“La mayoría de las personas son otras: sus pensamientos, las opiniones de otros; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita” (Oscar Wilde).
Sigue levantando polvo la diputación plurinominal de Sergio Mayer, el ex zangolotino de Garibaldi, ahora stripper y actor (sic), que, tras lanzar críticas ácidas contra Morena, ahora se dispone a defender los colores de su formación política de hospedaje temporal.
Se presume que fue el dedo de las alturas quien escribió su nombre en la lista de los ángeles y arcángeles que defenderán el color guinda en el seno del Poder Legislativo y que, según algunos, sin el personaje mediático con olor a nostalgia, el Plan C se estancaría en las alcantarillas del debate bizantino.
No sé si porque Sergio Mayer tiene una bolita que le sube y le baja, puede convertir la generosa concesión plurinominal en triunfo legislativo. O si su sola presencia es un buen sustituto de la voluntad de 36 millones de votantes que dijeron “SÍ” a la Reforma Judicial. No lo sé.
Tampoco sé si el singular dibujante Rafael Barajas, Fisgón, tiende a caricaturizar la posibilidad política de convertir una calabaza legislativa en carroza real, ignorando el hecho de que, de todos modos, pudiera estar tirada por ratones.
Las dudas e interrogantes son muchas. Lo cierto es que la presencia del exgaribaldi resulta ser tan penosa como pudiera ser el mismo sistema de plurinominales, en un contexto en el que el pueblo puede quitar y poner con su voto a sus representantes.
Ahora, si se trata de demostrar apertura y pluralidad más allá o, por encima de la voluntad popular, a modo de acuerdos políticos, lo que resulta es una especie de lienzo de retazos, una colección “incluyente” de propios y ajenos que, mañana o pasado, van a manifestar su verdadera posición sobre los problemas y soluciones nacionales, como ya lo hizo Mayer al unirse a la marcha rosa y criticar algunas de las decisiones morenistas desde Morena, por no mencionar (entre otros) el caso de Lilly Téllez en toda su dimensión kafkiana.
Así, en el marco de la inclusión y la pluralidad, ¿a qué hora prevalecen los principios y valores del partido Morena y el movimiento de la 4 T? ¿Cuándo se generan las condiciones para que la ideología de la transformación (si la hubiera) luzca y genere una conciencia colectiva en favor de sus causas y proyectos? ¿En qué momento se trabaja por diseñar un nuevo régimen capaz de enfrentar y vencer al neoliberalismo y la unipolaridad con el abal del voto popular?
Mezclar en una misma canasta tamales de chile, elote, mole, frijol y piña puede ser muy inclusivo, pero no por eso afortunado y funcional. Aquí surge la pregunta definitoria obligada: ¿somos o no somos?
Como quiera que se vea, un partido sin ideología política definida está sujeto a las contingencias de la vida cotidiana, porque sin tener un asidero firme que oriente sus decisiones y su acción, va a la deriva. Será, en todo caso, un partido dominado por el pragmatismo que, a la larga, tenderá a caer en serias contradicciones. La definición política y programática siempre es de agradecerse.
Si usted recuerda, en el caso de Sonora, por ser “incluyentes y plurales” a lo último no se supo si el partido anfitrión era una barca política de Noé o el movimiento transformador del caiga quien caiga:
Se incorporaron estelarmente algunos personajes que habían pasado por el PRI, PAN, o PRD, en medio de trapecismos coyunturales de acceso a senadurías, diputaciones y presidencias municipales. Quien hacía poco defendía rabiosamente al gobierno del PAN, de repente salta a una candidatura por Morena. Quien navegaba en el PRI para después hacerlo en el PAN, da muestras de versatilidad al abanderar electoralmente a Morena, demostrando que el travestismo político es un ejercicio redituable, amnesia de por medio.
Si en su momento fue una estrategia válida en el ánimo de unir fuerzas y aprovechar el capital político de tal o cual sujeto, lo que esto quiera significar, y se recogieron y restauraron los desperdicios ajenos, hoy quizá sea necesario pensar en la validez y consistencia del proyecto y la congruencia entre los dichos y los hechos, pero, sobre todo, la responsabilidad de acatar el mandato del pueblo expresado en el voto del 2018 y refrendado el pasado 2 de junio.
El caso de Sergio el bailador da cuenta de una práctica política que es, esencialmente, pragmática e irresponsable. Así no se puede hablar cabalmente de un partido y movimiento que busca la consolidación de una ideología transformadora, sino de una organización que sufre una parasitosis potencialmente letal, en términos de su definición identitaria.
Algo así como un embarazo no deseado, pero que se da en un contexto donde las manos sudadas y las miradas melosas de los encuentros de conveniencia son superadas por la penetración de los vicios y perversiones que se pretendía conjurar.
Si el embarazo político de Morena llega a generar sospechas de una crisis de identidad, entonces pudiera ser recomendable el aborto, para la preservación de la vida y viabilidad del proyecto nacional. Aunque se enoje don Rafael Barajas, el Fisgón.
Como dice la conseja popular: vale más una vez colorado que mil descolorido.
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