¿Creería usted que los estudiantes
universitarios necesitan que su mamá vaya a los medios y defienda una supuesta
violación de sus derechos? Cualquiera pensaría que se trata de una broma o que
el estudiante de marras tiene alguna
clase de impedimento, como pudiera ser esclerosis múltiple, diarreas
recurrentes o alguna de tantas enfermedades incapacitantes que le impidan
valerse por sí mismo y requiere de cuidados especiales, y que su defensa
tuviera como tema alguna aplicación considerada injusta del Reglamento Escolar.
Siendo objetivos, ninguna otra posibilidad puede pensarse toda vez que los
universitarios son mayores de edad y con goce de las garantías de su estatus.
Lo anterior sale a colación por el reciente
pronunciamiento mediático de un grupo de señoras que exigen la continuación inmediata
de las actividades universitarias y que, según declaran, no les importa quién
tiene la razón y lo que quieren es que la institución abra sin más dilaciones (Cómo
dijera Felipe Calderón, “haiga sido como haiga sido”).
La así llamada “Comunidad en
movimiento contra huelga Unison”, asombra por el trivial oportunismo derechista
que exhibe, por su coincidencia tanto con el gobierno panista de Padrés como de
la administración universitaria en la actitud de exigencia de clases en medio
de un movimiento huelguístico, con lo que se pasan por el arco del triunfo las
leyes mexicanas en materia laboral y el derecho constitucional de los
trabajadores de defenderse por los medios y ante las instancias legalmente
constituidas para ello.
Para empezar, la Universidad de Sonora
es una institución autónoma sujeta a las leyes del Estado mexicano, con
capacidad legal para darse su propio marco reglamentario de acuerdo a las bases
normativas que provee su ley orgánica y las leyes federales y locales
aplicables, como son la de Educación y la del Trabajo. Desde un punto de vista
moral y legal, no es posible cuestionar y menos negar o disminuir el derecho de
huelga, de donde resulta un burdo recurso político o un trágico ejercicio de
ignorancia el exigir que se abran las puertas de una institución en estado de
huelga.
Cabe recordar que en las universidades
privadas ni tan siquiera cabe la posibilidad de que existan organizaciones
sindicales que defiendan los derechos de los docentes, incluso los contratos
son estrictamente individuales y con fecha de terminación que depende de la duración
del curso, además de que se obliga al profesor a firmar un finiquito donde
renuncia a cualquier tipo de reclamación o exigencia. Aún los pocos que se
categorizan como tiempos completos, pueden ser cómoda y rápidamente despedidos
sin alegato que valga, en cuanto dejen de ser funcionales a la empresa
educativa.
En este tipo de instituciones, los
estudiantes son considerados “clientes” y están sujetos a las condiciones que
establecen las relaciones comerciales entre prestadores y usuarios de servicios
por tiempo determinado, de donde el pago puntual de las cuotas es esencial para
la conservación del estatus de estudiante.
En este marco, los padres de los
clientes estudiantiles seguramente tienen el derecho de “exigir” la continuidad
de los cursos y programas académicos porque pagan por ellos y aplica con mayor
propiedad eso de que “el cliente siempre tiene la razón”. La suspensión de
actividades por razones no ligadas al pago de cuotas está fuera de la
imaginación de sus usuarios en tanto que los derechos de los académicos carecen
no sólo de importancia sino de existencia.
Seguramente las madres que se han manifestado
contra la huelga de la Universidad de Sonora están acostumbradas a “tronarle
los dedos” al empleado académico, pero es importante subrayar que la
Universidad de Sonora no es un comercio educativo ni sus alumnos son clientes. Se
trata de una institución esencial para la vida civilizada de la comunidad, que
cultiva y transmite valores no sólo académicos sino sociales y políticos,
empezando con el reconocimiento de los derechos en general y en particular los
laborales de sus empleados. Por el lado de los estudiantes, su derecho al
estudio depende del cumplimiento de los supuestos del reglamento escolar y de
las condiciones que, de manera transitoria, pudieran afectar la continuidad de
sus funciones. Los estudiantes universitarios no están siendo privados de
ningún derecho, porque pueden continuar sus estudios en cuanto se normalice la
situación institucional, y es por ello que la Universidad hace los ajustes de
calendario que sean pertinentes.
Resulta una trágica tomadura de pelo
que se lleguen a comparar (en un “selfie” conceptual) las gentiles señoras
hermosillenses, con las heroicas Madres de la Plaza de Mayo, exigentes de los
derechos de las víctimas de la dictadura fascista de Argentina. Tan
desproporcionada transgresión a la historia y a los motivos que animaron a las madres
argentinas no merece más que el rechazo por cuestiones de sentido común y por guardar
las proporciones. El protagonismo vulgar de las señoras locales no beneficia a
nadie, no abona nada en la solución del conflicto, no tiene sentido desde el
punto de vista del derecho que asiste a las partes en conflicto.
Siendo estrictos, estas
manifestaciones apuntan del lado de quienes facciosamente descalifican y atacan
a la huelga universitaria, que quienes manipulan (o intentan hacerlo) a la
opinión pública, cuyo acceso a la información está limitado por la opacidad de
que han hecho gala tanto la administración estatal como la universitaria.
Sin duda, la decisión de estudiar en
la Universidad de Sonora es una buena decisión, pero debe tomarse en cuenta que
se trata de una institución que no sólo enseña los rudimentos de una profesión,
sino que forma al estudiante en valores cívicos, y contribuye a que éstos
entiendan el significado de “estado de derecho”. La tarea civilizatoria de la Universidad
debiera ser respetada y protegida por las familias de sus estudiantes,
entendida como una oportunidad de ver la vida tal como es, con sus luchas por
la defensa de derechos esenciales, por el respeto al trabajo y que en su
contacto se moldea la mentalidad social de los jóvenes, por lo que podemos
afirmar categóricamente que la huelga es también una forma de enseñanza, un
mecanismo legal de formación ciudadana.
La vida en sociedad no logra su
armonía pisoteando derechos de terceros y “exigiendo” acciones que inhiban en
los hechos las conquistas de México como pueblo civilizado. Si las señoras
defensoras de los derechos de sus hijos (mayores de edad) que estudian en la
Unison no han reparado en estos detalles, pues bienvenidas a la realidad de la
institución académica con más prestigio y trayectoria en el Estado de Sonora y
una de las mejores de México y América Latina. Por algo será.
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