“Entre los individuos, como entre las
naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez).
En el México convulso de hoy cabe la
frase aquella de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, porque cuando la
sociedad se mueve no falta el edificio que se resquebraje y la pared que se
raje, como lo estamos viendo tras el triunfo de López Obrador.
Desde luego podemos estar a favor, o en
contra, del nuevo estilo y prioridades del gobierno, sin que la situación
nacional excluya a unos u otros en la búsqueda de soluciones a los grandes
problemas que se agudizaron escandalosamente durante los gobiernos definidos
como neoliberales a confesión de parte y con acuse de pruebas.
Podemos apoyar, o no, las nuevas formas
de conducir la cosa pública y la relación del gobierno con las fuerzas
ciudadanas que organizadas o no se expresan en el territorio nacional, pero no
podemos estar al margen de lo que ocurre. La indiferencia, la indolencia y el rechazo
a las nuevas y viejas realidades del país es impensable.
En cualquier caso, apoyadores y
detractores del nuevo gobierno, debemos estar conscientes de que lo nuevo se
construye sobre lo viejo, cambiando sus formas y añadiendo nuevo contenido a
sus estructuras y discursos. Dicho en otras palabras, no podemos partir de cero
porque ningún efecto carece de causa: si estamos mal es por lo que se dejó
crecer, en este caso hablamos de la inseguridad pública.
Comentando con algunas personas cercanas
sobre las denuncias de acoso laboral y escolar que se dan en contra de mujeres,
me dicen que antes de los años 90 no recuerdan haber sabido o sufrido
situaciones de esta naturaleza, y que la relación con los hombres en el entorno
laboral y social era normalmente respetuosa.
En plática con una antigua alumna de
enfermería en los años 70, me dice que los muchachos de las escuelas cercanas
las protegían (no sabe de qué) y evitaban decir palabrotas delante de ellas y
que jamás sintieron sus compañeras y ella ningún tipo de amenaza. Por mi parte,
recuerdo que hacíamos lo mismo con nuestras compañeras de la Escuela de
Economía. La enfermera de referencia dice que el fenómeno del acoso lo empezó a
advertir de los años 90 en adelante.
Curiosamente, la década de los 90 se
caracteriza por la renuncia del Estado a cuestiones fundamentales para la
estabilidad y el progreso nacional, empezando por la defensa de la soberanía,
la rectoría económica y el impulso a la educación y la seguridad social, entre
otros importantes aspectos que afectan a la estabilidad en el empleo y el
ingreso de las familias.
La reducción del Estado y la ampliación
del Mercado afecta la vida nacional porque crea una situación de indefensión económica
y social en grandes capas de la población que son las que sostienen el aparato
productivo nacional funcionando. Los topes salariales y la privatización de las
pensiones son dos aspectos esenciales para entender la marginación social de
las familias trabajadoras.
La inseguridad o precariedad económica
trae consigo la inseguridad pública porque una es consecuencia de la otra, y
ésta genera una nueva mentalidad que desprecia la vida y vacía de contenido a
la familia, y borra de un plumazo el respeto a los mayores, a las mujeres, a
los menores, porque cada crisis económica tiene como respuesta una crisis de
valores, una reacción de carácter psico-social que busca un nuevo acomodo de
las individualidades en este nuevo contexto donde el hedonismo y la inmediatez
mandan y el humanismo estorba.
El discurso dominante enraizado en la
trivialidad neoliberal borra, o trata de hacerlo, las evidencias del daño
ocasionado por el sistema y se disfraza de progresismo mientras trabaja para
frustra todo intento de cambio, como es el caso de la oposición a las iniciativas
sociales y políticas de López Obrador y el reciente mimetismo feminista de la
derecha prianista.
Así, pues, las conductas de acoso en el
medio estudiantil y laboral surgieron y se recrudecieron en el curso de la
década de los 90 y siguientes, sin querer decir que antes no se daban casos
esporádicos, aunque, en general, la mentalidad colectiva tendía a garantizar
una vida libre de violencia a las mujeres, asunto que en la actualidad debe
rescatarse.
López Obrador señala que el
neoliberalismo es causa de la inseguridad y el ambiente hostil que sufren las
mujeres y los jóvenes, porque es un ambiente deshumanizado que convierte en
cosas a las personas, objetos de quitar y poner desprovistos de su calidad
humana por el sistema que nos convierte en ciudadanos desechables.
No estaría de más reflexionar acerca de
estos asuntos y dar voz a quienes el sistema neoliberal había declarado mudos.
Recuerde usted que hubo un presidente que declaró que a los ciudadanos en
protesta “ni los veo ni los oigo”. El presidente que tenemos actualmente ve y
oye, y esas son las luchas de enfrente que no debemos ignorar, y apoyar todo
esfuerzo por recuperar la seguridad pública y la dignidad ciudadana.
Las luchas de enfrente son las de los
hombres y mujeres que van en busca de un mejor futuro, contra los delincuentes
de cuello blanco y los criminales defensores del viejo sistema. Humanicémonos.
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