Magis esse quam videri oportet
(Importa más ser
que parecer)
Supongo que la mayoría de los lectores
estarán enterados de que Alejandro González Iñárritu, cineasta mexicano, ha
logrado llevarse el premio mayor de la Academia de Artes y Ciencias
Cinematográficas de Hollywood (mejor película, mejor director, mejor guion
original), por el que suspiran muchos y muy notables personajes dedicados al
séptimo arte. Lo ha ganado con base en su esfuerzo, creatividad y recursos, hoy
reconocidos internacionalmente. Sin duda, el realizador de Amores perros, 21 gramos,
Babel y Biutiful, logra dar en Birdman
un nuevo impulso a su filmografía.
Lo mismo, en otro género de actividades,
pudiera decirse de los muchos y excelentes técnicos mexicanos que día con día
enfrentan en el país y el mundo los problemas de la producción petrolera y
eléctrica, de la industria automotriz, de la electrónica y las ciencias
biológicas y de la salud, en las ingenierías, las humanidades y ciencias
sociales y los resuelven con profesionalismo ejemplar. Sin embargo, parece que se
necesita transitar por la famosa alfombra roja, subir al podio y posar frente a
las decenas de cámaras y hablar ante los micrófonos en el espacio y el tiempo
consagrado para reconocer la excelencia artística y comercial para saber del logro
y reconocer y aplaudir el mérito.
Al parecer, somos un pueblo que se
autoflagela, presa de la convicción de que las cosas las hacemos mal porque así
somos, como si la incompetencia tuviera una razón genética y el fracaso fuera
la única opción independiente. Para triunfar debemos apegarnos a los usos y
costumbres del extranjero, evitar la originalidad y dejar de lado la identidad
nacional. Generalmente, la idea de éxito se concibe en inglés, y el mejor
escenario para el logro se encuentra fuera de las fronteras patrias. Muchos se
pueden adherir a la idea de que lo nuestro es gris, mediocre y vulgar, sin
glamour, y que para brillar al menos como parte del paisaje debemos ir al
extranjero, tomar figura y conciencia prestadas y reformatear nuestros valores
y principios: ¿qué vas a hacer en ese hoyo llamado Hermosillo, o Puebla, o
Tampico? El arraigo es soso y carece del mérito de la extranjerización.
Actualmente, algunos son estimulados por
los llamados programas de movilidad y se van a estudiar al extranjero, cuando
no es turismo puro se descubren en una especie de búsqueda afanosa de ser
otros, como pateando la identidad que les pesa como piedra de molino,
suponiendo que estando fuera son mejores o, de plano, no son ellos. El problema
de ser así, de pensar de esa manera, es que prácticamente se está declarando la
vergüenza de ser mexicano, como si ser europeo o gringo fuera mejor. Los feos
desgarres emocionales producto, a veces, de la infravaloración de la propia
capacidad, no se resuelven con viajes o cambios de ropaje, sino con la firme
voluntad de ser en el conjunto de los que también son. En otras palabras,
reconciliándose con la propia identidad y respetando y valorando a sus
semejantes. No hay duda que el reconocimiento de la identidad y del contexto
permite la superación del atraso y el cambio personal y social.
En la actualidad, México cuenta con
universidades que se encuentran entre las mejores del continente y el mundo, a
la par que en Europa y Estados Unidos se tienen instituciones que alguna vez
tuvieron prestigio por su calidad y objetivos y que ahora se dedican a atraer
turismo académico con el fin de obtener recursos. La llamada globalización al
poner el acento en el comercio, reformula las prioridades de las instituciones
y termina por trastocar la misión y la visión institucional que, en el caso de
la educación, repercute en cuadros patéticos de simulación y autocomplacencia.
Vemos hacia afuera con el fin paradójico
de encontrar nuestra propia imagen, no reflejada en ese espejo sino convertida
en la identidad deseada. Como si por el hecho de estar en otro espacio nuestra
realidad cambiara. El ejemplo de González Iñárritu debe seguirse en sus
términos correctos: antes de ser una estrella en el extranjero su trabajo le
había colocado como una figura significativa en nuestro propio espacio.
El hoy laureado director primero fue
conductor de un programa musical en radio, llega a ser director de la radio WFM,
al tiempo compone música para seis películas mexicanas y funda Z Films, donde
se dedica a la elaboración de guiones, a la dirección y producción de
cortometrajes, películas y anuncios. Produce también programas de televisión y
a fines de los 90 dirige su primer largometraje, Amores perros. Posteriormente va a Hollywood ya con nombre y carácter
propio como director cinematográfico. Lo demás, como se dice, es historia.
El premio recibido está dedicado a sus
compatriotas mexicanos, y es significativo no sólo por el reconocimiento que
recibe de la industria sino por el que del artista hace de su identidad
nacional y su compromiso con México, y de su preocupación por la situación que
atraviesa el país y la esperanza de que “podamos construir un mejor país”, y
que haya un trato digno para los inmigrantes en EE.UU.
Desde luego que no se puede decir que la
obra de este director, de Cuarón, de Del Toro o de Arriaga sea “cine mexicano”,
porque su temática, contexto y recursos son extranjeros. Una cosa es el cine
mexicano y otra el cine hecho por mexicanos. Aquí subrayo el hecho de
reconocerse como nacional mexicano, de expresar su preocupación por el
acontecer nacional, su deseo de que la cosa vaya mejor. Es el caso de un
ciudadano que emigra sabiendo quién es y lo que quiere lograr, sin dejar de
reconocerse como extranjero en el país que actualmente trabaja. No es posible
restar méritos a una declaración que por su poder mediático adquiere una gran
relevancia internacional.
Así como celebramos la reciente entrega
de los Oscar, bien pudiéramos hacerlo por las modestas contribuciones de los
ciudadanos que se van y envían remesas, por los estudiantes que se quedan en
México y logran una formación que no es mala y en muchos casos es más que
buena; por los trabajadores de la educación de cualquier nivel que hacen más
con lo que tienen, con el cumplido servidor público que hace su trabajo a veces
contra el sistema y a pesar del sistema. Bien podemos celebrar la esperanza de
otras propuestas políticas, de las campañas modestas y a contracorriente de los
grandes partidos políticos que acaparan los recursos y forman verdaderas
agencias de empleo altamente remunerado.
Los mexicanos necesitamos saber que
podemos lograr un Oscar, o su equivalente nacional, en nuestro aquí y ahora, en
cada jornada dedicada al cambio, a la construcción de un país mejor, más justo
y más digno. Para ello es necesario dejar de ser dependientes de los espejismos
de un gobierno corrupto y sin posibilidades de redención, y caminar por nuevas
sendas electorales, por otros caminos de acción ciudadana y política, por
nuevas rutas para la creatividad de quienes buscan el logro y el progreso en la
tierra que los vio nacer. Nadie tiene por qué declararse paria en su tierra. Nadie
está de más.
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