del ayuntamiento en forma de jaloneos y malos
tratos propinados a los chicos. La quita de propaganda puesta en el momento en
que aún no se abre la temporada electoral, resulta no sólo atinada sino
necesaria. El señor Gándara debe entender que los tiempos electorales están
establecidos y vigilados por la legislación respectiva, lo que incluye la
duración de las campañas, por lo que no se vale el uso propagandístico precoz
de los espacios públicos.
Se puede entender que el mencionado
aspirante es consumido por las ansias locas de figurar políticamente como
ocupante de la silla del Ejecutivo estatal, pero de eso a suponerse dueño de
algún partido o del equipamiento urbano hay una gran distancia. En todo caso,
la ciudadanía de alguna manera puede y debe manifestar su inconformidad por esa
clase bajuna de intrusión en la vida cotidiana y la salud visual de los
sonorenses.
Por otra parte, llama la atención la
sumisión que exhiben los priistas al aceptar y arropar como abanderada a
Claudia Pavlovich. Desde luego que el PRI tiene todo el derecho de darnos
muestras de abyección que se reinventa en esta temporada gracias al truco de la
candidatura femenina que, según dice Beltrones, es oportuna y Sonora necesita.
Usted estará de acuerdo con que las mujeres son o pueden ser tan corruptas como
los varones, como está ampliamente documentado en la historia política reciente
y para muestra el botón de la “maestra” Gordillo, para no abundar en ejemplos
de otros partidos como el PAN y el PRD. Queda claro que el problema es de
sistema y no de sexo.
En las apariciones públicas, el elemento común
es la facilidad de emitir pronunciamientos carentes de autocrítica y reflexión
política verdadera, de compromiso exigible más allá de la coyuntura electoral,
de trayectoria de servicio y de ideas que puedan obrar en beneficio del cambio
que la sociedad requiere. Hasta la fecha, parece que es el candidato quien
apoya a la gente y no al revés. Lo anterior
se basa en las promesas de apoyo que el candidato formula en los actos
públicos ante sus respectivas feligresías, de donde surge la duda de quién es
el que tiene el poder de convertir en realidad las ideas de mejora o
transformación.
Lo natural en una auténtica democracia
es que el aspirante se comprometa ante el pueblo a llevar a cabo un programa
emanado de la propia población, en beneficio de ella y bajo el seguimiento
permanente de la misma. En nuestro caso no es así, ya que los candidatos se
presentan como primos o sobrinos de Dios capaces de obrar milagros y maravillar
con su sola presencia a las multitudes de necesitados que, sin embargo, tienen
el poder de elegirlos.
Somos un remedo de democracia, una
caricatura que constantemente se ve repasada por el lápiz ciudadano que avala
los trazos autoritarios, los actualiza y hace modelo de futuras acciones. Las
masas acarreadas a plazas y auditorios ilustran lo anterior. El gasto en
propaganda que no necesariamente informa y convence, bien puede definirse como
inútil ya que la población objetivo no se orienta por ella. En estas
condiciones, la campaña electoral sabe a farsa, a burla sangrienta, a payasada
amarga y onerosa que remite a la enajenación del voto y el votante, atrapado en
más de lo mismo.
Sin duda el pueblo está harto del
sistema y las injusticias acumuladas, pero por ello debe buscar salidas a la
crisis institucional y al abismo en el que se encuentra la credibilidad pública
y privada nacional. Es claro que el vaso se ha derramado y por ello surgen
movimientos ciudadanos de autodefensa, de exigencia de bienes y servicios, de
empleo y salario, de salud y seguridad social, de legalidad y justicia. Es más
que evidente que los políticos empresarios y los empresarios políticos se han servido
de los bienes públicos en su beneficio, es obvio que quieran seguir con el
festín de abusos y dispendio.
Si se atiende e interpreta la realidad
mundial, las soluciones no vienen solas ya que es el sistema contra las
iniciativas de cambio. Es el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial,
la OTAN, la OCDE, frente a los pueblos que buscan otras formas de organización
e integración como la ALBA, las iniciativas de mercado común latinoamericano,
de nuevos foros de integración política y financiera, ajenos a la influencia de
Estados Unidos. Aquí vale la pena considerar los avances de la izquierda
latinoamericana y los acontecimientos recientes en Europa: en Grecia triunfa la
izquierda y propone medidas contra el sistema de opresión neoliberal, mientras
que en España se perfila como auténtica fuerza transformadora el partido
Podemos, con amplio apoyo popular. Ambos representan soluciones posibles por la
vía electoral, a despecho del sistema dominante.
En el caso del país y en particular
Sonora, debemos romper con la inercia de un obsceno bipartidismo que es
neoliberal por donde se le vea, y hacer realidad el cambio mediante la lucha
electoral donde los actores principales sean otros, no el candidato con pujos
de divinidad sino el ciudadano que se planta frente a sus iguales y se
compromete a trabajar por el cambio, desde la base, con una perspectiva de
izquierda que no se avergüenza de serlo, y que da la cara y se compromete a
partirse el alma por el bienestar colectivo. El voto vale en la medida en que
sea expresión de una auténtica voluntad de cambio. ¿Le entramos?
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