Una nueva minería
José Darío Arredondo López
«El mundo es un lugar
peligroso, no a causa de los que hacen el mal sino por aquellos que no hacen
nada para evitarlo» (Albert Einstein).
Como se sabe, la minería ha sido una de
las actividades tradicionales de México. Desde los tiempos de la Colonia ha
sido la palanca de impulso de la exploración, conquista y colonización de
nuevas tierras. La minería hizo posible los fenómenos de poblamiento de
territorios que de otra manera no hubieran merecido la atención o la codicia de
los conquistadores de ayer y de hoy.
El oro y la plata fueron un gancho
poderoso que ancló la civilización occidental en tierras que, como la nuestra,
fueron objeto del interés europeo. En torno a las explotaciones mineras
surgieron pueblos y ciudades, riquezas extraordinarias y nuevos desarrollos
comerciales e industriales. A los metales preciosos siguieron otros demandados
por la naciente industria y, así, la modernidad tecnológica puso en primerísimo
plano al cobre.
El mundo se plegó a los imperativos de
la industria eléctrica y la tecnología dio nuevas alternativas a una sociedad
seducida por lo nuevo: de la electricidad y el conocimiento de la propiedades
de nuevos metales surgió la electrónica abriendo nuevos horizontes para la
ciencia y la tecnología en los más diversos rumbos del conocimiento humano.
Desde luego que los procesos productivos
cambiaron merced al avance de la técnica y la tecnología que tanto facilita la
vida en las ciudades y en el campo como incide en nuestra forma de entender el
mundo y las relaciones con la naturaleza.
Pero… si los recursos naturales son
vistos como una bendición que se recibe sin condiciones ni responsabilidades, tarde
o temprano surge un problema de carácter ambiental y humano.
Para aclarar un poco el punto anterior
cito el caso de la minería mexicana (que funciona por las mismas motivaciones y
tiene las mismas consecuencias que en el resto de Latinoamérica) donde un
ejemplo importante es Grupo México (GM): Actúa sin ninguna responsabilidad por los
costos ambientales que producen sus operaciones y se guía por una visión
pragmática donde el objetivo principal es la obtención de ganancias.
Se puede decir que GM ejemplifica al
empresariado agresivo, influyente y sin escrúpulos que caracterizó el despegue
del capitalismo extractivista a escala global que heredó los impulsos
mercantiles de los tiempos de la época colonial: México fue una colonia de
explotación del Imperio Español donde el afán de obtener riquezas sin
compensación alguna para el ambiente y los seres humanos fue la regla. La etapa
histórica de la conquista y la colonización dan cuenta de ello y hoy, a
quinientos años de la dominación europea, se escribe la historia de manera
bastante parecida.
Si bien es cierto que el mundo cambió y que
en el discurso de la modernidad se incorporan otros elementos significativos
como son la innovación, el emprendimiento, los derechos humanos, el estado de
derecho y determinados valores éticos y morales, también lo es que el sistema
capitalista conserva sus elementos esenciales de maximización de la ganancia y
reducción de costos: se debe producir al menor costo y en el menor tiempo
posible, lo cual supone la adecuación del marco jurídico de las sociedades y
nuevos mecanismos de control del territorio, la opinión pública y la posible
acción adversa del gobierno en turno.
Dicho en otras palabras, la empresa (ahora
de magnitud transnacional) debe librar batallas donde la corrupción es un
aliado poderoso para hacer prevalecer el interés privado sobre el público y,
desde luego, el social. Y GM sigue siendo el mejor ejemplo en el nivel nacional
como el local. ¿Le suenan de algo Pasta de Conchos y Buenavista del Cobre?
En
Sonora se tienen muestras claras de lo que significa la depredación del
territorio y el ambiente, bajo el pretexto de “generar empleos” y propiciar el
crecimiento económico de la región, poniendo en alto a nuestra entidad en el
ranking de la explotación minera; pero a cambio de la afectación de la economía
y la salud de los pobladores de siete municipios.
A pesar de las evidencias, el peor
desastre ambiental sufrido en nuestra historia es referido por las autoridades
estales, la propia empresa y los infaltables académicos alcahuetes, como una
situación superada: nos dicen que el agua no está contaminada y las actividades
se han normalizado gracias a los beneficios de la “zona económica especial”
creada para dicho fin. Desapareció el fideicomiso creado por GM porque el
problema dejó de ser problema.
Sin embargo, en la reciente visita de
funcionarios federales enviados por el presidente de la república para atender
lo del Río Sonora, se encuentra que no hubo un solo derrame sino un segundo del
que nadie dijo nada; ahora se revela la existencia de muchos casos no
reportados de enfermos a consecuencia de la contaminación por metales pesados. Todo
indica que alguien trató de echar por debajo de la alfombra la suciedad de los
derrames y la complicidad de las autoridades.
Como anécdota, nos comentan que las instalaciones
de salud que había permanecido prácticamente abandonadas de repente se vieron
poblada de médicos y enfermeras, gracias a la visita de los funcionarios federales.
No hay duda que en el gobierno local la magia se realiza cuando hay que dar la
apariencia de que se cumple con las responsabilidades por las que el pueblo
paga.
Tras la visita federal ninguna autoridad
estatal podrá negar que el daño ambiental fue y es terrible y hasta la fecha
impune. Lo que sigue es que se haga justicia, y se emprendan acciones legales
que, entre otras cosas, reformen la Ley Minera vigente y hagan posible el
establecimiento de una nueva minería, con responsabilidad y con sentido humano,
al servicio de la sociedad presente y futura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario