“En toda farsa
hay un farsante”.
La moda política de los debates entre los personajes que aspiran a un puesto de elección popular, produce efectos similares a los de los programas televisivos que consisten en encueramientos emocionales frente a las cámaras, para que el público presente se ría, enoje, critique o apoye las miserias de los exhibidos.
Las trayectorias, proyectos, propósitos o planes de los contendientes, en esta versión mediática de los pastelazos y las zancadillas de la comedia de carpa, difícilmente pueden darse a conocer cuando el formato apunta hacia la crudeza del insulto, la réplica y los trapos al sol lanzados al aire mediático.
Biden y Trump, la pareja cómica de la temporada, protagoniza el sainete preelectoral largamente esperado por los analistas políticos internacionales, medios corporativos, redes sociales y mirones ocasionales en busca de emociones a distancia: puyas, caras graciosas, miradas maliciosas, sonrisas plastificadas, respuestas que se quedan en intención y pastelazos simbólicos, pintan con realismo la farsa de un sistema que simula democracia y no se anima a poner frente a frente a los candidatos y sus electores en un proceso directo y transparente.
Sin embargo, “Estados Unidos” da lecciones al mundo de legalidad, democracia y libertades ciudadanas mientras alienta conflictos y sostiene 800 bases militares alrededor del planeta. El chiste, trágico chiste, se cuenta solo.
Mientras tanto, en México, la transición política va de un gobierno que impulsó cambios a otro que despierta las expectativas de que continuará honrando la voluntad popular. Algunos recientes nombramientos parecen ofrecer una idea ambigua de la continuidad.
Quienes pensamos que es imperativo recuperar el espacio económico nacional en beneficio de los ciudadanos, bajo el supuesto de que, por el bien de todos, primero los pobres, nos encontramos con el detalle de que algunos perfiles no necesariamente se ajustan a las expectativas de un desarrollo independiente y debidamente contextuado.
Afirmar que el futuro titular de Economía es una buena opción “porque tiene muy buena relación con Estados Unidos “, da al traste con el pensamiento soberanista y nacionalista, tan importante de cara a las exigencias del T-MEC vigente.
Poner el desarrollo científico en manos de una académica cuyo mérito es el encanto mediático y las buenas relaciones políticas con la vieja camarilla meritocrática de la “ciencia mexicana”, tampoco garantiza que la investigación prosperará en beneficio del país, más allá de la producción de “papers”, informes y artículos para consumo de los grillos y los pescaditos de plata, e incentivos monetarios para los autores.
También sería problema si se atara la salud mexicana a los designios de organismos internacionales como la OMS, ligada al esperpéntico conglomerado de la industria químico-farmacéutica, cuya actuación deja más dudas y críticas que resultados contra la enfermedad. Se espera que la política de salud sea soberana, independiente y esencialmente basada en el interés nacional, no en el de las transnacionales.
Más allá del currículo y las medallas académicas de los postulantes, lo fundamental es el compromiso patriótico y nacionalista que deberán asumir, que constituirá la diferencia entre el pasado neoliberal y la posibilidad de cambio. Aquí debieran buscarse las pistas en la trayectoria de los personajes propuestos, sus opiniones e intereses manifiestos. Presumir o señalar como mérito el estar ligados a los intereses del vecino del norte no es garantía para México, sino todo lo contrario.
Por otra parte, habrá que ver si las figuras en las bancadas morenistas son consistentes con el proyecto nacional que apoyaron los votantes, y si dejan de lado las diferencias por razones de personalidad, egos y aspiraciones individuales futuristas.
En Sonora se dan cambios que parecen corresponder al estilo del gatopardo (cambiar para no cambiar), en una cadena de reciclajes que insinúan la carencia de un equipo donde la experiencia y consolidación política, de cara a los intereses geoestratégicos extranjeros, sea clara y defienda en la frontera norte y las costas la soberanía nacional.
La moneda está en el aire y la esperada búsqueda de posiciones en el nuevo gobierno federal recuerda la carrera de las ratas cuando se fugan del barco que parece naufragar. De llegar a darse esa situación, ¿quién y de qué manera apagará la luz y cerrará la puerta sexenal en Sonora? Por otra parte, ¿hasta dónde llega la responsabilidad política de quienes llegaron de la derecha para abordar un barco presumiblemente de izquierda?
Pero, además, ¿qué se puede esperar de un pueblo que, en la capital sonorense, votó a favor de una coalición política claramente contraria a los trabajadores y amiga de las opciones privadas a cargo del erario?
¿Nadie recordó la lucha de los trabajadores jubilados y pensionados del Ayuntamiento, por el reconocimiento de derechos adquiridos que habían sido borrados de un plumazo cuando llegó Antonio Astiazarán a la alcaldía? ¿Y sus intentos de privatizar la seguridad social y el derecho a la vivienda? ¿Y la renta de patrullas eléctricas en vez de fortalecer el parque vehicular municipal? Sin embargo, para que haya cambio debe haber opciones.
Queda claro que estamos en una etapa donde el discurso político obedece a una necesidad emocional más que responder a las exigencias reales y concretas de la población. El caso es que no hay transformación sin pueblo, ni gobierno sin apoyo popular. Entonces luchemos por la congruencia, porque el debate de lo nacional sea crítico, autocrítico y permanente en las fuerzas que impulsan la transformación. Luchemos.
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